Una familia con el abuelo (ZENIT cc)

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Todos por la familia

En ella nos jugamos el presente y el futuro de la humanidad

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Una gran coalición de organizaciones católicas y evangélicas del país ha promovido una caminata, o marcha, los días 10 y 24 del presente, para defender la familia formada por un hombre y una mujer, así como el derecho de los niños a tener un papá y una mamá y a ser educados según las preferencias de sus padres. No somos los obispos y pastores protestantes quienes organizamos este evento, aunque sí lo apoyamos de corazón. Independientemente del número que se congregue en las diferentes ciudades o poblaciones, lo importante es que los laicos se manifiesten públicamente y digan a los legisladores lo que piensan sobre el matrimonio y la educación. Esto es democracia real. Mal harían los legisladores y las autoridades en no escuchar el clamor de un pueblo que los eligió para que lo representaran. Si no lo toman en cuenta, se deslegitiman a sí mismos y pierden más credibilidad.
Estas caminatas no se han organizado en todas partes, no por falta de interés, sino porque también hay otras iniciativas a favor de la familia. Por ejemplo, en Chiapas, ha habido diálogos con legisladores y autoridades sobre el asunto. Se han promovido conferencias sobre los nueve capítulos de la Exhortación del Papa Francisco Amoris laetitia, para que no todo quede en un día, sino que se profundice cuanto implica ser y formar una familia.
Por otra parte, una gran número de obispos del país estamos participando en un curso de formación permanente, en Monterrey, precisamente sobre la nueva legislación eclesiástica en relación con las familias en situaciones complicadas, como el caso, sobre todo, de divorciados vueltos a casar, y sobre cómo proceder judicial y pastoralmente cuando se presentan abusos de clérigos hacia menores. Nos ilustran especialistas de la Curia Romana. Nos importan mucho la familia y la protección de los niños. No faltan quienes, cuando defendemos valores familiares acordes con nuestra fe, nos tachan de homofóbicos y de inmediato sacan a relucir casos de pedofilia clerical. Los ha habido, no se puede negar; pero ninguna otra institución como la Iglesia nos hemos preocupado por dar atención adecuada a estos casos. Todo sea por la familia, por el derecho de los niños a una infancia feliz y armónica, psicológica y socialmente.
PENSAR
El Papa Francisco, en dicho documento, nos dice: “Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece” (No. 35).
Los dos grandiosos primeros capítulos del Génesis nos ofrecen la representación de la pareja humana en su realidad fundamental. En ese texto inicial de la Biblia brillan algunas afirmaciones decisivas. La primera, citada sintéticamente por Jesús, declara: «Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó». Sorprendentemente, la imagen de Dios tiene como paralelo explicativo precisamente a la pareja hombre y mujer. La fecundidad de la pareja humana es imagen viva y eficaz, signo visible del acto creador” (No. 10). “La pareja que ama y genera la vida es la verdadera escultura viviente, capaz de manifestar al Dios creador y salvador. Por eso el amor fecundo llega a ser el símbolo de las realidades íntimas de Dios” (No. 11).
ACTUAR
Defendamos la familia: en el hogar, en la escuela, en las calles, en los recintos legislativos, en los medios de comunicación. En ella nos jugamos el presente y el futuro de la humanidad.
Como Iglesia, no imponemos a la sociedad un modelo de familia, pero sí lo ofrecemos, seguros de que nuestro ofrecimiento es un bien para la comunidad.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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