SÉPTIMO DOMINGO TIEMPO COMÚN
Ciclo C
Textos: 1 Sam 26, 2.7-9.12-13.22-23; 1 Co 15, 45-49; Lc 6, 27-38
Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
Idea principal: Amemos y perdonemos a nuestros enemigos. Esta es la regla de oro del cristianismo.
Síntesis del mensaje: Hoy toda la liturgia está permeada de misericordia. Bien nos hará profundizar en esta virtud, corazón del cristianismo. Cristo, en este discurso de la llanura, nos pide amor misericordioso sobre todo con los enemigos, algo muy difícil de practicar, porque el hombre por naturaleza es vengativo y rencoroso. Perdonar a nuestros enemigos, humanamente es imposible, pero si Dios pone alguna de las fibras de su corazón en el nuestro o si nos hace un “trasplante de corazón”, sí podremos.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, David nos da ejemplo de gran magnanimidad –con los ojos de Cristo, diríamos de gran misericordia- con el rey Saúl. Lo tenía a tiro de piedra para acabar con él, por todo el mal que el rey por envidia le deseaba, aunque David nada malo le había hecho a Saúl. David venció el deseo de venganza, justificado humanamente, con ese gesto de magnanimidad. Por respeto y veneración al ungido de Dios, David supo perdonarlo. No quiere arriesgarse a que Dios le castigue por haber puesto la mano encima al consagrado del Señor. Por eso se contenta con llevarse la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y después grita desde lejos: “¡Rey!, aquí está tu lanza, manda uno de tus criados a recogerla”. Este gesto de grandeza de alma de David, renunciando a la venganza, sin duda fue inspirado y premiado por Dios. Más tarde, el rey David tendrá necesidad de esa gran misericordia de Dios, porque pecó gravemente (2 Sam 11).
En segundo lugar, Jesús nos pide mucho más, respecto a nuestros enemigos. No sólo que renunciemos a responder a la violencia con la violencia, a las palabras violentas con palabras violentas, sino que los amemos y los perdonemos. Es la regla de oro del cristianismo. ¿Razones para perdonar a nuestros enemigos? Primero, son creaturas de Dios, como nosotros. Y muchos de ellos, por el bautismo, son hijos de Dios, y por lo mismo hermanos nuestros. Otro motivo: porque Dios nos ha perdonado y no nos trata según nuestros pecados (Salmo). El último motivo nos lo ofrece el Papa Francisco: “¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices” (Mensaje del Papa Francisco para la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, 2016). Sigue el Papa: “El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (Vultus misericordiae, n. 10). El perdón es la única respuesta para romper la escalada de odio y represalias que nos tienta, tanto en el nivel de las relaciones políticas como en la vida eclesial y familiar. Nos aconseja de nuevo el Papa Francisco: “Cuánto deseo que (…) nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia” (Mensaje para la Cuaresma 2015).
Finalmente, reflexionemos en lo que Cristo nos dice: “La medida que uséis la usarán con vosotros”. Debemos medir con una medida generosa, “colmada, remecida, rebosante” (evangelio). De este modo obtendremos que Dios nuestro Padre nos colme de sus gracias. Es un hecho, el hombre está llamado a amar y ser amado. No hay más remedio que amar, porque ninguno puede parar el tictac del corazón. Siquiera por minutos. Amar, sí. Ya sea, sacando del corazón a los hermanos pequeños del amor cristiano: un saludo, una amabilidad, un respeto, un detalle, un adiós. Y debemos enterrar las hermanas pequeñas del odio: la crítica, la mala cara, el sacarle la vuelta para no saludar al otro. Pero un cristiano no se conforma con dar a conocer los hermanos menores del amor. Tiene que dar a conocer también a los hermanos mayores de ese amor cristiano, que llamamos caridad: el perdón sincero y lleno de misericordia, el acercarnos al que nos hirió y darle un abrazo sincero, el hablar bien de quien sabemos que nos despellejó hace unos días o unos meses o unos años, el ayudar a alguien que maltrató a alguno de nuestra familia. Estos son los hermanos maduros de nuestra caridad cristiana. Son frutos del Espíritu Santo que sana nuestro corazón y anida en él estos maravillosos destellos de la caridad de Dios.
Para reflexionar: San Juan Pablo II supo perdonar a Ali Agca, asesino profesional, que quiso matarlo el 13 de mayo de 1981 con una Browning del calibre 9. Le disparó con una pistola, hiriendo al Santo Padre en el vientre, en el codo derecho y en el dedo índice. Fue llevado al hospital Policlínico Gemelli y la operación duró cinco horas y veinte minutos. Cuatro días después del atentado, en el mismo hospital, manifestaba: «Rezo por el hermano que me ha disparado, a quien sinceramente he perdonado». El Papa lo perdonó públicamente en su primer discurso después del atentado. Y pocos años más tarde en diciembre de 1983, el Papa lo visitó a la cárcel de Rebibbia, conversó con él y le otorgó el perdón. Yo, ¿hubiera hecho lo mismo? ¿Qué capacidad de perdón tengo?
Para rezar: Hoy nunca mejor que el himno de san Francisco de Asís:
Hazme un instrumento de tu paz
donde haya odio lleve yo tu amor
donde haya injuria tu perdón señor
donde haya duda fe en ti.
Maestro ayúdame a nunca buscar
el ser consolado sino consolar
ser entendido sino entender
ser amado sino yo amar.
Hazme un instrumento de tu paz
que lleve tu esperanza por doquier
donde haya oscuridad lleve tu luz
donde haya pena tu gozo señor.
Maestro ayúdame a nunca buscar
el ser consolado sino consolar
ser entendido sino entender
ser amado sino yo amar.
Hazme un instrumento de tu paz
es perdonando que nos das perdón
es dando a todos como tu nos das
muriendo es que volvemos a nacer.
Maestro ayúdame a nunca buscar
el ser consolado sino consolar
ser entendido sino entender
ser amado sino yo amar.
Hazme un instrumento de tu paz
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org