(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 01.05.2022).- La Pontificia Academia para las Ciencias Sociales, un organismo de la Santa Sede cuya finalidad es promover el estudio y el progreso de las ciencias sociales, económicas, políticas y jurídicas, proporcionando a la Iglesia elementos para el estudio y desarrollo de su doctrina social, ha celebrado su Asamblea Plenaria. La Academia también reflexiona sobre la aplicación de esa doctrina en la sociedad contemporánea.
El viernes 29 de abril los miembros de la Academia, acompañados por el nuevo canciller, el cardenal Turckson, fueron recibidos en audiencia por el Papa. A continuación el discurso del Papa traducido al castellano.
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Les doy la bienvenida y les deseo lo mejor en esta Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Y agradezco al profesor Zamagni sus amables y perspicaces palabras.
Han centrado tu atención en la realidad de la familia. Aprecio esta elección y también la perspectiva desde la que la consideran, es decir, como un «bien relacional». Sabemos que los cambios sociales están alterando las condiciones de vida del matrimonio y las familias en todo el mundo. Además, el actual contexto de crisis prolongadas y múltiples pone en tensión los proyectos de familias estables y felices. A este estado de cosas se puede responder redescubriendo el valor de la familia como fuente y origen del orden social, como célula vital de una sociedad fraterna capaz de cuidar la casa común.
La familia ocupa casi siempre el primer lugar en la escala de valores de los distintos pueblos, porque está inscrita en la propia naturaleza de la mujer y del hombre. En este sentido, el matrimonio y la familia no son instituciones puramente humanas, a pesar de los numerosos cambios que han sufrido a lo largo de los siglos y de las diferencias culturales y espirituales entre los pueblos. Más allá de todas las diferencias, hay rasgos comunes y permanentes que revelan la grandeza y el valor del matrimonio y la familia. Sin embargo, si este valor se vive de forma individualista y privada, como ocurre en parte en Occidente, la familia puede quedar aislada y fragmentada en el contexto de la sociedad. Se pierden las funciones sociales que la familia desempeña entre los individuos y en la comunidad, especialmente en relación con los más débiles, como los niños, las personas con discapacidad y los ancianos dependientes.
Se trata, pues, de entender que la familia es buena para la sociedad, no en cuanto mera agregación de individuos, sino en cuanto relación fundada en un «vínculo de mutua perfección», por utilizar una expresión de San Pablo (cf. Col 3,12-14). En efecto, el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, que es amor (cf. 1 Jn 4,8.16). El amor mutuo entre el hombre y la mujer es un reflejo del amor absoluto e indefectible con el que Dios ama al ser humano, destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del orden social y del cuidado de la creación.
El bien de la familia no es de tipo agregativo, es decir, no consiste en agregar los recursos de los individuos para aumentar la utilidad de cada uno, sino que es un vínculo relacional de perfección, que consiste en compartir relaciones de amor fiel, de confianza, de cooperación, de reciprocidad, de las que derivan los bienes de los miembros individuales de la familia y, por tanto, su felicidad. Entendida así, la familia, que es un bien relacional en sí misma, se convierte también en fuente de muchos bienes y relaciones para la comunidad, como la buena relación con el Estado y las demás asociaciones de la sociedad, la solidaridad entre las familias, la acogida de los que tienen dificultades, la atención a los más pequeños, la lucha contra los procesos de empobrecimiento, etc.
Este vínculo perfectivo, que podríamos llamar su «genoma social» específico, consiste en la acción amorosa motivada por el don, en vivir según la regla de la reciprocidad generosa y la generatividad. La familia humaniza a las personas mediante la relación del «nosotros» y al mismo tiempo promueve las legítimas diferencias de cada uno. Esto, ojo, es realmente importante para entender lo que es una familia, que no es sólo un conjunto de personas.
El pensamiento social de la Iglesia nos ayuda a entender este amor relacional propio de la familia, como ha intentado hacer la Exhortación Apostólica Amoris laetitia, siguiendo la estela de la gran tradición, pero dando un paso adelante con ella.
