(ZENIT – 18 dic. 2018).- De la abogacía al laicado misionero, del agnosticismo al enamoramiento de Dios, Antonio Martín de las Mulas Baeza (Madrid, 1977) nos hace transitar con él en esta entrevista por algunas de sus vivencias que le llevaron hasta Viernes Santo, la obra ganadora del 38 Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, fallado el pasado 13 de diciembre en el Instituto Cervantes de Nueva York.
Se gradúa en Derecho en la Universidad CEU-San Pablo de Madrid, aunque tenía vocación de filósofo, carrera que estudia durante dos años. Se dedica en libre ejercicio al derecho con bastante éxito por cerca de quince años hasta que en el 2015 decide trasladarse a Medellín (Colombia) y entregarse, como esposo y padre de una niña, a la vida misionera.
Es catequista de niños en uno de los barrios más desfavorecidos de la localidad de Bello, e igualmente forma parte del grupo Reina de la Paz, de Medellín, vinculado a la espiritualidad católica de Medjugorje.
Como poeta tiene en su haber varios reconocimientos, entre los que destaca el primer premio del XII certamen de poesía Rodrigo Caro en 2003. Sus poemas han sido publicados en diversas revistas literarias y antologías.
Su encuentro, siendo un joven de 20 años agnóstico, con otro poemario vencedor del Premio Fernando Rielo de Poesía Mística, Mientras espero, de +Julio Eladio Martín de Ximeno, cambiarían su vida veinte años después.
Antonio Martín admite que al principio rechazó el libro porque le pareció demasiado simple pero a medida que se adentró en él la inocencia y el candor del autor le cautivaron. No era todavía el momento de su conversión.
Ofrecemos la entrevista del ganador del 38 Premio Fernando Rielo de poesía mística con Zenit:
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Procedente del ámbito del derecho, ¿cómo desemboca en un arte tan particular como el de la poesía mística?
Por un proceso de conversión tras estar 17 años sin pisar una iglesia. Fue la experiencia de un encuentro personal con el Señor, que viví como un enamoramiento, el que me hizo querer ofrecérselo todo a Él, incluido la poesía.
¿Y cómo comenzó a escribir poesía?
Creo que fue en el colegio, en el bachillerato, tenía unos 16 o 17 años, los que teníamos ciertas inquietudes artísticas nos hicimos amigos. Íbamos juntos a las clases de guitarra, pintábamos, escribíamos poesía, leíamos filosofía, conversábamos sobre lo divino y lo humano. Luego en la universidad pasó lo mismo, unos días íbamos al metro a tocar flamenco, otro a la facultad de filosofía para colarnos en la clase de algún profesor. Escribíamos pequeñas obras de teatro a tres manos, hacíamos dibujos, nos pasábamos los poemas. Después de eso acabé en un taller de poesía de la universidad. Allí estuve un año y aprendí muchas cosas que no sabía sobre el ritmo, la rima, y otras técnicas que me vinieron luego muy bien. Supongo que estaba un poco inmerso en el arte y así una cosa te lleva a la otra.
¿Por qué poesía mística?
Después de convertirme todo cambió. Yo siempre había sido un muchacho con una cierta sensibilidad para las cosas del arte. Era muy intenso, tenía muchas inquietudes. Pero conocer a Jesucristo me ha cambiado totalmente la vida. La filosofía ya no tiene sabor para mí, ni la poesía mundana, ni la literatura, ni la música en cualquiera de sus géneros, ni el arte. Para un enamorado todo lo demás queda en un segundo plano. Ahora me han cambiado los gustos. Prefiero leer las Sagradas Escrituras, y escuchar música de alabanza a Nuestro Señor, y leer los salmos, admirar la pintura religiosa. El evangelio dice que cuando uno encuentra la perla, vende todo lo que tiene para comprar el campo donde se haya. Todos mis ímpetus están ordenados al Señor. Es algo así. Todo en mi vida gira en torno Él, y soy feliz, no quiero lo de antes. Estaba ciego y ahora veo. Y por eso si toco la guitarra sólo pienso en componer una canción para Jesús. Si hago un poema solo quiero darle gloria a Él. Todo que tengo es para Él.
¿Qué le llevó a escribir Viernes Santo?
El amor a Dios. Además Viernes Santo no es sólo un libro de poesía mística. Los poetas místicos casi siempre hablan con Dios a través de sus poemas, le dicen cosas. En «Viernes Santo» es Nuestro Señor el que toma la palabra para decirnos que nos ama, que está muriendo por nosotros. Y digo que no es sólo un libro de poesía mística porque también contiene el Kerigma, es decir la buena noticia: que Cristo nos ama y ha dado su vida por nosotros. Esta noticia -y no otra- es la que dice San Pablo (en la carta a los Corintios) que es la que tenemos que predicar a las naciones para llevar las almas al Señor. Podemos decir entonces que «Viernes Santo» es también un especie de kerigma poético que Nuestro Señor anuncia a los lectores para su conversión. De este modo la poesía y la evangelización convienen a un mismo fin: las almas, las almas, el tesoro más preciado del Señor.
¿Qué lugar ocupa la poesía en su camino espiritual?
Creo que lo más importante es la obediencia al director espiritual. Con más razón si cabe cuando no estamos de acuerdo con él. Esto es esencial y ésta la obediencia que más vale. Sin esta clase de obediencia no se puede avanzar. Por otro lado la poesía la siento como un medio para dar gloria a Dios, para alabarle, para bendecirle, para orarle, para decirle lo mucho que le queremos. Es cierto que muchas veces durante el proceso de escritura los poetas descubrimos muchas luces. Y en este sentido la poesía también es un medio de iluminación con que Nuestro Señor nos asiste. Otras veces obtenemos la iluminación con la lectura. No es infrecuente encontrarse con místicos que hacen buena teología a través de su poesía. Es de lo más habitual. Al final se trata de transmitir una verdad. Los medios son infinitos. Y el Señor se vale de todo.
Con María Luján González Portela
Directora de Prensa
Instituto Id de Cristo Redentor
Misioneros y misioneras identes