(ZENIT – 15 febrero 2019).- El Papa Francisco aprobó el martirio del siervo de Dios Salvador Víctor Emilio Moscoso Cárdenas, sacerdote de la Compañía de Jesús; nacido en Cuenca (Ecuador) el 21 de abril de 1846 y asesinado, por odio a la fe, en Riobamba (Ecuador) el 4 de mayo de 1897.
La Santa Sede lo hizo público el pasado 13 de febrero de 2019, anunciando que el Pontífice se había reunido el día anterior en audiencia con el Cardenal Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, para autorizar este decreto y otros 7 más.
Los decretos autorizados por el Santo Padre fueron los relativos a la canonización del Cardenal John Henry Newman y de la beata india Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan, así como la aprobaócin de las virtudes heroicas del español Manuel García Nieto, de la colombiana María Berenice Duque Hencker, del cardenal húngaro Jozsef Mindszenty, y de los italianos Giovanni Battista Zuaboni y Serafina Formai.
Vida del futuro beato
Una de las vías de beatificación y canonización reconocidas por la Iglesia es el martirio para quienes fueron despojados de su vida in odium fidei, por odio a la fe que profesaron. Es la que ha supuesto la promulgación del decreto de venerabilidad de este religioso jesuita ecuatoriano Salvador Víctor Emilio que llevaba en sus entrañas el patrimonio de la fe que le legaron sus padres.
Un hombre bondadoso, sencillo y humilde, sin ningún afán de notoriedad y deseos de poder, que, sin ofender a nadie, fue cobardemente asesinado.
Había nacido en Cuenca, Azuzay, Ecuador, el 21 de abril de 1846 recibiendo el agua del bautismo seis días más tarde. Colombia y Ecuador se hallaban enfrentados y la Compañía de Jesús de la que formaría parte y dentro de la cual obtuvo la palma del martirio había sufrido los envites de quienes se oponían a su presencia y acción evangelizadora viéndose expulsados en un vaivén que los mantuvo en medio de las tensiones de esos países.
Salieron de Ecuador obligados por los gobernantes en 1850 y García Moreno los acogió de nuevo en 1862. Pero proseguían las tensiones y los riesgos para los religiosos llegaron a ser tan serios que eligieron Riobamba y Cuenca como destino para su propia protección.
Justamente cuando Emilio se hallaba cursando leyes en la universidad a sus 18 años los jesuitas tenían casa abierta en Cuenca, lo cual le permitió ingresar en el noviciado. Profesó en el capilla de santa Mariana de Jesús en Quito.
Avezado filósofo
Posteriormente se trasladó a Colegio Seminario San Luís para completar su formación, que ya era significativa puesto que mostró ser un avezado filósofo, y ello le capacitó para ejercer la docencia en el Colegio San Felipe de Riobamba del que fue elegido vicerrector y al que llegó en 1892.
Pero en 1895 se produjo una invasión del país por parte de los liberales cuyas tropas en 1896 se habían hecho con la capital de la República sin lograr anexionarse grupos, como en Riobamba que no les eran leales. Fue el motivo por el cual tuvieron en el ojo de mira al obispo de Riobamba y a los religiosos jesuitas en quienes vieron responsables de tal resistencia. Llegando lejos apresaron al prelado y a renglón seguido a los jesuitas. Era el 2 de mayo de 1896.
La madrugada del 4 de mayo de 1897 Emilio se hallaba orando cuando tropas militares que luchaban contra los que conformaban la resistencia que se habían atrincherado en el colegio de los jesuitas, se vio en el ojo del huracán. Aquellos ignoraban que la comunidad estaba dentro por eso tomaron el centro educativo que juzgaron lugar estratégico para combatir a los militares.
Dos disparos a quemarropa
Pero éstos recibieron los ataques de la resistencia juzgando que tales provenían del colegio siendo que, en realidad, los jesuitas estaban ajenos a lo que acontecía fuera. No tardaron en darse cuenta. Los militares asaltaron el colegio, echaron abajo las puertas del templo y profanaron las Sagradas Formas destruyendo lo que hallaron al paso amén de proferir insultos vejatorios contra la comunidad.
Al hallar al P. Moscoso orando sin mediar palabra le asestaron dos disparos a quemarropa y después de tanta infamia aún añadieron otra más colocando en sus manos el arma homicida para hacer creer a todos que la muerte del religioso se produjo en la refriega en la que él habría estado implicado. Pero Dios que todo lo conoce al paso del tiempo restituye no solo la imagen de este religioso, que ya tenía fama de virtud y como tal era reconocido, sino que la Iglesia fundada por Cristo, a la que amó abre la vía para ser elevado a la gloria de Bernini.