P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: El vino nuevo traído por Cristo a nuestro mundo y a cada hogar, por mediación de María.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Jesús ocupa el centro del relato de las bodas. El “vino” que Jesús trae es excepcional, abundante (más de quinientos litros) y superior al agua incolora, inodora e insípida de las tinajas de “piedra” del judaísmo; alusión a la ley, escrita en tablas de piedra. Cristo no trae un sistema doctrinal, sino la manifestación de su misterio. Por eso elige unas bodas. La alianza mesiánica fue anunciada por los profetas bajo el simbolismo de unas bodas (cf. Os 2,16-25; Jr 2,1s; 3,1-6; Ez 16; Is 54,4-8). El vino era una característica sobresaliente de los tiempos y bienes mesiánicos. Si el agua de los judíos purificaba los cuerpos; el vino de Cristo purificará las almas, porque lo convertirá después en su Sangre bendita. El cuarto evangelio da inicio a la actividad de Jesús con la alegría de las bodas mesiánicas. El esposo es Jesús y la esposa, la pequeña comunidad que se le une por la fe. La gloria que los discípulos contemplan en Jesús es su manifestación como el nuevo esposo mesiánico. Y la presencia de María ahí representa al Antiguo Testamento y a la humanidad entera. Constata la falta de algo que era esencial en los tiempos mesiánicos: la abundancia y exquisitez del vino. Así lo afirma después el organizador de la fiesta. Y Ella, con amor misericordioso y materno, intercede por nosotros delante de su Hijo. Y consigue el milagro, adelantando la Hora de su Hijo y también su propia hora como madre de la humanidad redimida. Al llamarla de “Mujer”, Jesús está afirmando que los lazos de la familia de Dios son más fuertes que los de la sangre. Jesús actúa porque se lo pide su madre, ¡cuánto más cuando haya llegado su Hora!
En segundo lugar, las bodas de Caná son la primera boda cristiana que nos consta, leyendo los evangelios, donde Jesús en persona entró y compartió el vino de su bendición, elevando esa unión natural matrimonial a sacramento, fuente de gracia divina y reflejo del amor que Él tiene por la Iglesia. Sin Cristo en el matrimonio, y en la vida, nos faltará el vino del amor, de la alegría y del sentido pleno de la existencia; y nuestro vino humano se avinagrará fácilmente. Con Cristo, tendremos siempre el vino de primera cualidad que nunca se agriará. Vino que alegrará un hogar y la convivencia matrimonial. Vino que compartiremos con los hijos, parientes y amigos, con manifestaciones de interés, de ternura, generosidad, consejo. Vino que con el paso de los años –si continua Jesús en el centro de la familia- tendrá un buqué especial que regocijará los ojos, el olfato y el paladar, y nos ayudará a vencer las dificultades normales de la convivencia. Basta sentarnos y saborear una copa de ese vino nuevo traído por Cristo para que las penas se aminoren, la sonrisa florezca en los labios y los abrazos se estrechen una vez más. Por eso, el signo milagroso de Caná expresa el “sí” de Cristo al amor, a la fiesta, a la alegría de todos los matrimonios y familias.
Finalmente, y cuando nos falte el vino, ¿qué hacer? ¿Cuál es el vino que nos falta en nuestro mundo? ¿El vino de la paz, el de la ternura en tantas familias; el vino de la fe, de la esperanza y del amor en tantos corazones; el vino de la verdad en tantas mentes…? Cuando faltan estos vinos, la vida se «avinagra». Surgen las peleas, las separaciones, los divorcios, los intereses partidistas, los chanchullos económicos, las frivolidades vacuas, la mentira como herramienta de comunicación, el relativismo moral, la violencia y el terror. ¿Qué hacer? Invocar a María; Ella es la omnipotencia suplicante, como dirá san Bernardo. María vio la carencia en la boda, la hizo suya solidariamente, y se puso manos a la obra. No se quedó en relatar lo que sucede y lamentarse por lo que falta o va mal. Darse cuenta del «vino» que nos falta, arrimar el hombro en lo que de nosotros depende, teniendo en la Palabra de Jesús nuestra fuerza y nuestra luz. Esto fue Caná. Esta fue María. Termina el Evangelio diciendo que «los discípulos creyeron en El» (Jn 2,11). El final es que habiendo vino, hubo fiesta, y los discípulos viendo el signo, el milagro, creyeron en Jesús. Necesitamos milagros de «vino»; el mundo necesita ver que los vinagres del absurdo se transforman en vino bueno y generoso, el del amor y la esperanza, el que germina en fe. Hay un brindis pendiente siempre. Que sea con vino como el de María en Caná.
Para reflexionar: ¿cómo está la tinaja de mi corazón: vacía, medio llena o llena hasta el borde? ¿Tiene vino de alegría y entusiasmo, o agua incolora, inodora e insípida? ¿Qué cosas me avinagran el vino que Cristo me dio en mi casamiento, el día de mi ordenación sacerdotal, el día de mi consagración religiosa? ¿Suelo invocar a María Santísima para que interceda por mí delante de su Hijo Jesús?
Para rezar: María di a tu Hijo que se nos está acabando el vino de la alegría, del amor, de la fe y de la confianza. Dile a tu Hijo que hay muchas familias sólo con agua o peor, con vino avinagrado; que se apiade de ellas. Gracias, María, por tu intercesión. Sácanos de apuro, como lo hiciste en Caná.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org