“La misericordia es el primer atributo de Dios. Es el nombre de Dios. No hay situaciones de las que no podamos salir, no estamos condenados a hundirnos en arenas movedizas”, asegura el Santo Padre.
Con palabras sencillas y directas, el Pontífice se dirige a cada hombre y mujer entablando un diálogo íntimo y personal. En el centro, se halla el tema que más le interesa, la misericordia, un eje fundamental de su magisterio. En cada página vibra el deseo de llegar a todas aquellas almas –dentro y fuera de la Iglesia– que buscan sanar las heridas físicas y espirituales, darle un sentido a la vida, encontrar un camino de paz y de reconciliación. Según señala la propia editorial en la sinopsis de la obra, en primer lugar se encuentra esa humanidad inquieta y doliente que pide ser acogida y no rechazada: los pobres y los marginados, los presos y las prostitutas, pero también los desorientados y los que viven alejados de la fe, los homosexuales y los divorciados.
En la conversación con Tornielli, el Papa explica –a través de recuerdos de juventud y episodios relacionados con su experiencia como pastor– las razones de un Año Santo Extraordinario que ha deseado intensamente. Sin ignorar las cuestiones éticas y teológicas, subraya que la Iglesia no puede cerrar la puerta a nadie.
Entre otros temas, Francisco afronta con franqueza el vínculo entre misericordia, justicia y corrupción. Y a esos cristianos que se colocan a sí mismos en las filas de los justos, les recuerda: “También el Papa es un hombre que necesita la misericordia de Dios”.