(ZENIT Noticias – Ayuda a la Iglesia Necesitada / Kharkiv, Ucrania, 17.03.2022).- Kharkiv es una de las ciudades ucranianas más afectadas por la invasión rusa. Muchos edificios y pisos resultaron dañados o destruidos. En la primera semana de la guerra, un misil alcanzó la casa del obispo en la diócesis católica romana de Kharkiv-Zaporizhzhia. A pesar del peligro, el obispo Pavlo Honcharuk permanece con su pueblo. Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) envió una subvención de emergencia a la diócesis para que pueda cubrir sus necesidades diarias -gas, electricidad, agua, combustible y alimentos- y ayudar a otras personas. Ofrecemos a continuación una entrevista con el obispo católico de Kharkiv.
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Excelencia, está usted en Kharkiv, una ciudad que se ha hecho internacionalmente famosa por el sufrimiento de su gente. ¿Cómo está?
Hemos sobrevivido otra noche. Estamos vivos y bien. Todos los días la gente viene a buscar una salida de la ciudad. Hay constantes disparos, las ventanas tiemblan como si los cristales estuvieran a punto de caer. Nos hemos acostumbrado a ese ruido. Incluso nos sentimos desconfiados cuando la situación es tranquila, es decir, cuando no sabemos qué está pasando.
¿Cómo está la gente en Kharkiv?
Están sentados en búnkeres y refugios subterráneos. Es realmente peligroso. Visitamos regularmente a personas en la estación de metro, donde viven y duermen en las vías y en los vagones. Allí rezamos junto a otros, católicos y ortodoxos juntos. Estamos recibiendo ayuda humanitaria -medicinas, alimentos, pañales, etc.- que nos llega desde el oeste de Ucrania. Todo llega en pequeños autobuses o coches, que son bastante discretos y se manejan mejor. Los grandes camiones no pueden cruzar las carreteras y los camioneros tienen miedo de venir al este de Ucrania.
¿Están abiertos los hospitales?
Los hospitales están trabajando. Visitamos regularmente a los enfermos. Ayer conseguimos entregar productos sanitarios en el hospital psiquiátrico, donde la gente llevaba varios días sin productos de higiene. El director nos dio las gracias con lágrimas en los ojos. Esta es ahora nuestra misión. Un problema compartido es un problema reducido a la mitad. Organizamos la ayuda cuando podemos. Se está recibiendo mucho apoyo desde el oeste de Ucrania, y a través de la frontera polaca desde toda Europa. Es una hermosa demostración de solidaridad.
Ahora hay un gran éxodo. Vemos imágenes de un gran número de personas abandonando la ciudad. ¿Cuál es la situación?
Visité la estación donde se desarrollan escenas muy conmovedoras que me conmovieron profundamente. Como ningún hombre de entre 18 y 60 años puede salir del país, los padres se despiden de sus esposas e hijos sin saber cuándo o si volverán a verse. Antes de la guerra, muchos padres trabajaban en el Oeste y dejaban a sus hijos con los abuelos. Ayer, otra madre vino de Polonia y se llevó a sus dos hijos. Llegó en autobús con productos de primera necesidad. Los abuelos no quisieron acompañarla. La separación fue dolorosa. Veo muchos traumas en la gente, en sus ojos, en sus caras. Sobre todo los niños sufrirán las consecuencias más adelante. Definitivamente habrá enfermedades psiquiátricas después de la guerra.
¿Cómo es la atención pastoral en una situación tan crítica? ¿Se puede hablar de pastoral?
No en el sentido que conocíamos, por supuesto. Pero la gente sigue queriendo confesarse. En este momento es importante rezar y sobrevivir para ayudar a las personas que están solas y no tienen a nadie que les ayude. Hay tanta necesidad, no sólo de cosas materiales, sino también de bondad, de calor humano, de una palabra amable, de un abrazo, de una llamada telefónica… Así damos testimonio de la presencia de Dios, de que está con nosotros. Es una forma de transmitir el Evangelio. Este es nuestro trabajo pastoral hoy. Hay muchos testigos del amor. Hay muchas cosas hermosas que suceden aquí.