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El joven mexicano José Sánchez del Río será declarado santo

El anuncio precede el viaje del Papa a México. Aprobada el decreto para la canonización tras el milagro atribuido a la intercesión de este mártir de la guerra cristera

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Nacido el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán, José fue el tercero de cuatro hijos del matrimonio de Macario Sánchez Sánchez y María del Río. Al estallar «la Cristiada», sus dos hermanos mayores, Macario y Miguel, se alistaron en las filas de defensa de la libertad religiosa en la región de Sahuayo. Pero a José no lo admitieron debido a su corta edad.
La vida y testimonio de este joven mártir quedó registrada en la película Cristiada, largometraje del año 2012 que que narra la guerra civil mexicana (1929–1929), conocida como ‘Cristera’ y cuyos personajes son varios de los beatificados por Benedicto XVI y canonizados por Juan Pablo II.
Durante una peregrinación que José hizo a la tumba de Anacleto González, quien también fue beatificado, pidió por su intercesión la gracia del martirio. E insistió más en ser admitido en las filas cristeras. Su madre se oponía, pero José le respondió: «Mamá, nunca como ahora es tan fácil ganarnos el Cielo».
Fue a Cotija –en su estado natal– para entrevistarse con el general «cristero» Prudencio Mendoza. Le dijo que si no tenía fuerzas suficientes para cargar el fusil, podía ayudar a los soldados con las espuelas, engrasaría las armas, prepararía la comida y cuidaría los caballos. El General lo admitió.
Además de servir a la tropa, pronto José se convirtió en su clarín y abanderado. Como el gobierno perseguía a los familiares de «los cristeros», José, para proteger a su familia que era conocida y de dinero, hizo que todos sus compañeros lo llamaran José Luis.
En un enfrentamiento con los federales, el 6 de febrero de 1928, casi lograron tomar prisionero a Guízar Morfín porque le mataron el caballo; pero José, bajándose del suyo, se lo ofreció: «Mi general, tome usted mi caballo y sálvese; usted es más necesario y hace más falta a la causa que yo». El general Guízar pudo escapar, pero los federales apresaron a José y lo llevaron a la cárcel de Cotija, donde escribió a su madre y de alguna manera logró hacerle llegar la carta.
Al día siguiente, martes 7 de febrero, fue trasladado a Sahuayo y puesto a disposición del diputado federal Rafael Picazo Sánchez, quien le asignó como cárcel el templo parroquial.
Picazo le presentó varias oportunidades para huir: le ofreció dinero para que se fuera al extranjero, y luego le propuso mandarlo al Colegio Militar. José, sin titubear, lo rechazó.
Picazo sabía que los Sánchez del Río tenían dinero porque había sido su vecino, así que les pidió cinco mil pesos en oro para que rescataran a José. Don Macario Sánchez de inmediato trató de juntar esa cantidad, pero cuando José lo supo, pidió a su familia que no pagaran el rescate porque él ya había ofrecido su vida a Dios.
Esa primera noche de prisión en la parroquia, contempló cómo se profanaba el templo. Ahí se verificaba todo tipo de desórdenes y libertinajes de la soldadesca; además servía de albergue al caballo de Picazo, y el presbiterio era el corral de sus finos gallos de pelea. Ya entrada la noche, José logró desatarse, mató a los gallos, cegó al caballo y volvió a su rincón.
Al día siguiente Picazo se enfrentó a José, quien respondió: «La casa de Dios es para venir a orar, no para refugio de animales». Y al ser amenazado, José respondió: «Estoy dispuesto a todo. ¡Fusílame para que yo esté luego delante de Nuestro Señor y pedirle que te confunda!». Ante esta respuesta uno de los ayudantes golpeó a José en la boca tumbándole los dientes.
El viernes 10 de febrero lo trasladaron al Mesón del Refugio, donde le anunciaron su muerte. Escribió para que su tía Magdalena le llevara el Viático. A las once de la noche le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo obligaron a caminar a golpes hasta el cementerio. Los vecinos escucharon cómo José iba gritando por el camino: «¡Viva Cristo Rey!».
Ya en el panteón, el jefe de la escolta ordenó que lo apuñalaran. A cada herida José volvía a gritar: «¡Viva Cristo Rey!».
Por crueldad le preguntaron si quería enviar un mensaje a su papá. José respondió: «¡Que nos veremos en el Cielo! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!». Para acallar aquellos gritos, el jefe sacó su pistola y le disparó en la cabeza. José cayó bañado en sangre. Eran las once y media de la noche del viernes 10 de febrero de 1928.
Uno de los testimonios del martirio fue la carta que José envió a su madre el lunes 6 de febrero de 1928, en la cual dice:
«Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir; pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento porque muero en la raya al lado de Nuestro Señor. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica. Antes, dile a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del más chico, y tú haz la voluntad de nuestro Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba».

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ZENIT Staff

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