La economía gig plantea algunos problemas al Estado del bienestar, tanto a su financiación como a la protección de los trabajadores. La forma de abordar estos riesgos es diferente según la cultura propia de cada modelo económico.
El llamado modelo anglosajón, propio de EE.UU., presenta un fuerte componente liberal con mayor orientación hacia el mercado libre, bajo el principio que cuanto más liberalizada sea una economía, y por tanto cuanto menos intervenga el Estado, más riqueza produce. Ello explica que en EE.UU. la figura del freelancer se ha venido aceptando con naturalidad. Las estadísticas laborales americanas incorporan el epígrafe “trabajador independiente”. En los últimos años el número de los de este tipo ha crecido sensiblemente como consecuencia del incremento de la economía gig. Esta es una de las razones de la recuperación del empleo en EE.UU., donde se acepta como un simple mal necesario.
Europa, por su lado y con distintos matices, aspira a seguir el modelo renano, basado en la combinación del libre mercado con políticas sociales de defensa del Estado del bienestar. Así se intenta facilitar la igualdad de oportunidades y la protección de aquellos que no trabajan, bien por desempleo, edad o minusvalías. En este marco la figura del freelancercasa mal. Aquí se supone que los actores sociales cooperan y negocian un “mix regulatorio”, hecho de acuerdos colectivos, legislaciones con políticas activas de empleo (cosa cada vez más difícil), fondos de ayudas y mercados de trabajo regulados. Es evidente que la aparición mundial de la economía gig tiene efectos diferentes a tenor de la cultura propia de cada modelo económico.
Trabajadores que cotizan menos
En la Eurozona no es un secreto que el trabajador autónomo contribuye menos al sostenimiento del Estado del bienestar que el trabajador asalariado. Y el objetivo era igualar el aporte de quienes trabajan por cuenta propia con el de los que trabajan por cuenta ajena. Pero todo se rompe con la irrupción de la economía gig y sus compañías, que saltándose sus responsabilidades, se benefician del trabajo freelance. Son empresas cuyo modelo de negocio se basa tanto en la digitalización, como en la negación de los derechos asociados a la condición de “asalariado” o “autónomo”. Su actividad conduce a pérdidas fiscales sustanciales para el erario público, aumentando la presión sobre el Estado del bienestar. La flexibilidad es gratificante para muchos, pero no es excusa para obtener beneficios mientras los trabajadores asumen todos los riesgos, siempre suponiendo que los Estados europeos van a poder mantener sus servicios ante una nula contribución de las empresas involucradas.
Las propuestas de los múltiples informes europeos aconsejan formalizar y regular a los actores de la economía gig para acoplarlos al marco redistributivo propio del sistema europeo. Pero no parece fácil, ya que la presencia de la economía gig equivale a aceptar que Europa ha cambiado su cultura del empleo. La vieja relación política Estado-empresario-sindicatos ha dejado de funcionar. La idea de un empleo para toda la vida, cuyo paradigma son los funcionarios, ya no está en la perspectiva de los jóvenes, que se enfrentan al empleo contingente. Es difícil pensar en un Estado protector donde convivan el empleo seguro y el propio del freelancer.
Los sindicatos, refugiados en el sector público y en grandes factorías de la época industrial, no saben cómo abordar la desaparición del empleo, por lo que la caída de su poder es inevitable, pues su antigua base ya no existe. Puesto que la economía gig puede imponerse, las legislaciones laborales deberán asumir urgentemente la figura del trabajador contingente para proceder a su amparo.
Las fuerzas progresistas no pueden olvidar su propia historia, basada en aprovechar la amplitud y profundidad de los cambios provocados por la difusión de cada revolución tecnológica, para conseguir rediseños equivalentes en el marco institucional, y así liberar para los trabajadores el potencial transformador propio del saludable aumento del conocimiento humano.
Ha llegado el momento de elaborar estrategias profundas que encaren un futuro con menos empleo. Hay incertidumbre y temor frente a la complejidad de las distintas opciones, como la implementación de una renta básica universal, reparto de empleo según el modelo japonés o fomentar el emprendimiento social según el modelo del Nobel Muhammad Yunus, entre otras. Europa requiere líderes proactivos y de mente abierta que no se queden en una batalla dogmática de principios.
Gregorio Martín es catedrático de Ciencias de la Computación (Universidad de Valencia).
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