Exequias de Navarro Valls (Foto web Opus Dei)

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Homilía de Mons. Mariano Fazio, en el funeral de Navarro Valls

El vicario generale della prelatura dell’Opus Dei en la iglesia de San Eugenio en Roma

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(ZENIT – Roma, 7 Jul. 2017).- El funerale di Joaquín Navarro-Valls, fallecido el pasado miércoles 5 de julio se realizó este viernes en la iglesia de San Eugenio en Roma 
A continuación el texto de la homilía de mons. Mariano Fazio, vicario generale della prelatura dell’Opus Dei:
«Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor (cfr. Jn 11, 25). Estamos aquí reunidos, en torno al altar, para despedir los restos mortales del querido Joaquín, elevando nuestra plegaria al Padre de la Misericordia en sufragio por su alma, con la paz y la serenidad que nos dan las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, mo morirá para siempre” (Jn 11, 25-26).

Joaquín era un hombre de fe, y durante toda su vida procuró ser consecuente con lo que creía. Muchos de nosotros tenemos la convicción de que el Señor ya lo acogió en su seno, pero eso no quita para que pidamos por su eterno descanso. Lo hacemos confiados en el Amor de Dios, que se derrama continuamente en las almas que le aman.

Meditando en mi oración personal sobre el contenido de esta homilía, me vinieron a la mente tres ideas que pueden resumir una vida plena, lograda, llena de amor a Dios y de servicio a los demás. Estas tres ideas son lealtad, profesionalidad, don sincero de sí.

En primer lugar, lealtad. Hace unos años, en Buenos Aires, el cardenal Dziwisz recibió un doctorado honoris causa por la Universidad Católica Argentina. Presidía la ceremonia el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio. En su discurso, el hoy Papa Francisco dijo así —no son textuales sus palabras—: “No sé por cual disciplina académica le dan a don Estanislao este doctorado. Pero yo se lo daría en lealtad”. Exactamente lo mismo podemos decir de Joaquín. Era, ante todo, un hombre leal. Leal a Dios, a quien aprendió a amar desde pequeño en el seno de una familia cristiana; leal a su vocación al Opus Dei para santificarse en medio del mundo; leal en el servicio a la Iglesia, de modo particular cuando san Juan Pablo II lo llamó a desempeñar cargos de alta responsabilidad en la comunicación de la Santa Sede. Puso su vida al servicio de su misión, en las distintas etapas de su existencia.

El Señor alaba a quienes le son leales. ¡Muy bien, siervo bueno y fiel! les dice a los siervos que supieron negociar con los talentos que les había confiado (cfr. Mt 25, 21.23). Joaquín recibió muchos talentos del Señor, y supo negociar con ellos. Su lealtad se manifestó en su profesionalidad. Puso al servicio de la verdad toda su capacidad y ciencia comunicativa, primero en la Oficina de Prensa del Opus Dei, trabajando con san Josemaría, de quien aprendió tanto; después, en medios de importancia internacional y como presidente de la Asociación de la Prensa extranjera en Roma; más adelante, como director de la Oficina de Prensa del Vaticano. Tuvo iniciativa, espíritu innovativo, apertura para entender los nuevos desafíos que presentaba el desarrollo del siempre cambiante mundo de la comunicación. Los frutos de su trabajo son patentes, y los medios más importantes del mundo lo han reconocido así en las últimas horas. Su servicio leal a la Iglesia a través de su profesionalidad pone de manifiesto cómo se había identificado con el espíritu de san Josemaría Escrivá, por quien sentía un particular agradecimiento y devoción.

La tercera idea: Joaquín hizo de su vida un don sincero de sí. San Juan Pablo II repitió innumerables veces esta categoría central de la antropología cristiana, que leemos en la Constitución Gaudium et spes: “El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (n. 24). Su lealtad y su profesionalidad eran vividas con un interior desprendimiento de sí mismo, con un deseo sincero y eficaz de servir a los demás. Cuando terminó su trabajo en la Santa Sede, puso toda su capacidad profesional para impulsar las actividades del Policlínico Campus Bio-Medico, donde todos lo recuerdan por su espíritu de iniciativa y su humanidad. En las distintas etapas de su existencia procuró acercar a Dios a sus innumerables amigos, pues era un hombre que quería y se hacía querer.

Joaquín era un hombre muy agradecido, aunque tenía un cierto pudor en manifestar sus sentimientos. Estaba lleno de reconocimiento por su familia, de la que tanto recibió y a la que tanto dio. Nos unimos en un abrazo fraterno para acompañarlos en su dolor y para agradecer su presencia aquí, en Roma. Quería entrañablemente a sus hermanos en el Opus Dei, por quienes estaba dispuesto a dar su vida. Los trataba con cercanía, sentido del humor, con una cierta ironía británica que manifestaba una agudeza de espíritu. Tuve la oportunidad de convivir con él unos cuantos años. Fui testigo de ese cariño. Cuando le pedí el año pasado si podía llamar a mi madre por su cumpleaños —se vieron solo una vez, pero nació inmediatamente un cariño recíproco—, él se adelantó a hacerlo, sin que yo se lo recordara. En los últimos meses, cuando se encontraba ya debilitado, se emocionaba al ver cómo sus hermanas de la Obra organizaron todo, discretamente, para hacerle más llevadera la última etapa de su vida en su hogar. Se emocionaba al ver el cariño que le mostraban san Juan Pablo II, Benedicto XVI, san Josemaría, el beato Álvaro del Portillo, santa Teresa de Calcuta, Mons. Javier Echevarría y el actual Prelado, Mons. Fernando Ocáriz, y procuraba corresponder ante tanto afecto, que consideraba que no merecía. Fue un hijo fiel de la Iglesia, del Papa y del Padre, como llamamos familiarmente al Prelado en el Opus Dei.

Esta vida tan llena de sentido estaba basada en su intimidad con Jesús. Todos los días, hasta el último, dedicaba tiempo para dialogar con el Señor en su oración, recitaba el Rosario con gran afecto por su Madre la Virgen. Sobre todo, lo fortalecía la recepción diaria del sacramento de la Eucaristía. Esa era su verdadera fortaleza, no sus abundantes talentos naturales.

Es hora de terminar. Joaquín recibió muchas bendiciones del Señor. Podemos imaginarnos el abrazo lleno de ternura que dará en el Cielo a tantos santos como trató en esta tierra. Seguiremos rezando por él, con la certeza que el Señor sabe premiar con generosidad a sus siervos buenos y fieles. Lo hacemos a través de nuestra Madre, Santa María, a quien tanto amó Joaquín en esta tierra».

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ZENIT Staff

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