(ZENIT Noticias / Kiev, 02.05.2022).- La paz reflexionada en tiempo de guerra y a la luz del Evangelio, concretamente de las bienaventuranzas, no parece tarea fácil. Pero lo hace a la luz de los acontecimientos el arzobispo mayor de los greco-católicos en Ucrania. A continuación el texto de este día 68.
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¡Cristo ha resucitado!
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy es 2 de mayo de 2022 y nuestra Patria, nuestro pueblo, está viviendo ya el 68º día de esta terrible guerra.
¡Ucrania está luchando! Ucrania se desangra, pero Ucrania triunfa.
Durante el último día, durante la última noche se libraron feroces batallas en nuestras tierras. Por lo que nos informa el ejército ucraniano, el Estado ucraniano, escuchamos que el enemigo continúa las ofensivas a lo largo de casi todo el frente en Donbás, en particular en la región de Donetsk. La ciudad de Kharkiv está siendo sometida a constantes bombardeos. Continúan los ataques con misiles contra varias ciudades y pueblos de Ucrania, especialmente en el este y en el sur de nuestro Estado.
Pero a pesar de esta gran presión militar, nuestro pueblo en verdad encuentra la fuerza para resistir al enemigo. Porque sentimos que moralmente somos más fuertes. Porque defendemos nuestra tierra. Y el que lucha por la verdad, el que lucha por la paz, siempre lleva ventaja. Incluso sobre un enemigo que puede ser cuantitativamente mayor y que puede tener más armas y recursos humanos.
Esta semana, litúrgicamente, seguimos reviviendo este acontecimiento del encuentro de los discípulos asustados con Cristo resucitado que se acerca a ellos. Y nosotros, rezando por la paz en Ucrania, escuchamos las palabras del Salvador que da la paz a sus discípulos. Él les dice: “¡La paz sea con vosotros!”.
Hoy quiero meditar con ustedes la bienaventuranza del Evangelio, que habla de esta paz de Cristo. Cristo dice: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Hoy oímos hablar mucho de los que trabajan, procuran la paz… ¿Pero de qué tipo de paz estamos hablando? A veces pensamos hoy que el que trabaja por la paz es alguien que busca transigir… que la paz es un acuerdo de no agresión o que implica claudicar de una u otra forma. Cuando alguien defiende una verdad objetiva, a veces se le considera un peligro para la paz. Porque puede que no esté de acuerdo, que no se avenga con las posturas de los otros que quizás quieran negociar a toda costa, a cualquier precio.
Pero entonces, ¿de qué procuradores de paz nos habla Cristo? ¿de qué nos habla esta bienaventuranza evangélica?
Vemos que esa paz que nos da Cristo no es la paz del transigir. No es la paz de los razonamientos puramente humanos, del consentir a un trato porque sí. Esa paz, ese shalom que Jesucristo da a sus discípulos, es sinónimo de plenitud. Plenitud de vida. Plenitud de verdad. La plenitud a la que el hombre está llamado por la fe en Cristo resucitado. De Jesús mismo, el apóstol Pablo nos dice: “En él reside toda la plenitud de la Divinidad” . Sólo quien está en paz con Dios se hace partícipe de esa plenitud. Es más, cuando recibimos de Cristo Su paz, la paz celestial y divina, nos hacemos portadores de esta plenitud. Por eso el siguiente gesto después de este saludo es el de dar la paz. Cristo sopló sobre los apóstoles con el Espíritu Santo y dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes los retengáis, serán retenidos”. Y así, el que verdaderamente procura la paz, el que verdaderamente trabaja por la paz, el que vive esa bienaventuranza; es la persona que está en paz con Dios y lleva la paz de Cristo en su interior. Más allá de toda comprensión, de todo cálculo humano. Y por lo tanto es un hijo de Dios. Y será llamado hijo de Dios por haber recibido la adopción como don del Espíritu Santo.
Hoy en Ucrania rezamos tanto por la paz… Pero entendemos que no podemos transigir con el diablo, con el mal. Porque este compromiso roba la verdadera paz de Cristo. Queremos ser portadores de la paz de Cristo. Y queremos ser hacedores de paz. Para que, en Cristo, todos los hombres se reconcilien entre sí y de este modo con el Señor Dios.
Al final de cada una de nuestras conversaciones siempre impartimos la bendición de Cristo. A menudo pedimos la bendición a un sacerdote o a un obispo. Pero, ¿qué es exactamente esa bendición? Precisamente la bendición que la Iglesia va llevando, va entregando desde aquella morada de Jerusalén, desde aquel primer encuentro con Cristo resucitado. Es la paz de Cristo. Es el Espíritu Santo que descansa en la comunidad de los Apóstoles. Al bendecir al pueblo de Dios, los obispos, los sacerdotes transmiten ese soplo del Espíritu Santo, que entonces, los doce apóstoles recibieron de su Maestro resucitado. Es justamente el Espíritu el que crea la paz. Es el Espíritu que nos hace hacedores de paz.
Reciban esa bendición de Dios, del Salvador resucitado:
La bendición del Señor y su misericordia descienda sobre ustedes por su divina gracia y amor y permanezcan ahora y siempre y por los siglos de los siglos, amén.
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!