El empresario cristiano pakistaní Parvez Henry Gill ha decidido levantar en la ciudad de Karachi una cruz de hormigón con dimensiones monumentales. Se trata de una valerosa iniciativa a favor de la libertad religiosa en Pakistán.
Gill pretende que sea una de las cruces más grandes del mundo, precisamente por las grandes dificultades que atraviesan las comunidades cristianas del país. Con 42 metros de altura, sus medidas serán imposibles de ignorar, ya que se aproximan a las de un edificio de 14 pisos. De los 100 trabajadores, unos 20 renunciaron cuando descubrieron el propósito de la construcción. Sin embargo, en la actualidad incluso no creyentes toman parte en las tareas.
El monumento se está construyendo desde hace un año en la entrada del cementerio cristiano de Gora Qabristan, al sur de Karachi, un lugar donde se registran frecuentemente actos de vandalismo por parte de extremistas religiosos, que profanan las lápidas pintándolas o tirando allí su basura.
En declaraciones al Washington Post, el empresario de 58 años ha explicado que la grave situación de discriminación que sufren motiva a las familias a dejar la ciudad. “Quiero que las personas cristianas la vean y decidan quedarse”, ha afirmado Gill. “Será un símbolo de Dios y todos los que la vean dejarán de preocuparse”, ha añadido.
Dado el escenario escogido, muchos cristianos de Karachi temen que una obra de tal magnitud traiga más problemas de los que ya sufren. Su creador reconoce que le han advertido sobre el riesgo que corre su propia seguridad.
La minoría cristiana de Pakistán vive en situación de peligro constante por las amenazas de los extremistas islámicos. De los 165 millones de habitantes, el 95 por ciento son musulmanes y el 2,5 por ciento, cristianos (de los cuales apenas un millón y medio son católicos), que son considerados ciudadanos de segunda clase. Eso, en el mejor de los casos. Con cierta frecuencia llegan testimonios de secuestros, conversiones forzadas o episodios de violencia.
Ser menos en número no tendría por qué ser un problema si no fuese porque en Pakistán las minorías son perseguidas por radicales suníes, mayoritarios en esta república islámica. Precisamente en Karachi hace dos semanas fue tiroteado un autobús en el que viajaban chiíes, un ataque que dejó más de 40 muertos.
Los cristianos no son ajenos a estas acometidas. El mes pasado, en Lahore, un adolescente fue quemado por profesar esta confesión religiosa y el pasado noviembre una turba de fanáticos linchó e incineró a una pareja de cristianos a la que acusaban de haber quemado un Corán.
Los lugares de culto también son objetivo de los violentos. En marzo, el atentado con bombas de un grupo insurgente en dos iglesias de Lahore causó 15 muertos y 75 heridos, un ataque que recordó al de hace dos años, cuando perdieron la vida más de 100 personas en un asalto suicida a una iglesia de Peshawar.