Escrito por: Sacramento Rosales
El canto de entrada es a la misa lo que el pistoletazo de salida a una carrera. Como comparativa para los niño pequeños estará bien. Sabemos que la fiesta de la misa empieza cuando comenzamos a cantar el canto de entrada. Entonces todos los que queremos participar en esta fiesta nos pondremos en pie (porque nadie corre una carrera sentado) y acompañamos el recorrido del sacerdote desde la sacristía hasta el altar.
A mis hijos suelo decirles que desde ese momento en que nos unimos al resto de los participantes, estamos en un viaje especial al corazón de Dios y que toda la misa en su conjunto es ese viaje. A menudo, para que tengan en cuenta cuando estar ya atentos, les recuerdo que desde ese instante del canto de entrada es importante ya no pensar más en lo que hay fuera del templo y disfrutar de cada momento y parte de la celebración.
Por muy tímidos o reservados que sean nuestros menores, seguro que hay algo que hacen por propia iniciativa, y eso es cantar. En misa, los cantos, son la parte que más suele gustarles y seguramente, hasta los más tímidos, no tendrán objeción en participar.
Sin embargo es importante enseñar las pautas que conllevan los cantos litúrgicos dentro de la celebración. Si antes conocen, no solo las letras, sino sus significados, la participación será más compacta y podremos participar sin que el momento del canto se convierta en un niño que se sienta, se pone de cuclillas y otro que baila sobre el reposapiés del banco.
En muchas parroquias antes de la misa se imparten preparaciones de cantos. Si en la nuestra no existe, podemos ensayarlos en casa o por el camino.
Como catequista de niños de primera comunión y madre de dos –de once y siete años– me sorprende cada vez más ver con qué facilidad nuestros pequeños llegan a comprender cosas que a nosotros los mayores a menudo nos cuesta tanto.
Hoy intentaremos dar unas referencias para que nuestros pequeños no se pierdan la importancia del “saludo inicial” y comprendan el verdadero sentido de esa parte de la eucaristía que a veces, incluso a los mayores se nos pasa un poco por alto si no estamos atentos.
El primer gesto del “saludo inicial” está incluido en la terminación del “canto de entrada”, el sacerdote ya estará junto al altar y lo besará mientras el resto de la comunidad seguirá en pie. Con ese sencillo gesto, el celebrante manifiesta, ante toda la comunidad reunida, su amor a Cristo y al acto expiatorio que Cristo, y no el sacerdote, va a hacer por todos nosotros. Sería importante explicar a los más pequeños que ese beso es como el que nos damos cuando nos encontramos con un familiar o un amigo. En ese momento manifestamos nuestra alegría del encuentro en este gesto. Y en el beso que el sacerdote deposita sobre el altar, van las alegrías de todos los reunidos como Iglesia al encontrarse con Cristo.
El saludo inicial en la santa misa es la síntesis perfecta del gran milagro que celebramos en cada eucaristía. Es el adelanto que nos despierta y nos introduce en una fraternidad perfecta, la que formamos como Iglesia e Hijos de Dios a través del Espíritu Santo participando de la Unidad.
Para que los niños entiendan el sentido de este gesto me gusta formularles preguntas y poner ejemplos de relaciones cercanas que viven:
¿Qué haces cuando te encuentras con tu mejor amigo después de unos días sin verlo?
¿Le abrazas, le das la mano, le sonríes?
¿Cómo muestras la felicidad del encuentro y las ganas que tienes de compartir con él juegos o confidencias?
Hacer este tipo de preguntas en casa o en modo de preparatoria entre juegos por el camino –como nos explicaba Eva en artículos anteriores– es un modo fácil para ayudar a los hijos a comprender cada gesto de los diferentes ritos o partes de la misa. De ese modo podrán seguirla, descubriendo sus diferentes significados.
Tras el gesto del sacerdote de besar el altar, se dirigirá al pueblo reunido y con la señal de la cruz nos invitará a dar gloria y a participar unidos en la Santísima Trinidad. Para evitar que los pequeños se despisten en ese momento y se desorienten al ver a los mayores santiguándose, antes de entrar al templo les explico que cuando el sacerdote besa el altar nos va a abrir las puertas de un tren muy especial que nos lleva a un viaje hacia el corazón de Dios.
Para entrar a ese viaje es fundamental hacer bien la Señal de la cruz.
Una vez, mientras lo explicaba a los niños de catequesis, uno espontáneo me dijo: 'Señorita, señorita, entonces es como un código secreto para poder pertenecer al grupo, nosotros tenemos un club y solo pueden entrar los que se saben la contraseña'. Asentí y les expliqué que algo parecido pasa con la señal de la cruz en el momento de la invitación, que es como una llave especial que nos abre el paso para subir al tren que nos lleva al corazón de Dios donde poder ver la misa con otros ojos que nos hacen entender cada símbolo y parte de ella. De ese modo los más pequeños están a la expectativa y no se aturullan cuando ven a los demás santiguándose.
Cuando el sacerdote hace la invitación es Dios mismo quien en el Misterio de la Santísima Trinidad nos invita a participar en su nombre como Padre, en el del Hijo como víctima ofrecida para perdonar todas nuestras faltas y en el Espíritu Santo que nos alumbra con la fe a descubrir esa fraternidad como Iglesia que forma un solo cuerpo. Ese es el motivo por el cual nos santiguamos al comenzar la misa, damos gracias y alabamos ese Misterio Trinitario que a lo largo de la celebración nos va a envolver acogiéndonos y haciéndonos partícipes de esa misma naturaleza.