Que la medicina regenerativa y reparadora es, y sobre todo puede ser, la gran esperanza terapéutica del siglo XXI en el que estamos, parece admitido por la gran mayoría de los expertos dedicados a estos temas. En este sentido, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, en su Informe 2020: Una Nueva Visión. El futuro de la Medicina Regenerativa, define a ésta como «el paso inmediato de los tratamientos médicos» y predice que la medicina regenerativa será la «vanguardia del cuidado de la salud de este siglo XXI» (JAMA 313; 1413-1414, 2015). Pero estas prácticas médicas implican problemas éticos que merecen ser considerados.
Normalmente todo nuestro tejido celular y orgánico con el paso del tiempo se va deteriorando. A esta degradación fisiológica normal, se le puede añadir la degradación patológica inherente a las enfermedades que podemos ir sufriendo y que hace que nuestros órganos se deterioren.
Dicho deterioro puede acompañarse de trastornos funcionales de los órganos afectados que pueden comprometer nuestra salud, y en ocasiones, si no se resuelve, incluso llevar a la muerte.
Por ello, se plantea la necesidad de reparar los órganos afectados, objetivo que se puede conseguir o bien sustituyendo el órgano lesionado por un trasplante o bien tratando de regenerarlo.
Esta segunda posibilidad da pie a la denominada medicina regenerativa y reparadora.
Los órganos afectados se pueden esencialmente reparar por dos mecanismos, activando su propio sistema de reparación, o tratando de hacerlo por procedimientos externos, esto es por la denominada terapia celular, que esencialmente consiste en transferir al órgano lesionado células sanas de su propia estirpe que puedan regenerar el tejido dañado. Aquí nosotros vamos a denominar a las células transferidas, células reparadoras.
Las células reparadoras y su valoración ética
Para conseguir los objetivos reparadores, lo primero que hay que lograr es producir u obtener células del tejido del órgano afectado; si por ejemplo, es el corazón, células cardiacas, que son las que podrían transferirse al corazón lesionado. En función de dónde se obtengan las células reparadoras será la valoración ética que estas prácticas merezcan.
Las células reparadoras esencialmente se pueden obtener de tres orígenes: células madre embrionarias, células madre adultas o células adultas reprogramadas, las denominadas células iPS, por las siglas en inglés definidoras del proceso reprogramador.
Vamos en primer lugar a referirnos a estas últimas, las células iPS. Las células adultas de nuestro organismo, por ejemplo las células de piel, son células completamente diferenciadas para cumplir el fin que tienen determinado, y ya no pueden hacer, y ya es suficiente, nada más. Pero estas células pueden ser desdiferenciadas hasta ir adquiriendo características similares a las células madre embrionarias, pero sin llegar a ser células embrionarias. A estas células indeferenciadas, similares a las células madre embrionarias, es a las que se denominan células iPS. A uno de los investigadores que pusieron a punto este proceso de desdiferenciación, Shinya Yamanaka, se le concedió el premio Nobel de Medicina en el año 2012, lo que refleja la importancia que a este logro se le atribuyó.
Pues bien, de las células madre embrionarias, de las madre adultas y de las células iPS, sometidas a procedimientos técnicos concretos, se pueden obtener células de prácticamente todo tipo de tejidos, son las que aquí hemos denominado células reparadoras, y con ellas se podrán reparar los órganos lesionados.
Indudablemente no podemos, y creemos que no procede, comentar las técnicas que todos estos procedimientos metodológicos conllevan, solo nos detendremos a evaluar cómo afecta éticamente a su uso la fuente de donde se obtienen las células reparadoras, las que se van a utilizar para regenerar el órgano lesionado.
Hemos dicho que se pueden obtener de las células madre embrionarias, de las células madre adultas y de las células iPS. Las células madre embrionarias se obtienen de embriones de 60 a 200 células, blastocistos, que hay que destruir para obtenerlas. Consecuentemente si se utilizan células madre embrionarias, el que haya que destruir embriones humanos para obtenerlas afectará a la eticidad de todo lo que posteriormente se realice con dichas células. Es decir, cualquier logro que se consiga utilizando células madre embrionarias será éticamente negativo, por muy positivo que sea el fin para el que se utilicen, aunque sea reparar un órgano lesionado de un individuo adulto. El fin nunca justifica los medios utilizados para conseguirlo.
El uso de las células reparadoras obtenidas de cualquiera de las otras dos fuentes de células madre, las adultas y las iPS, no conlleva ninguna dificultad ética, pues para obtenerlas no hay que destruir embriones humanos, que es la razón última del por qué no se puede utilizar éticamente las células madre embrionarias.
Resumiendo: a) la medicina regenerativa y reparadora puede ser una importante arma terapéutica del siglo XXI en el que estamos; b) la eticidad de estas prácticas esta condicionada por el tipo de células madre que se utilicen para obtener las células reparadoras y c) consecuentemente, sean éticamente admisibles todas las prácticas que utilicen células madre adultas o iPS y no serán éticamente aceptables las que usen células madre embrionarias, pues su obtención conlleva ineludiblemente destruir embriones humanos, algo éticamente inaceptable.
Justo Aznar
Universidad Católica de Valencia