The Apostolic Nuncio in Iraq visit the refugee camp of Bagdad

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Los cristianos perseguidos de Irak ven que Dios no les abandona

135 familias del valle de Nínive viven como refugiados en Bagdad y han visto el cielo abierto con la construcción de una capilla gracias al apoyo de AIN

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La fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) ha inaugurado recientemente en Bagdad una capilla para los refugiados que han huido del autodenominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés).

«Hemos podido bendecir recientemente una capilla nueva; ya era hora de que nuestros refugiados dispusieran de una pequeña iglesia propia. Así recuperan parte de la patria perdida. Y pueden asistir a misa sin sufrir peligro», ha señalado el padre Luis Montes.  

Este sacerdote argentino del Instituto del Verbo Encarnado vive desde hace cinco años en esta ciudad, una de las más peligrosas del planeta. «Solo en octubre ha habido en Bagdad 128 atentados bomba. No es extraño pues que la gente tenga miedo de salir a la calle para ir a la iglesia». En realidad, la iglesia más próxima no está lejos; «pero, por el peligro, es importante que la iglesia vaya donde están ellos, al campo de refugiados», ha explicado.

135 familias del valle de Nínive, cerca de Mosul, viven en el campo de refugiados desde el pasado año; el campo lleva el nombre de la Virgen María. A cada familia le ha sido asignado un coche-caravana. Todos son cristianos y la mayoría pertenece a la Iglesia católica siria. «Lo perdieron todo el pasado año. Cuando el “Estado Islámico” atacó su ciudad, Karakosch, salieron corriendo para salvar sus vidas y tuvieron que dejarlo todo».

Como ellos, más de 120 mil cristianos viven desde entonces en campos para personas desplazadas, sobre todo en el norte de Irak. También miles han abandonado ya su patria; ha partido a Australia y otros países occidentales. 

«De nuestros refugiados, todos quieren irse. Han venido a Bagdad porque los campos del norte estaban sobresaturados, pero sobre todo porque necesitan documentos nuevos para abandonar Irak. La mayoría perdió sus documentos de identidad, o se olvidó de ellos, en el desconcierto de la huida», ha relatado el padre Montes. 

«Nadie de ellos tiene la esperanza de poder volver a sus lugares de origen, ocupados por ISIS, pues no se aprecia que se pueda producir una liberación. Además han perdido su confianza en Irak y, en general, en el mundo árabe», ha comentado el misionero de origen argentino. 

La mayoría tiene miedo a volver a sus hogares, como una mujer que le preguntaron en una ocasión, si se podía imaginar un futuro en los territorios autonómicos kurdos, una región segura al norte de Irak: «Sí, ahora allí se está seguro; pero, ¿será así también mañana? Muchas personas huyeron hace años de Irak y Siria, y ahora tienen que ponerse de nuevo en camino. No, lo mejor para nosotros es que abandonemos completamente el Oriente Próximo».

Las solicitudes de visado de las familias, sin embargo, se tramitan solo lentamente; por esto, viven en un estado de indecisión, ha asegurado el religioso del Instituto del Verbo Encarnado. «Naturalmente que sufren en su situación; no todos han encontrado aquí trabajo y sobre todo los padres de familia se sienten inútiles. Sin embargo, si miro a la gente, observo rostros más alegres que en Occidente. Han conservado su fe en Dios; esto les sostiene y les da esperanza».

Desde la llegada de los refugiados a Bagdad, el padre Luis Montes se ha ocupado de ellos. «Me di muy pronto cuenta de que no había ninguna capilla en el campo. Ayuda a la Iglesia Necesitada aprobó ayudarnos. Por ello hemos podido bendecir recientemente nuestra pequeña capilla de contenedores». En el futuro se celebrará todos los sábados por la tarde la santa misa en el rito católico sirio.

«En la ceremonia de bendición solo vi rostros agradecidos. Esto les manifiesta que no les olvidan, que los benefactores de Ayuda a la Iglesia Necesitada piensan en ellos. En su situación, todo signo de solidaridad tiene mucho valor. Y en el Cuerpo Místico de Cristo todos somos uno. Lo que hacemos unos a otros se convierte en una bendición para todos. La pequeña iglesia es una gran ayuda para las personas que aquí viven. Pero los benefactores y todos los fieles reciben la bendición de estos confesores de la fe cristiana. Ellos son el verdadero tesoro de la Iglesia, que hemos de cuidar», ha destacado el sacerdote.

 
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ZENIT Staff

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