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La generosidad de la viuda

XXXII Domingo Ordinario

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I Reyes 17, 10-16: “Con el puñado de harina la viuda hizo un panecillo y se lo llevó a Elías”

Salmo 145: “El Señor siempre es fiel a su palabra”

Hebreos 9, 24-28: “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos”

San Marcos 12, 38-44: “Esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos”

 

“¡Eso es una locura! Es quedarse expuesto a todos los peligros y abrir con ingenuidad  las puertas a los desconocidos”. Son las objeciones de quienes escuchan con admiración los métodos y caminos de “Los Traperos de Emaús”, en su terca misión de transformar la sociedad: “Dar todo, dar a todos, abrir la puerta y compartir la mesa”. Dicen no tener nada porque se han dedicado a recoger lo que la sociedad ha desechado, pero tienen un techo, un trabajo y una comunidad y lo arriesgan todo abriendo el corazón a quien llega a sus puertas. “Como muestra de confianza entregamos la llave de la casa al que solicita su admisión”. Así, dando todo, encuentran la fuerza para levantar a hombres y mujeres marginados por la sociedad. Sólo tienen “la basura” que recogen, seleccionan y ofrecen. Sus ganancias las entregan con generosidad a quien llega y quien más lo necesita.

Las enseñanzas de Jesús parten de la vida, a veces resaltando lo positivo y a veces denunciando las injusticias y las mentiras que perjudican a la vida de sus discípulos. San Marcos nos presenta a un Jesús observador y crítico que  pone en evidencia el fuerte contraste que existe entre la conducta de los escribas y la de la viuda pobre. Jesús ve más allá de las apariencias, penetra en el interior y nos obliga a fijar nuestra mirada en los pequeños, en los desconocidos, en los sin nombre, en esos hombres y mujeres que, aparentemente, no tienen nada pero son los que van construyendo el Reino. Desde su mirada misericordiosa contempla con dolor la ostentación de los ricos, pero también las pequeñas monedas que se pierden en la oscuridad de las alcancías. Para Él no puede pasar inadvertida la insignificante ofrenda de la viuda. El contraste es manifiesto y Jesús se muestra juez implacable de los que hacen ostentación de su dinero, poder y generosidad, y al mismo tiempo,  insobornable defensor de los más pobres.

Ante la escandalosa pobreza, un mundo que se desbarata y una hermana madre tierra que gime, los poderosos ofrecen vistosas soluciones y detrás de sus propuestas, esconden intereses egoístas y fraudulentos rescates. Ya lo denuncia el Papa Francisco en su encíclica “Laudato Si”, acusando a quienes fingen y proponen soluciones pero no arriesgan nada y son los pobres quienes tienen que sacrificar sus pocas pertenencias y son exigidos sin misericordia. Acusar y no comprometerse hoy igual que ayer. Los nuevos escribas y fariseos se echan sobre las pobres pertenencias de los pobres. Pero Jesús, cuando dice “¡Cuidado!” , nos lo dice también a nosotros que tenemos el corazón muy propenso a la riqueza, a la fama y al placer.

Dos viudas, pobres, humildes, hoy nos reclaman nuestros tibios compromisos y nuestra muy condicionada participación. Para construir el Reino se necesita entregar todo. Ellas no sabrán mucho de teologías, pero saben de generosidad; ellas no comprenderán de sistemas económicos ni de teorías ambientalistas, pero saben ofrecer todo lo que tienen; ellas no disertarán sobre nuevos sistemas y brillantes soluciones, sólo viven la fraternidad. La viven a plenitud y con una confianza inmensa en el amor de Dios que ve el interior del corazón y que reconoce la bondad de los pequeños.

La generosidad de “estas viudas” y las viudas y pobres de hoy, es también la base de la solidaridad. No se trata de dar lo que nos sobra o ya no necesitamos; no se trata de deshacernos de la basura que estorba en nuestras casas y que “a lo mejor al otro le puede ser útil”. No se trata de una ayuda que humille, sino de un compromiso que promueva la hermandad. Siguiendo el ejemplo de Jesús, y también el de la viuda, la solidaridad implica un intercambio entre iguales aunque poseamos diferente; una entrega de lo que da vida, una donación de nuestro tiempo y de todo lo que somos nosotros. Uno es generoso no cuando se atiene a todas sus posesiones para sentirse seguro, sino cuando ofrece aquello que también a él le hace falta. Ciertamente es una revolución en nuestro pensamiento y en nuestras ambiciones, pero la propuesta de Jesús es revolucionaria o deja de ser verdadera. Jesús no propone la mediocridad y la indiferencia, Él mismo se ha entregado a plenitud. Hay otra enseñanza que nos deja esta viuda pobre: hacer nuestras tareas a plenitud y no en la mediocridad. Hay muchos que van “sobreviviendo”, “pasándola”, “dejándose llevar por los vientos”, pero sin vivir plenamente. Si contemplamos a Jesús, lo descubrimos viviendo y dándose sin medida, sin cálculos. Dando todo lo que tiene y dándose todo entero; vaciándose, anonadándose y agotándose, sin nada para sí mismo. Por eso se entrega en un pan: triturado, para que todos lo coman y tengan vida.

Hoy hay gente que vive así. Que les gusta dejarse llevar por la explosión de su generosidad, que llenan cada momento con su entusiasmo y su alegría, aunque tengan los bolsillos vacíos. No se trata de huir artificialmente de una situación de crisis, sino que es la única manera de vivir cristianamente la crisis: compartiendo en la fe, en la generosidad, y no dejando que muera la esperanza. Sólo uniendo lo poco, casi nada, que tienen miles de personas generosas se logrará crear un mundo nuevo. Conozco personas a quienes la crisis y la pobreza les ha dejado un carácter agrio y las ha dividido y las colocado en pleito con sus cercanos; y recuerdo, con admiración, familias que gracias a una crisis económica han descubierto que tenían muchos más valores que compartir y a quienes su amor los sostiene y alienta. Nuestra aportación a un mundo mejor, nuestra generosidad, por ser tan pequeña, parece que no solucionará los graves problemas, pero desencadena la esperanza y la alegría por hacer, mantiene viva la débil llama del amor. Actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de demostrar que el amor vence al odio, a la indiferencia y a la injusticia.

 

Ayúdanos, Padre bueno, a que dejando en tus manos amorosas todas nuestras preocupaciones, nos entreguemos con mayor libertad y generosidad a la construcción de tu Reino. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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