(ZENIT – Monterrey).- Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor en el Centro de Humanidades Clásicas de la Legión de Cristo, en Monterrey (México).
Idea principal: La Ascensión del Señor nos invita a “volar” al cielo con la mente y con el corazón.
Síntesis del mensaje: Este misterio glorioso de la vida del Señor se resume así: Jesús, después de su vida en la tierra, de haber dejado instituida su Iglesia y habernos regalado su presencia resucitada y perpetua en los sacramentos, volvió al cielo, de donde había bajado para realizar la salvación de la humanidad, para sentarse a la diestra del Padre y ser nuestro intercesor. Y desde allá nos enviaría el Espíritu Santo que guiaría a la Iglesia y nos guiaría a cada uno a ese cielo prometido y anhelado por todo corazón humano.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, en este día el hombre debería anhelar “volar” al cielo. Cuenta la mitología que el primer hombre que realizó el sueño inmortal de todos los mortales, volar, fue Ícaro, hijo de Dédalo, el ingeniero constructor del laberinto de Creta. Gracias a unas alas de pluma y mimbre, que le construyó su padre y se las pegó con cera a las espaldas, Ícaro despegó un día de la isla de Creta rumbo al Olimpo, que era el cielo de los dioses paganos. Pero, al sobrevolar el mar Egeo, atravesó las nubes, le pegó el sol, le derritió la cera, le despegó las alas y, ¡todo su gozo en un pozo!, el pobre Ícaro cayó al mar entre las islas de Samos, patria chica del teorema de Pitágoras, y la de Patmos, destierro del evangelista san Juan. Pero con el fracaso de Ícaro no se les acabaron a los hombres las ganas de despegar de la tierra y subir al cielo. El 12 de abril de 1961, el cosmonauta ruso Juri A. Gagarin despegó de la base siberiana de Baikonur a las 9.07 a.m. y, a bordo de su cápsula espacial Wostok, en 89 minutos trazó una elipse de 175 y 327 kms de altura alrededor de la tierra. Y aunque este ruso se burló de Dios diciendo: “Estuve por el cielo y no he encontrado a Dios”, sin embargo, el hombre sigue anhelando el cielo. Y es una verdad de fe que el cielo existe. Y que allí está Dios. Y que Jesús, un día como hoy subió al cielo por la vertical del Olivete.
En segundo lugar, Jesús no es ni un Ícaro ni otro Gagarin. Pero esta gran noticia de la Ascensión del Señor es de un evento teológico de primera magnitud, que desvió el curso de la historia humana, trastornó los planes de los hombres y hoy nos tiene a nosotros de testigos. Enseña lo siguiente: han terminado las páginas de la historia en que algunos hombres y mujeres privilegiados vivieron la cercanía inmediata y sensible de Jesús resucitado, y ahora hay que pasar página. Ya nunca más ningún mortal volverá a verle, oírle, tocarle, sentirle…de carne y hueso. Pasemos página. Y ahora comienza la historia de la presencia resucitada, mística, pero real de Cristo que dijo: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo” (Mt 28, 19-20). Comenzó la era de la Iglesia de Jesús, que dijo: “Seréis mis testigos…hasta los últimos confines de la tierra” (Hech 1, 8), y lo somos. Ésta es la era del Espíritu de Jesús, que dijo: “Seréis bautizados con el Espíritu Santo” (Hech 1, 5), y lo fuimos. Cuando Jesús les habló por última vez, no volvieron a verle más con los ojos del cuerpo, pero comenzaron a sentir su presencia con los ojos de la fe y pensaron: realmente subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Esto es la Ascensión.
Finalmente, y los hombres de hoy, ¿será que sienten esta presencia de Cristo y anhelan el cielo? Algunos tienen ojos que miman y ceban y no hartan. Y por eso, no miran al cielo. Otros entre tantas diversiones hacen pesado el corazón y no se elevan a las alturas celestiales. Viven el consejo del poeta Horacio: “Carpe diem”, disfruta el día, y lo estrujan como a un limón, hasta la última gota; y después experimentan la resaca, la soledad, el hastío y el asco. ¿Y el cielo? Nada. No obstante, hay cosas todavía que levantan el ánimo y nos invitan a mirar hacia arriba: la sonrisa limpia de un niño, un poco de belleza en un atardecer, un “te quiero” pero bien dicho, un adiós con sincera nostalgia, una llamada de un amigo, el espectáculo del mar sereno, un minuto de libertad, un rato de oración íntima en una capilla donde está prendida la vela del Santísimo. Todo esto nos invita a mirar y a “volar” al cielo, al menos por momentos. Y alegrar y dar sentido a nuestra existencia, a nuestros dolores y fatigas, a nuestros actos de generosidad y bondad. No, la vida no acaba acá. Después de nuestra pasión y muerte, vendrá la resurrección y la ascensión. Como con Jesús. Ascendemos para entrar en Dios, encontrarnos con Él y disfrutar de su presencia amorosa. Y Él nos está esperando. Y Cristo, ya nos preparó una morada. En este día se acaban las nostalgias y las penas, pues hemos llegado a nuestro cielo natal. Allí todo es alegría y júbilo y amor. Pero con Dios y los amigos de Dios.
Para reflexionar: ¿Cuántas veces pienso diariamente en el cielo? ¿Qué es lo que más me gusta del cielo? ¿Qué hago para poder llegar un día a ese cielo que Cristo nos abrió con su Ascensión? ¿La certeza del cielo me hacen llevaderos el sufrimiento y la cruz en mi vida? ¿Qué hago para llevar a todos mis seres queridos al cielo?
Para rezar: recemos con Fray Luis de León en su Oda en la Ascensión:
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, obscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?…
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?…
Dulce Señor y amigo,
dulce padre y hermano, dulce esposo,
en pos de ti yo sigo:
o puesto en tenebroso
o puesto en lugar claro y glorioso.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
Mosaico en la antigua Iglesia de Santa Sofía (Estambul).
Comentario a la liturgia dominical – Séptimo domingo de Pascua Solemnidad de la Ascensión del Señor
Ciclo C Textos: Hech 1, 1-11; Heb 9, 24-28; 10, 19-23; Lc 24, 46-53