(zenit – 30 marzo 2020).- “Oremos hoy por tantas personas que no logran reaccionar: que están asustados por esta pandemia. Que el Señor les ayude a levantarse, a reaccionar por el bien de toda la sociedad, de toda la comunidad”.
Esta es la petición de oración del Santo Padre en la Misa de la Casa Santa Marta transmitida en directo. La antífona de este lunes de la quinta semana de Cuaresma constituye una sentida invocación a Dios: “Ten piedad de mí, oh Dios, porque el hombre me ha pisoteado; me oprime combatiéndome todo el día” (Sal 55, 2).
En su homilía, Francisco comenta las lecturas de hoy, tomadas del Libro del Profeta Daniel (Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62) y del Evangelio de Juan (Jn 8, 1-11), que hablan de dos mujeres a las que algunos hombres quieren condenar a muerte: la inocente Susana y una adúltera que sabe que es culpable de su pecado.
Recordar que somos pecadores
Para Francisco los acusadores son jueces corruptos en el primer caso e hipócritas en el segundo. E indica: “¿Qué hace el Señor con esta gente? Salva a la mujer inocente, le hace justicia. Perdona a la mujer pecadora. A los jueces corruptos los condena; a los hipócritas los ayuda a convertirse, y ante el pueblo dice: ‘Sí, ¿de verdad? El primero de vosotros que no tenga pecados, que tire la primera piedra’, y uno a uno se van”.
Y recordó que “cada uno de nosotros tiene sus propias historias. Cada uno de nosotros tiene sus propios pecados. Y si no se recuerdan, piensa un poco: los encontrarás. Agradece a Dios si los encuentras, porque si nos lo encuentras, eres un corrupto”.
Así, continuó: “Miremos al Señor que hace justicia, pero es tan misericordioso. No nos avergoncemos de estar en la Iglesia: avergoncémonos de ser pecadores”.
Confiar en la misericordia de Dios
De esta manera, siendo conscientes de nuestros pecados, podremos pedir perdón al Señor con confianza que nos perdone. Y prosiguó: “Agradezcamos a Dios que no somos corruptos, que somos pecadores. Y cada uno de nosotros, mirando cómo actúa Jesús en estos casos, confíe en la misericordia de Dios. Y rece, confiando en la misericordia de Dios, pida el perdón”.
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitándonos a hacer la comunión espiritual.
A continuación, sigue el texto completo de la homilía a través de transcripción ofrecida por Vatican News.
***
Homilía del Papa
En el Salmo Responsorial rezamos: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”.
Esta es la experiencia de estas dos mujeres, cuya historia leímos en las dos lecturas. Una mujer inocente, falsamente acusada, calumniada, y una mujer pecadora. Ambas condenadas a muerte. La inocente y la pecadora. Algunos Padres de la Iglesia vieron en estas mujeres una figura de la Iglesia: santa, pero con hijos pecadores. Decían en una hermosa expresión latina: “La Iglesia es la casta meretriz”, la santa con los hijos pecadores.
Ambas mujeres estaban desesperadas, humanamente desesperadas. Pero Susana confía en Dios. También hay dos grupos de personas, de hombres; ambos al servicio de la Iglesia: los jueces y los maestros de la Ley. No eran clérigos, pero estaban al servicio de la Iglesia, en el tribunal y en la enseñanza de la Ley. Diferentes. Los primeros, los que acusaron a Susana, eran corruptos: el juez corrupto, la figura emblemática de la historia. También en el Evangelio, Jesús retoma, en la parábola de la viuda insistente, al juez corrupto que no creía en Dios y no se preocupaba por los demás. Los corruptos. Los doctores de la ley no eran corruptos, sino hipócritas.
Y de estas mujeres, una cayó en manos de hipócritas y la otra en manos de corruptos: no había salida. “Aunque vaya al valle de la sombra de la muerte, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”. Ambas mujeres estaban en un valle oscuro, fueron allí: un valle oscuro, hacia la muerte. La primera confía explícitamente en Dios y el Señor interviene. La segunda, pobrecita, sabe que es culpable, desvergonzada delante de todo el pueblo – porque el pueblo estaba presente en ambas situaciones – el Evangelio no lo dice, pero seguramente rezaba en su interior, pedía ayuda.
¿Qué hace el Señor con esta gente? Salva a la mujer inocente, le hace justicia. Perdona a la mujer pecadora. A los jueces corruptos los condena; a los hipócritas los ayuda a convertirse, y ante el pueblo dice: “Sí, ¿de verdad? El primero de vosotros que no tenga pecados, que tire la primera piedra”, y uno a uno se van. Tiene algo de ironía, el Apóstol Juan, aquí: “Aquellos, habiendo escuchado esto, se fueron uno por uno, comenzando por los ancianos”. Les deja un poco de tiempo para que se arrepientan; a los corruptos no los perdona, simplemente porque los corruptos son incapaces de pedir perdón, fue más allá. Se ha cansado… no, no está cansado: no es capaz. La corrupción también le ha quitado la capacidad que todos tenemos de avergonzarnos, de pedir perdón. No, el corrupto está a seguro, sigue adelante, destruye, explota a la gente, como esta mujer, todo, todo… continúa. Se puso en el lugar de Dios.
Y a las mujeres el Señor responde. A Susana la libera de estos corruptos, la hace seguir adelante, y a la otra: “Yo tampoco te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más”. La deja ir. Y esto, delante del pueblo. En el primer caso, el pueblo alaba al Señor; en el segundo caso, el pueblo aprende. Aprende cómo es la misericordia de Dios.
Cada uno de nosotros tiene sus propias historias. Cada uno de nosotros tiene sus propios pecados. Y si no se recuerdan, piensa un poco: los encontrarás. Agradece a Dios si los encuentras, porque si nos lo encuentras, eres un corrupto. Todos tenemos nuestros pecados. Miremos al Señor que hace justicia, pero es tan misericordioso. No nos avergoncemos de estar en la Iglesia: avergoncémonos de ser pecadores. La Iglesia es la madre de todo. Agradezcamos a Dios que no somos corruptos, que somos pecadores. Y cada uno de nosotros, mirando cómo actúa Jesús en estos casos, confíe en la misericordia de Dios. Y rece, confiando en la misericordia de Dios, pida el perdón. “Porque Dios me guía por el camino correcto con motivo de su nombre. Aunque pase por un valle oscuro, el valle del pecado, no temo ningún mal porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado, sosiegan”.