Jesús Resucitado

Jesús Resucitado (Foto ZENIT - HSM)

Su última voluntad

VI Domingo de Pascua

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Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las necesarias”
Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya”
Apocalipsis 21, 10-14. 22-23: “Un ángel me mostró la ciudad santa, que descendía del cielo”
San Juan 14, 23-29: “El Espíritu Santo les recordará todo cuanto yo les he dicho”
Hoy, primero de Mayo, día de San José Obrero, nuestro recuerdo y oración por todos los obreros.
Ha luchado contra todo y contra todos. Algunos la admiran, otros la envidian y muchos la tiran a loca. Ella lo único que trata es de cumplir la voluntad que sus padres le expresaron antes de fallecer. Al ser hija única, todo le pertenecería pero sus papás dispusieron que una parte considerable de la herencia fuera destinado a los pobres y a instituciones que velaran por los derechos de los demás. Los parientes cercanos no están de acuerdo pues esperaban una “partecita” de aquellas posesiones, otros le dicen que se debe quedar con todo, que por qué tiene que andar repartiendo. Sin embargo ella siempre responde: “Es la voluntad de mis padres y la voy a cumplir. Sus últimos deseos son sagrados para mí”. Hoy se nos presentan unas sentencias de Jesús, recogidas como testamento, como parte de las últimas palabras que comunicó a sus discípulos en la última cena. Así escuchemos, meditemos y guardemos en nuestro corazón las palabras de Jesús.
Empieza Jesús a hablar de amor, pero un amor traducido en obras, un amor que cumple, un amor que es realidad: “El que me ama, cumplirá mis palabras”. Quizás a alguno le pudiera sonar como que “habría que cumplir las leyes” y con eso bastaría. De hecho, muchas traducciones dicen “el que me ama cumplirá mis mandamientos”. Pero es todo lo contrario, no se trata meramente de cumplir leyes, sino de amar y de amar de verdad. Muy en sintonía con lo que nos dice la primera lectura sobre el concilio de Jerusalén: no es imponiendo una carga pesada de leyes como se alcanza el Reino de los Cielos. Sino cumpliendo lo estrictamente necesario (Hch 15).
Al suscitarse una fuerte discusión sobre si a los paganos se les debe exigir la circuncisión y con ello la adhesión a todas las leyes y costumbres de los judíos, la primera comunidad opta por “dejarse llevar por el Espíritu” y se cuestiona qué es lo más importante del “nuevo camino” que ha enseñado Jesús. Descubren que es más importante el espíritu que la ley. Para los cristianos la circuncisión ya no es ni será importante. Este rito y tradición ha perdido toda vigencia. Ya no es necesario hacer ritos externos alejados de la justicia y del amor misericordioso de Dios. En el cristianismo hombres y mujeres somos iguales, y en el Bautismo adquirimos todos la dignidad de hijos de Dios y miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Creemos necesario realizar una constante “circuncisión del corazón” para que tanto hombres como mujeres logremos purificarnos del egoísmo, del odio, de la mentira y de todo aquello que nos degenera. Hay que quitar los ídolos del corazón.
A San Pablo le queda muy claro y, cuando platica de este primer concilio, recuerda con gusto que, después de discutir sobre la obligación de la circuncisión, “solamente nos pidieron que tuviéramos muy en cuenta a los pobres, cosa que siempre he tratado de hacer”. Cristo quiere que actuemos igual que él: la señal de la presencia de su reino, no eran los grandes milagros o los grandes ritos, sino el Evangelio vivido y predicado por y con los pobres. Los pobres reciben la gran noticia de que Dios está de su lado. ¿Qué señas damos nosotros de que el Reino de Jesús está en medio de nosotros? ¿Cómo cumplimos la palabra de Jesús?
La segunda palabra viene a darnos la seguridad de una presencia dentro de nosotros, la experiencia del Dios Trino en cada uno de nosotros: “Vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Ser cristiano no es cuestión de leyes ni ritos, sino fundamentalmente vivir la presencia de Dios, experimentar su amor, ser expresión de su amor. A veces nos empeñamos en mantener o imponer ritos o signos que no son necesarios o buscamos una uniformidad a ultranza en cosas no centrales y ahogamos esa presencia de Dios en cada uno de nosotros y en nuestra comunidad. Tendríamos que descubrir, a la luz de la voluntad de Dios, qué cosas son más importantes y qué cosas no lo son y están destinadas a cambiar sin que cambie el verdadero sentido de nuestro cristianismo. Ojalá no ahoguemos con nuestras reglas la presencia del Dios Trino en medio de nosotros.
En este nuestro mundo donde la violencia se ha adueñado de todos los ámbitos, donde se justifican las guerras más crueles y pasan desapercibidas las muertes de tantos hermanos nuestros, donde corremos el riesgo de perder la paz, de acobardarnos, Cristo no invita a que fortalezcamos nuestro corazón: “No pierdan la paz, ni se acobarden”. ¿Cómo no tener miedo a los horrores del narcotráfico cuando se han metido a todos nuestros pueblos y a todas las comunidades? ¿Nos quedaremos cruzados de brazos viendo cómo nuestros jóvenes se corrompen y se contagian de la ambición del poder y del dinero? Escuchemos la palabra de Jesús y miremos las verdaderas causas y ataquemos, no con las ametralladoras que no sirven de nada, sino yendo al fondo de los problemas. Si logramos dar valores y fortaleza de corazón a los niños y a los jóvenes, no caerán en la garras del vicio. Pero si descuidamos su educación y nosotros mismos no somos ejemplo de coherencia y de perseverancia ¡qué fácil caerán los ingenuos jóvenes!
Nunca el cristiano debería sentirse huérfano. El vacío dejado por la ausencia física de Jesús, será llenado plenamente por la presencia viva del Espíritu, que está en nosotros y nos enseña el arte de vivir en la verdad: “El Espíritu Santo, el Paráclito, les enseñará”. Lo que configura la vida del verdadero creyente no es el ansia del placer, ni la lucha por el éxito, ni la obediencia a una ley. El verdadero creyente no cae ni en el legalismo ni en la anarquía, sino que busca con el corazón limpio la verdad. Su vida no está programada por prohibiciones, sino que viene animada e impulsada positivamente por el Espíritu. Ser cristiano no debe ser un peso que oprime o atormenta, sino la emocionante aventura de dejarse guiar por el amor creador del Espíritu que vive en nosotros y que nos hace vivir con alegría y libertad el camino del amor.
Guardemos en el corazón estas palabras de Jesús, son su tesoro y su testamento. Dejémonos guiar por el Espíritu creador que suscitará nuevos caminos para hacer presente su fuerza en este mudo de cambios e inseguridades. Pidamos al Señor que cada uno de nosotros descubramos y vivamos con libertad, pero con seriedad, “lo esencial del evangelio”.
Señor Jesús, que nos dejas como herencia y mandato el amor a ti y a los hermanos, transforma nuestro corazón para que dejándose guiar por el Espíritu, se inflame en tu mismo amor. Amén

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Enrique Díaz Díaz

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