(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 24.05.2022).- Por la mañana del lunes 23 de mayo el Papa recibió en audiencia a voluntarios del Servicio Nacional de Protección Civil. Tras saluda y dar la bienvenida, el Papa ofreció un discurso en torno a tres aplicaciones de la palabra “proteger”. Ofrecemos a continuación la traducción castellana del discurso:
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Quiero agradecer al Presidente sus palabras de saludo en nombre de todo el servicio nacional de protección civil. Sé lo encomiable que es su trabajo y me gusta recordar lo bien que lo hiiceron durante la reciente pandemia, especialmente en sus fases más agudas. Os pusisteis a disposición para ayudar a las familias más frágiles; prestasteis servicios de acompañamiento y seguridad a los ancianos y a las personas vulnerables; asististeis a tantos enfermos, pobres o solos en casa. Ustedes han apoyado la campaña de vacunación de forma competente y gratuita a través de la acción de los voluntarios. Igualmente, no ha faltado a su compromiso con la ayuda humanitaria y la acogida en Italia de los refugiados de Ucrania, especialmente de las mujeres y los niños que huyen de esta guerra absurda. Gracias por lo que habéis hecho y seguís haciendo en silencio. El bien no hace ruido, sino que construye el mundo.
Me gustaría compartir con ustedes tres puntos de reflexión y acción, sugeridos por la palabra que inspira su servicio: protección. Estáis colocados para proteger a los más expuestos al peligro y a la fragilidad. Es una misión que recuerda a la del buen samaritano del Evangelio (cf. Lc 10,29-37). Dedicas tiempo, atención y ofreces habilidades y servicios. Cuando esto ocurre, la sociedad mejora. El verbo «proteger» indica el cuidado del hermano hacia el hermano, una fraternidad concreta, guardar la vida, preservarla, velar por ella. La «protección civil» que ofrece me hace pensar en estos tres aspectos.
1) La protección que nos preserva del aislamiento social
La primera protección que necesitamos es la que nos preserva del aislamiento social: protegernos de caer en el aislamiento social. Es una forma muy importante de dar voz a la esperanza. No olvidemos que «la reciente pandemia nos permitió recuperar y apreciar a tantos compañeros de viaje que, atemorizados, reaccionaron dando su vida. Pudimos reconocer que nuestras vidas están entrelazadas y sostenidas por personas comunes que, sin duda, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida […]. Han comprendido que nadie se salva solo» (Enc. Fratelli tutti, 54).
En esta descripción también encuentro su compromiso y su testimonio. Realmente no nos salvamos solos. Tenemos que entender y ver que nuestra vida depende de la de los demás y que la bondad es contagiosa. Estar cerca de nuestros hermanos y hermanas nos hace mejores, más útiles y solidarios. Y al mismo tiempo nuestra sociedad se vuelve un poco más habitable. En la medida en que estas actitudes crecen y se conectan en un estilo de ciudadanía solidaria, entonces construyen verdaderamente la «protección civil». Las emergencias de los últimos años, relacionadas con la acogida de refugiados que huyen de las guerras o del cambio climático, nos recuerdan lo importante que es encontrar a alguien que tienda la mano, que ofrezca una sonrisa, que dedique tiempo libremente, que haga que uno se sienta como en casa. Todas las guerras marcan una rendición de la capacidad humana de protección. Una negación de lo que está escrito en los compromisos solemnes de las Naciones Unidas. Por eso, San Pablo VI, al hablar en la ONU, proclamó: «¡Nunca más la guerra!» (4 de octubre de 1965). Repitámoslo hoy ante lo que ocurre en Ucrania, y protejamos el sueño de paz de los pueblos, el sagrado derecho de los pueblos a la paz.
2) La protección de las catástrofes
La segunda protección que hay que promover es la de las catástrofes medioambientales – me encontré con él [el Presidente] en la tierra de los terremotos -. He recordado a menudo un viejo dicho español: «Dios siempre perdona, los hombres a veces perdonan, la naturaleza nunca perdona». Los cambios climáticos de nuestro tiempo han multiplicado los fenómenos meteorológicos extremos, con consecuencias dramáticas para las poblaciones civiles. El impacto es catastrófico para las personas que pierden sus hogares debido a la inundación de los cursos de agua, los tornados, las alteraciones hidrogeológicas. ¡La tierra grita! Cuando forzamos la mano, la naturaleza muestra su rostro cruel y el hombre se ve aplastado, obligado a gritar su miedo. La intervención de Protección Civil también ha sido fundamental en el caso de los terremotos, lo que demuestra su vocación de proteger a los afectados por estas tragedias. La protección es un signo de cuidado del territorio que habitas: estás ahí para salvar vidas y promover comunidades. Estamos llamados a proteger el mundo y no a saquearlo.
3) La protección como prevención
La tercera protección es la prevención. «Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su propia tierra y cuida su propio país, como cada uno debe amar y cuidar su propia casa para que no se derrumbe, ya que los vecinos no lo harán. El bien del mundo exige también que cada uno proteja y ame su propia tierra» (Fratelli tutti, 143). La prevención puede lograrse implicando a las distintas partes responsables de la administración de un territorio. Hay que formar conciencias para que los bienes comunes no se abandonen o sólo beneficien a unos pocos. Y vigilar para que los acontecimientos adversos no desencadenen desastres irreparables en la población. En un sentido positivo, es importante educar en la belleza, valorar las historias de vida y las tradiciones, las culturas y las experiencias sociales. Al hacerlo, os convertís en artesanos de la esperanza, esa virtud que «es audaz, que sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a los grandes ideales que hacen la vida más bella y digna» (ibíd., 55).
Conclusión
Proteger es, por tanto, cuidar. Sólo sabemos hacerlo con ternura si nos reconocemos ante todo cuidados. Dios es Padre, nos cuida y no deja que nos falte su amor. El profeta Isaías nos recuerda que Dios nos ha dibujado «en las palmas de sus manos» (49:16). Él nunca abandona, siempre nos lleva de la mano y nos acompaña, protege y sostiene. Un salmo también nos recuerda que «el Señor protege a los pequeños» (116:6). Si nos sentimos custodiados por Él, aprendemos a proteger generosamente a nuestros hermanos, como nos enseñan tantos ejemplos de santos.
Y no quisiera terminar sin destacar una palabra: voluntariado. Ustedes son voluntarios. He encontrado tres cosas en Italia que no he visto en otros lugares. Una de estas tres cosas es el fuerte voluntariado de los italianos, la fuerte vocación de voluntariado. Es un tesoro: ¡aprovéchalo! Es un tesoro cultural suyo, ¡guárdelo bien!
Queridos amigos, os animo a continuar vuestra buena labor entre los más necesitados, según el luminoso testimonio de vuestro patrón San Pío de Pietrelcina. Os acompaño en la oración, os bendigo a todos y a vuestras familias. Y les pido, por favor, que recen por mí, porque este trabajo no es fácil. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.