Andrés Manuel López Obrador © lopezobrador.org.mx

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Mons. Felipe Arizmendi: Nuestra aportación al nuevo gobierno

Nuevo periodo presidencial en México

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+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas

VER

Hemos iniciado un nuevo periodo presidencial en el país. En el discurso inaugural, ¡cuántas promesas, cuántos proyectos! Llevarlos a la práctica, siempre por el bien común, no depende sólo del deseo o de decretos del Presidente, aunque diga que tiene el poder en la mano.

Dios es enemigo de robar, de mentir, de desear los bienes ajenos, de la corrupción. Así nos lo tiene señalado en el Decálogo, pero respeta nuestra libertad para seguir este camino, o hacer lo contrario. Dios no se impone. Jesucristo no tolera la corrupción; sin embargo, entre sus colaboradores había corrupción. ¡Y eso que es Dios! La mayoría nos declaramos creyentes, pero la corrupción puede estar en ti y en mí, a pesar de leyes humanas y divinas. Si no cooperamos todos, no se podrá extirpar.

Todos sufrimos la violencia y la inseguridad; acabar con ella no depende sólo de los buenos consejos de mamás santas, ni de una reorganización policíaca, o de nuevas leyes. Dios nos ordena no matar, sino hacer siempre el bien; sin embargo, ¿cuántos no le hacen caso? Se necesita rescatar las familias, respetar la vida intrauterina, cambiar el corazón, hacerle caso a Dios, para que haya armonía social. Sin esto, no se alcanza la anhelada transformación.

Vencer por siempre la pobreza, que es un anhelo profundo del mismo Dios, no depende de dádivas generalizadas, ni sólo de programas de desarrollo regional. Dios podría hacernos ricos a todos, pero no lo quiere hacer él solo sin nosotros; por ello, es necesario aprender a trabajar, desde una familia bien integrada, buscar creativamente fuentes de ingresos, no malgastar el dinero en cosas no indispensables, y todo esto depende de cada ciudadano. Jóvenes eternamente dependientes, no conocen la dignidad del trabajo.

PENSAR

¿Qué podemos aportar al nuevo gobierno? Ciertamente nuestra oración, pero no a las fuerzas de la naturaleza, a los cuatro rumbos del universo, a los espíritus de los ancestros, sino al Creador de la madre tierra, a nuestro Padre del Cielo, generador de toda vida, y a nuestra Madre de Guadalupe, como lo hicieron dos indígenas en el ritual del Zócalo, una invocando a la Virgen y otro entregando un Crucifijo al nuevo Presidente.

Recordamos lo que el Papa Francisco, en su visita a México, dijo a las autoridades civiles en Palacio Nacional: “A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz. Es una tarea que involucra a todo el pueblo mexicano en las distintas instancias tanto públicas como privadas, tanto colectivas como individuales. Le aseguro, señor Presidente que, en este esfuerzo, el Gobierno mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la civilización del amor” (13-II-2016).

Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, hicimos la opción de ser una Iglesia comprometida con la paz y las causas sociales; y en este campo, estamos dispuestos a colaborar con autoridades de toda índole y con la sociedad civil:

“La necesidad inaplazable por construir una paz firme y duradera en nuestro país, reclama que la Iglesia pueda sentarse a la mesa con muchos otros invitados: organizaciones ciudadanas, confesiones religiosas, autoridades civiles, entidades educativas, sectores políticos y medios de comunicación, entre otros, para que juntos, y aportando lo que le es propio a cada uno, podamos reconstruir el tejido social de nuestro país. Creemos que es urgente trabajar por la paz de nuestros pueblos y llegar a compromisos concretos. Como sociedad mexicana es necesario combatir todas aquellas situaciones de corrupción, impunidad e ilegalidad que generan violencia y restablecer las condiciones de justicia, igualdad y solidaridad que construyen la paz. 

Todo el Pueblo de Dios en su conjunto, estamos llamados, por el bautismo, a trabajar por la reconstrucción de la paz, a ejercer nuestro sentido profético ante esta situación, no sólo al anunciar con el testimonio el proyecto de Dios, sino denunciando con valor las injusticias y atropellos que se cometen, dejando de lado temores y egoísmos, muchas veces aún a costa de la propia vida, como ha sucedido con periodistas, defensores de los derechos humanos, líderes sociales, laicos y sacerdotes” (Nos. 175-176).

ACTUAR

¿Qué podemos hacer tú y yo, para que los buenos proyectos del nuevo Presidente se hagan realidad? El no tiene una varita mágica para enderezar el país. Hagamos lo que nos corresponde, sobre todo educando para el bien actuar desde nuestra familia.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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