Por Irina Orellana. Honduras
¡Feliz y santo año 2016!
¡Ha nacido el niño Dios! ¡Abramos nuestros corazones y acojámoslo!
Dios padre en su infinito amor y misericordia, se muestra indulgente y envía a su propio hijo para salvación nuestra. ¿Qué mayor muestra de amor podemos pedir? ¿Qué mejor promesa podemos esperar? ¿Cómo quedarnos inmóviles ante tanta grandeza y a la vez, muestra de humildad? Dios se encarna y se hace uno con nosotros, para acompañarnos en el camino, para extendernos su mano, para invitarnos a conocerlo, amarlo y seguirlo.
Me parecen palabras a veces incomprensibles, subjetivas, como que no pueden concretarse en el diario vivir. Pero es entonces cuando debo dejar al Espíritu Santo trabajar en mi vida, que sea Él quien inspira, cada gesto, palabra, acción y silencio. En otras palabras, fiarme de su poder transformador, de su capacidad de hacer grandes todas las cosas.
¡Cuántas obras de misericordia podemos hacer en casa, con los nuestros!
Ser más atentos y menos indiferentes con nuestros padres, amar más al cónyuge, perdonar a nuestros hermanos, visitar a la tía enferma, animar al primo que está en paro, escuchar más a los abuelos. Y si se trata de un desconocido, ayudar al que necesita pan y abrigo, dar consejo a quien desespera, animar a quien está caído. No podemos ir por el mundo volteando la mirada, encerrados en nuestro propio yo, como si nada pasara a nuestro alrededor. Muchas crisis en la familia, en nuestras sociedades, son el resultado de la indiferencia, de la incapacidad de diálogo y perdón.
Por eso cada nuevo año, es propicio para replantear nuestra forma de vivir, y no solamente definir las nuevas metas. Tan importante es cambiar de trabajo, cómo ser más corteses y escuchar a nuestros hermanos.
Pidamos la gracia, para ser instrumentos de amor y misericordia, y confiemos en que el autor de nuestro cambio, de nuestra conversión, será el niño Dios que apuesta cada día por nuestra salvación.