(zenit – 16 abril 2020).- Es encomiable la generosidad, auténtica caridad, de tantos sacerdotes –capellanes hospitalarios– que durante la pandemia están entregándose en cuerpo y alma a atender a tantos enfermos en hospitales y otros emplazamientos.
En particular están dispensando el sacramento de la Unción de los enfermos; eso sí, con las máximas prevenciones y cuidados sanitarios posibles. Para dar muchas gracias a Dios.
La enfermedad, encuentro con Dios
La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer madurar a la persona, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es.
Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a él. Los hijos de Dios, en la enfermedad, podemos contar con Cristo médico, que “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 17; cf Is 53, 4).
Unción de Enfermos durante la pandemia
Como en todos los sacramentos, la Unción de los enfermos se celebra de forma litúrgica y comunitaria, que tiene lugar en familia, en el hospital o en la iglesia, para un solo enfermo o para un grupo de enfermos.
La asistencia del Señor a través de este sacramento quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios.
Es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un sólido puente levadizo para entrar en el Cielo.
La recepción de la Unción de enfermos no es necesaria con necesidad de medio para la salvación, pero no se debe prescindir voluntariamente de este sacramento, si es posible recibirlo, porque sería tanto como rechazar un auxilio de gran eficacia para la Salvación.
Indulgencia plenaria
Privar a un enfermo de esta ayuda podría ser injusto. Por eso la Iglesia Católica, como buena Madre que ama a sus hijos hasta el final de sus días, mediante la nota que publicó el 20 de marzo pasado la Penitenciaría Apostólica ha concedido la indulgencia plenaria a quienes se encuentren en punto de muerte y “no puedan recibir el sacramento de la Unción de los enfermos y el Viático”, siempre que estén debidamente dispuestos y hayan rezado durante su vida algunas oraciones.
La Iglesia reza por esos enfermos y los encomienda a la Divina Misericordia en virtud de la comunión de los santos, supliendo Ella misma las tres condiciones requeridas habitualmente para la concesión de la indulgencia –la confesión sacramental, la comunión eucarística y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice–. Asimismo, les recomienda el uso del crucifijo o de la cruz.
Lo anterior, además, reforzado con esta indicación de la Iglesia: “En la duda sobre si el enfermo ha alcanzado el uso de razón, sufre una enfermedad grave o ha fallecido ya, adminístrese este sacramento” (Catecismo de la Iglesia Católica, can. 1005).
Sacramento de la Penitencia
Para recibir los frutos de este sacramento se requiere en el sujeto la previa reconciliación con Dios y con la Iglesia, al menos con el deseo, ello inseparablemente unido al arrepentimiento de los propios pecados y a la intención de confesarlos, cuando sea posible, en el sacramento de la Penitencia. Por esto la Iglesia prevé que, antes de la Unción, se administre al enfermo el sacramento de la Alegría.
El sujeto debe tener la intención, al menos habitual e implícita, de recibir este sacramento. Dicho con otras palabras: el enfermo debe tener la voluntad no retractada de morir como mueren los cristianos y con los auxilios sobrenaturales que a éstos se destinan.
Alejandro Vázquez-Dodero Rodríguez
Sacerdote, doctor en Derecho Canónico y capellán del Colegio Tajamar de Madrid