Ciclo C Textos: Is 6, 1-2a. 3-8; 1 Co 15, 1-11; Lc 5, 1-11
Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: La vocación, o sea, el llamado de Jesús a seguirle.
Síntesis del mensaje: Continuamos con el ministerio de Jesús en Galilea. Ahora, con la vocación de sus primeros discípulos, junto al lago de Tiberíades y la pronta respuesta de dos parejas de hermanos. Como preparación de esta escena leemos en la primera lectura la vocación profética de Isaías. Hoy se nos invita a reflexionar en el sentido de la vocación en la vida de todo cristiano.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Dios a unos llama para la vida consagrada o sacerdotal. ¿Quién llama? Dios nuestro Señor y Padre. ¿A través de qué o de quiénes llama? A través de causas segundas: un sacerdote, un amigo, una lectura, un accidente, un retiro, una decepción. ¿A quién llama? A hombres y mujeres normales, con virtudes y defectos, pero que sienten en su corazón un llamado especial a dar la vida y energías a Dios mediante una especial consagración. ¿A qué llama? A consagrarse a Cristo en cuerpo y alma, ya sea como sacerdote, o monja, o religioso o consagrado laico. ¿Por qué llama? Porque Dios es libre y llama a quien quiere por amor y libertad; no se vio obligado a escogernos por ser buenos; ni tampoco nuestros pecados le impidieron de elegirnos. ¿Para qué llama? Para estar con Él, intimar con Él, conocer los secretos de su corazón, y después para ir a predicar y llevar su nombre y su mensaje de salvación por todas las partes del mundo, echando las redes con todo el arte a derecha y a izquierda, adelante y atrás (evangelio). ¿Dónde llama? A unos llama en la parroquia, a otros en el colegio o universidad, a otros en un hospital, y quién sabe si también a través de sueños o después de haber caído en el pozo oscuro y lóbrego del pecado. ¿Cómo llama? Con gran respeto de nuestra libertad, pero con mucho amor y confianza; a veces con insistencia, otras, suavemente. ¿Qué pide? Dejar todo y seguirlo, confiados en Cristo que nos llama. ¿Qué ofrece? Aquí en la tierra, su amistad y compañía, su gracia y consuelo; y después, la vida eterna. ¿Cuál debería ser la respuesta de ese hombre y de esa mujer? La misma de los profetas, apóstoles y tantos hombres y mujeres de todos los siglos: “Aquí me tienes. ¿Qué quieres de mí? Mándame”. ¿Por qué algunos y algunas dan negativas a Dios? Por el misterio de la libertad, porque les cuesta dejar todo, como le pasó a ese joven rico, por tanto, por apego a este mundo y a sus vanidades.
En segundo lugar, a otros Dios llama para la vida matrimonial. Ya escuchamos tantas reflexiones que los obispos pronunciaron durante el sínodo de la familia. El matrimonio es un don y regalo que Dios concede a unos hombres y mujeres para ser sacramento del amor de Cristo con su Iglesia, para ser signos del amor esponsal de Cristo con la Iglesia, para prolongar el amor fecundo de Dios en otros seres queridos, los hijos, traídos al banquete de la vida por amor y en el amor. En ese matrimonio no puede faltar nunca el vino del amor, como pasó en Caná; y cuando las tinajas amenacen por vaciarse, imploremos a María que interceda ante su Hijo por esos matrimonios tentados, en crisis, en desajustes y dificultades normales, provocados por alguno de los cónyuges y permitidos por Dios para que maduren en su entrega. En la vocación matrimonial también esposo y esposa e hijos están llamados a la santidad de vida, viviendo en la fidelidad y en la educación humana y cristiana de los hijos, a quienes Dios les encomendó. Por eso, urge reconquistar las prácticas de piedad en familia, como se dijo en el sínodo: misa dominical, oración antes de las comidas, el rezo del santo rosario. El mundo quiere ver hoy esas “iglesias domésticas” donde reina la unión, la armonía, el aprecio. Son ya antesalas del cielo. Y los hijos aprenderán el valor de la familia. Y como dice el padre Zezinho: “…y que el hombre retrate la gracia de ser un papá.
La mujer sea cielo, ternura, afecto y calor, y los hijos conozcan la fuerza que tiene el amor. Bendecid, oh Señor, las familias. Amén”.
Finalmente, también hay un tercer grupo a quien Dios llama para una vida de solteros dedicados a una causa noble y digna, no por cobardía ni miedo a una vida matrimonial o consagrada. Es un hecho que Dios no quiere “solterones” –basta releer el libro del Génesis-, pero puede pedir a algunos la soltería para dedicarse a una misión específica que pide también la entrega de todo el ser y energías. Aquí no tratamos de quien tiene alguna discapacidad permitida por Dios; ya es bastante la cruz que lleva encima. Hablamos de los que están en su sano juicio y con buena salud. Hermoso es ver un hijo o una hija cuidando de su padre o de su madre enfermos. Edificante contemplar esa persona dedicada las 24 horas a esos prójimos que se encuentran en un hospital. O aquel maestro o maestra felices, abocados a la enseñanza de niños y niñas en escuelas del interior o en colegios de la ciudad. Mucho mérito tiene también quien se consagra a los ancianos en asilos o geriátricos. Todas estas son causas nobles y dignas que exigen la totalidad de la vida y fuerzas. Detrás de estas vocaciones se esconde la fuerza del amor, pues “si no tengo amor, nada soy”.
Para reflexionar: ¿Ya descubrí la vocación de Dios en mi vida? ¿A qué espero para responderle con prontitud y amor? ¿Qué voy a perder si dejo todo y le sigo? ¿Qué voy a ganar? Meditemos estas palabras de santo Tomás: “A los que Dios elige para una misión, los dispone y prepara de suerte que resulten idóneos para desempeñar la misión para la que fueron elegido” (Suma Teológica, 3, q.27, a. 4c).
Para rezar: Entonemos la famosa canción de Cesáreo Garabain:
Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
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Comentario a la liturgia dominical
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