(zenit – 20 marzo 2020).- Bajo el tema general de “María durante la vida pública de Jesús”, el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ofreció al Papa y a la Curia Roma su segunda predicación de Cuaresma.
Debido a la emergencia sanitaria, esta prédica fue grabada y transmitida posteriormente, indica Vatican News.
De acuerdo al citado medio vaticano, el padre Cantalamessa comenzó recordando que en las meditaciones de esta Cuaresma se continúa el camino iniciado en Adviento, siguiendo las huellas de la Madre de Dios: “Será una manera de meternos bajo la protección de la Virgen en un momento tan crítico para toda la humanidad debido a la pandemia del Coronavirus”.
La presencia de la Virgen
Después de señalar que no se habla demasiado de María en el Nuevo Testamento, o al menos no tanto como desearíamos, teniendo en cuenta el desarrollo que tuvo en la Iglesia la devoción a la Madre de Dios, el predicador declaró que si ponemos atención, nos damos cuenta de que “María no está ausente en ninguno de los tres momentos constitutivos del misterio de la salvación. De hecho, existen tres momentos muy precisos que, juntos, forman el gran misterio de la Redención. Estos son: la Encarnación del Verbo, el Misterio pascual y Pentecostés”.
El sacerdote explicó que “estas tres presencias de María en los momentos claves de nuestra salvación” no pueden casuales. Por ello, en esta Cuaresma deseamos seguir a María en el Misterio pascual, dejándonos guiar por ella en la comprensión profunda de la Pascua y en la participación en los sufrimientos de Cristo.
Tomar de la mano a María
“María nos toma de la mano y nos anima a seguirla en este camino, diciéndonos como una madre a sus propios hijos reunidos: ‘Vamos también nosotros a morir con él’. En el Evangelio, es el apóstol Tomás quien pronuncia estas palabras, pero es María quien las pone en práctica”, puntualizó.
El Padre Cantalamessa expuso además que “el Misterio pascual no comienza, en la vida de Jesús, con el prendimiento en el huerto y no dura solo durante la Semana Santa”, sino toda su vida. Desde el saludo de Juan Bautista que lo indica como el Cordero de Dios, es una preparación para su Pascua. Y, de acuerdo al Evangelio de Lucas, la vida pública de Jesús fue toda una “lenta e inexorable subida hacia Jerusalén, donde consumaría su éxodo”.
Nueva Eva
Según el predicador, paralelamente a este camino del nuevo Adán obediente, se desarrolla el camino de la nueva Eva. Por esta razón también para María el Misterio pascual había comenzado desde hacía tiempo: “Ya las palabras de Simón sobre el signo de contradicción y sobre la espada que le traspasaría el alma contenían un presagio que María conservaba en su corazón, junto con todas las demás palabras”.
Por otra parte, planteó “¿qué sucede normalmente en un camino de santidad después de que un alma ha sido colmada de gracia, después de que ha respondido generosamente con su ‘sí’ de fe y ha comenzado voluntariosamente a cumplir obras buenas y a cultivar la virtud?”.
Y respondió: “Viene el tiempo de la purificación y del despojamiento. Viene la noche de la fe. Y veremos, de hecho, que María, en este período de su vida, nos sirve como guía y modelo precisamente en esto: de cómo comportarnos cuando viene en la vida ‘el tiempo de la poda’”
La kénosis de María
Asimismo, tras remitir a san Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris Mater, que aplica a la vida de la Virgen la gran categoría de la kénosis, en la que al pie de la cruz, María participa, mediante la fe, en el desconcertante misterio de este despojamiento; el padre aseveró algunas enseñanzas del Concilio Vaticano II, de san Juan de la Cruz y, naturalmente, del Nuevo Testamento, donde, por ejemplo, “encontramos palabras fuertes de Jesús”. Y afirmó que “María, siendo la madre, aprendió la obediencia por las cosas que padeció”.
También María aprendió la fe y la obediencia, pues creció en ellas gracias a los sucesos que padeció, para que nosotros podamos decir de ella, con toda confianza: no tenemos una madre que no sepa compadecerse con nuestras enfermedades, nuestro cansancio, nuestras tentaciones, habiendo sido ella misma probada en todo a semejanza de nosotros, a excepción del pecado.
El padre Cantalamessa también presentó otras imágenes de María durante la vida pública de Jesús y, con el relato de los evangelios, añadió un último detalle del que habla san Lucas al referirse a las “seguidoras femeninas de Jesús”, es decir, a un cierto número de mujeres piadosas que habían sido beneficiadas por parte de Jesús y que “lo atendían con sus bienes”. Esto es, que cuidaban de las necesidades materiales suyas y de los apóstoles, como preparar una comida, lavar o remendar ropa.
La kénosis de Jesús
“La kénosis de Jesús consistió en el hecho de que, en lugar de hacer valer sus derechos y sus prerrogativas divinas, se despojó de ellas, asumiendo el estado de siervo y pareciendo en el exterior un hombre como los demás. La kénosis de María consistió en el hecho de que, en lugar de hacer valer sus derechos como madre del Mesías, se dejó despojar de ellos, apareciendo delante de todos como una mujer igual a las otras”, describió el sacerdote.
Y prosiguió explicando que “la cualidad de Hijo de Dios no sirvió para ahorrarle a Cristo alguna humillación y, del mismo modo, la cualidad de Madre de Dios no le sirvió a María para ahorrarle algunas humillaciones”.
“Jesús se comportó con la Madre como un director espiritual lúcido y exigente que, habiendo vislumbrado un alma excepcional, no le hace perder el tiempo, no la deja detenerse en lo bajo, entre sentimientos y consolaciones naturales, sino que la empuja en una carrera sin tregua hacia el despojamiento total, de cara a la unión con Dios. Enseñó a María la renuncia de sí misma. Jesús dirige a todos sus seguidores de todos los siglos, con su Evangelio, pero a la Madre la dirigió a viva voz, en persona”, puntualizó.
El silencio de la Virgen
En torno a la cuestión sobre cómo reaccionó María a esta conducta del Hijo y de Dios mismo en relación a ella, el padre sugirió releer los textos recordados en los que nunca se constata “la más mínima mención de conflicto de voluntad, de réplica o de auto justificación por parte de María; ¡nunca una intención de hacer cambiar de decisión a Jesús!”.
Y es aquí donde aparece la santidad personal y única de la Madre de Dios, la maravilla más alta de la gracia. María callaba. Su respuesta a todo era el silencio. No un silencio de repliegue o de tristeza, más bien un silencio bueno y santo. Y el hecho de que calle no significa que para María todo sea fácil, que no deba superar luchas, fatigas y tinieblas, reveló: “Ella estuvo exenta del pecado, no de la lucha y de lo que San Juan Pablo II llamaba ‘el cansancio de creer’”.
Finalmente, indica la misma fuente, la predicación concluyó, en este tiempo de gran tribulación para todo el mundo, dirigiendo a la Virgen la antigua oración: “Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!”.