Isaías 6, 1-2. 3-8: Aquí estoy, Señor, envíame
Salmo 137: Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste
I Corintios 15, 1-11: Esto es lo que hemos predicado y lo que ustedes han creído
San Lucas 5, 1-11: Dejándolo todo, lo siguieron
Su figura pequeñita contrasta con su fuerza espiritual. Incansable, dinámica, entregada… “No entiendo mi vida sin Jesús”. Es religiosa desde tiempos inmemoriales, la edad ha mermado sus fuerzas, pero su espíritu inquieto sigue vivo y su pasión por Jesús y los pobres crece cada día más. “Desde el primer día dije ‘Sí’ a Jesús y quiero seguírselo diciendo cada día. No puedo apartar de mi su mirada, no puedo olvidar su invitación… no puedo separar su rostro de los más pobres y sencillos. En ellos lo he encontrado y me ha dado felicidad”. Entrega plena brotada de un encuentro con Jesús. ¿Nos dejamos mirar por Jesús? ¿Nos dejamos inquietar por sus palabras? Sólo un encuentro con Él cambiará nuestras vidas.
En nuestro caminar hemos ido encontrando personas que, tocadas por un encuentro profundo con Jesús, han cambiado completamente su vida. No pueden entender su existencia sin la presencia de Jesús. San Lucas también nos cuenta esta experiencia profunda de los discípulos que han tenido un encuentro y una llamada tan fuerte que les trastocó por completo. Es impactante la presencia de Jesús en la vida de sus nuevos compañeros. Se nota en las palabras de Pedro: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”, o en la expresión que retrata a todos los discípulos: “estaban llenos de asombro”, pero sobre todo en las consecuencias drásticas de este encuentro: “dejándolo todo, lo siguieron”. Quizás lo narrado por San Lucas parezca tan extraordinario que pensemos que realmente debió suceder durante un periodo largo de tiempo que les permitió conocer más a Jesús y profundizar más toda esta experiencia. Es cierto, pero tenemos que darnos cuenta que en la vida de las personas, casi siempre, hay un hecho, un acontecimiento, que impacta el interior y del que arranca un cambio profundo. Hoy San Lucas nos lo muestra en la vida de los discípulos.
De llamadas y respuestas se compone la liturgia de hoy y se centra en un solo tema: la vocación. Las tres lecturas proponen un encuentro que transforma. Con frecuencia cuando decimos “vocación”, lo hemos reducido al plano de la vida religiosa y sacerdotal, pero el llamado de Dios tiene un horizonte mucho más amplio. La llamada es una propuesta de Dios a todo hombre y a toda mujer, y espera una respuesta sincera de cada uno. Las formas serán muy diversas, pero el que llama y la finalidad para la cual nos llama, serán únicos: participar y hacer participar de la vida plena a todos los hombres. La tarea es enorme pero también la ilusión y el amor que nos impulsan serán grandes.
Entre el llamado y la misión siempre aparece la respuesta libre del hombre que se adhiere a este proyecto. Isaías, después de haber sido tocado en sus labios y en su corazón, responde con valentía: “Aquí estoy, Señor, envíame”. Así también se nos presenta San Pablo que, aunque se considera como un aborto e indigno de llamarse apóstol, se entrega por completo a su vocación de testigo de Jesús. Hoy cada uno de nosotros también recibe esa invitación a participar del sueño de Jesús. Es un fuerte llamado, urgente llamado, ante una sociedad que tiembla y se estremece, que se desalienta porque ha equivocado sus esfuerzos en medio de la noche y ya no tiene arrestos ni la ilusión que la impulse a intentarlo de nuevo. Los que tienen su seguridad prefieren no abandonar la orilla. No están dispuestos a arriesgarse confiando sólo en la palabra de Jesús, prefieren sus seguridades, su riqueza y su comodidad.
Nuestra humanidad se encuentra en la cuerda floja. Da la impresión de que bastaría un pequeño detonante para que todo se viniera abajo, pero lo más triste es que se percibe un sentimiento de impotencia y pesimismo que induce a la indiferencia o al fatalismo. Ante los fracasos de las propuestas económicas y sociales, no se encuentran caminos que ayuden a construir un mundo mejor. Claro, todo se ha basado en la economía, en el sistema neoliberal, en el comercio, en la ambición. Cristo hoy propone una nueva solución teniendo en el centro a la persona. No partir del dinero, ni del poder, ni de la ambición, sino partir de lo esencial: el valor y la dignidad de las personas y de la comunidad.
Pedro aprende una nueva profesión, pescador de hombres, y una nueva técnica: confiar sólo en la Palabra. También Cristo nos mira, nos llama y nos invita a esta nueva profesión con sus nuevos métodos. Ser pescador de hombres hoy, significa participar en todas las empresas que quieren evitar su perdición y destrucción. Ser pescador de hombres compromete en la búsqueda de una mayor igualdad, de una paz más estable, de un cambio total de los valores que mueven la sociedad. Ser pescador de hombres es construir con los pequeños un nuevo mundo. Jamás podremos decirnos discípulos de Jesús si permanecemos fuera o indiferentes ante estos movimientos de salvación y liberación.
No seremos sus seguidores, si nos contentamos con trabajar un poco por las mañanas. Necesitamos fatigarnos toda la noche y, después de haber fracasado una y otra vez, tener los ánimos y la esperanza suficientes para remar mar adentro y lanzar nuevamente las redes. La única forma de manifestar el amor de Dios es compartiendo este amor con todas las personas. Sí, también hoy nosotros como Pedro necesitamos sacudirnos nuestras ataduras y lanzar nuevamente nuestra red “confiando sólo en su palabra”.
¿Cómo hemos sentido el llamado de Jesús? ¿Cuáles son los fracasos que nos atan y limitan para construir una nueva sociedad? ¿A qué le tenemos miedo? ¿Qué significa para nosotros en estos días ser “pescadores de hombres”? ¿Cuánto confiamos en la Palabra de Jesús?
Padre Bueno, que tu amor incansable cuide y proteja siempre a estos hijos tuyos, que han puesto en tu Palabra toda su esperanza. Que el fracaso no nos lleve nunca a dejar de luchar y que la Resurrección de tu Hijo sea el ejemplo y el modelo de toda nuestra vida. Amén.