Un aspecto que me gustaría destacar es que la familia es el lugar de acogida. No se habla mucho de ello, pero es importante. Sus cualidades son especialmente evidentes en las familias con miembros frágiles o discapacitados. Estas familias desarrollan virtudes especiales, que aumentan la capacidad de amor y de resistencia paciente ante las dificultades de la vida. Pensamos en la rehabilitación de los enfermos, en la acogida de los inmigrantes y, en general, en la inclusión social de los que son víctimas de la marginación, en todos los ámbitos sociales, especialmente en el mundo del trabajo.
La atención domiciliaria integrada para los discapacitados graves pone en marcha una capacidad de cuidado en los miembros de la familia que es capaz de responder a las necesidades específicas de cada persona. Piénsese también en las familias que generan beneficios para el conjunto de la sociedad, incluidas las familias adoptivas y de acogida. La familia -como sabemos- es el principal antídoto contra la pobreza, tanto material como espiritual, como lo es también contra el problema del invierno demográfico o la maternidad y paternidad irresponsables. Hay que destacar estas dos cosas. El invierno demográfico es un asunto serio. Aquí en Italia es un asunto serio comparado con otros países de Europa. No se puede dejar de lado, es un asunto serio. Y la irresponsabilidad de la maternidad y la paternidad es otro asunto grave que hay que tener en cuenta para ayudar a evitarlo.
La familia se convierte en un vínculo de perfección y en un activo relacional cuanto más permite que florezca su propia naturaleza, tanto por sí misma como con la ayuda de otras personas e instituciones, incluidas las gubernamentales. Es necesario promover en todos los países políticas sociales, económicas y culturales favorables a la familia. Se trata, por ejemplo, de políticas que permitan armonizar la familia y el trabajo; políticas fiscales que reconozcan las cargas familiares y apoyen las funciones educativas de las familias adoptando instrumentos adecuados de equidad fiscal; políticas que acojan la vida; y servicios sociales, psicológicos y sanitarios centrados en el apoyo a las relaciones de pareja y parentales.
Una sociedad «familiar» es posible. Porque la sociedad nace y evoluciona con la familia. No todo es contractual, ni todo puede imponerse por mandato. En efecto, cuando una civilización arranca de su suelo el árbol del don como gratuidad, su decadencia se hace imparable. Pues bien, la familia es el principal plantador del árbol de la gratuidad. La relacionalidad que se practica en la familia no se basa en el eje de la conveniencia o el interés, sino en el del ser, que se conserva incluso cuando las relaciones se deterioran. Me gustaría destacar este aspecto de la gratuidad, porque no se le da mucha importancia; es muy importante incluirlo en la reflexión sobre la familia. La gratuidad en la familia: el regalo, dar y recibir el regalo gratuitamente.
Creo que para redescubrir la belleza de la familia hay ciertas condiciones.
1) La primera es eliminar del ojo de la mente la «catarata» de ideologías que nos impiden ver la realidad. Esta es la pedagogía del maestro interior -la de Sócrates y San Agustín- y no la que simplemente busca el consenso.
2) La segunda condición es el redescubrimiento de la correspondencia entre el matrimonio natural y el matrimonio sacramental. De hecho, la separación entre ambos acaba, por un lado, haciendo pensar en la sacramentalidad como algo añadido, algo extrínseco, y por otro, corre el riesgo de abandonar la institución de la familia a la tiranía de lo artificial.
3) La tercera condición es, como recuerda Amoris laetitia, la conciencia de que la gracia del sacramento del matrimonio -que es el sacramento «social» por excelencia- sana y eleva a toda la sociedad humana y es fermento de fraternidad. «Toda la vida en común de los esposos, toda la red de relaciones que tejerán entre sí, con sus hijos y con el mundo, estará impregnada y reforzada por la gracia del sacramento que brota del misterio de la Encarnación y de la Pascua, en la que Dios expresó todo su amor por la humanidad y se unió íntimamente a ella» (n. 74).
Queridos amigos, al dejaros con estas reflexiones, os aseguro una vez más mi gratitud, mi aprecio por las actividades de esta Academia Pontificia y también mi oración por vosotros y por vuestras familias. Te bendigo con todo mi corazón. Y tú también, por favor, no te olvides de rezar por mí. Gracias.