El Papa se reunió con miembros de la organización judía B'nai B'rith. Foto: Vatican Media

“No podemos sustituir el sueño divino de un mundo de hermanos por un mundo de hijos únicos, violentos e indiferentes”, dice el Papa a una delegación judía en el Vaticano

“En esto es bueno que nos ayudemos mutuamente, porque en cada uno de nosotros, en cada tradición religiosa, así como en cada sociedad humana, existe siempre el riesgo de albergar rencores y alimentar contenciones contra otros, y de hacerlo en nombre de principios absolutos e incluso sagrados”, ha dicho también el Papa.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 30.05.2022).- Este lunes 30 de mayo el Papa recibió en audiencia a miembros de la organización judía B’nai B’rith (Hijos de la Alianza). Se trata de una organización no gubernamental de carácter filantrópico, asistencia social y protección de derechos humanos, especialmente de los judíos. El Papa aludió en su discurso a la dimensión social y filantrópica de la asociación, al vínculo de fe que está al fondo tanto de esa ONG como de la Iglesia y también puso alerta contra los extremismos. Ofrecemos a continuación el texto en español del discurso del Papa:

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Estoy encantado de volver a recibir a una delegación judía, después de que la pandemia impidiera muchas visitas en los dos últimos años. Su institución, en cambio, tiene una larga historia de contactos con la Santa Sede, desde la publicación de la Declaración Conciliar Nostra Aetate.

A lo largo de este tiempo, ustedes han participado activamente en la labor humanitaria. Las personas necesitadas tienen derecho a la ayuda y la solidaridad de la comunidad que las rodea, tienen derecho sobre todo a la esperanza. Y si el deber de atenderlos concierne a todos, lo es aún más para nosotros, judíos y cristianos: para nosotros, ayudar a los necesitados significa también poner en práctica la voluntad del Altísimo, que, como dice el Salmo, «protege al forastero, sostiene al huérfano y a la viuda» (Sal 146,9), es decir, se ocupa de las categorías sociales más débiles, de las personas más marginadas.

Ayudar a los últimos, a los pobres, a los enfermos: es la forma más concreta de promover una mayor fraternidad. De hecho, cuando pensamos en tantos conflictos y peligrosos extremismos, que ponen en peligro la seguridad de todos, debemos observar que a menudo el mayor factor de riesgo es la pobreza material, educativa y espiritual, que se convierte en terreno fértil para alimentar el odio, la ira, la frustración y el radicalismo.

Queridos amigos, vivimos en una época en la que la paz se ve amenazada en muchas partes del mundo: las perspectivas particularistas y nacionalistas, impulsadas por intereses egoístas y por el afán de lucro, parecen querer imponerse cada vez más. Pero esto aumenta el riesgo de que, al final, sólo se pierda y se pisotee la dignidad humana. Para evitar la escalada del mal, es importante recordar el pasado, recordar las guerras, recordar la Shoah y tantas otras atrocidades.

Nuestra memoria espiritual común, atestiguada por las páginas de la Sagrada Escritura, nos remonta al primer acto de violencia, cuando Caín mató a su hermano Abel. «Entonces el Señor dijo a Caín: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Él respondió: «No lo sé». ¿Soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Caín niega conocer el paradero del hermano que acaba de matar con sus propias manos, no se preocupa por él: la violencia siempre tiene como compañeros la mentira y la indiferencia.

¿Dónde está tu hermano? Dejémonos provocar por esta pregunta, repitámosla a menudo. No podemos sustituir el sueño divino de un mundo de hermanos por un mundo de hijos únicos, violentos e indiferentes. Frente a la violencia, frente a la indiferencia, las páginas sagradas nos devuelven al rostro del hermano, al «desafío del tú». La fidelidad a lo que somos, a nuestra humanidad, se mide aquí: se mide en la fraternidad, se mide en el rostro del otro.

En este sentido, la Biblia destaca las grandes preguntas que el Todopoderoso dirige al hombre desde el principio. Si a Caín le preguntó: «¿Dónde está tu hermano?», a Adán le preguntó: «¿Dónde estás tú?» (Gn 3,9). Los paraderos se conectan: uno no puede encontrarse a sí mismo sin buscar al hermano, uno no puede encontrar al Eterno sin abrazar al prójimo.

En esto es bueno que nos ayudemos mutuamente, porque en cada uno de nosotros, en cada tradición religiosa, así como en cada sociedad humana, existe siempre el riesgo de albergar rencores y alimentar contenciones contra otros, y de hacerlo en nombre de principios absolutos e incluso sagrados. Es la tentación mentirosa de la violencia, es el mal agazapado a la puerta del corazón (cf. Gn 4,7). Es el engaño según el cual la violencia y la guerra resuelven las disputas. En cambio, la violencia siempre genera más violencia, las armas producen muerte, y la guerra nunca es la solución sino un problema, una derrota.

Por eso -continúa el relato del Génesis- «el Señor impuso una señal a Caín, para que nadie que se encontrara con él lo golpeara» (v. 15). Esta es la lógica del Cielo: romper el ciclo de la violencia, la espiral del odio, y empezar a proteger al otro, a todos los otros. Os deseo que sigáis con esta intención, que sigáis protegiendo a vuestras hermanas y hermanos, especialmente a los más frágiles y a los olvidados. Podemos hacerlo juntos: podemos trabajar por los más pequeños, por la paz, por la justicia, por la protección de la creación.

Siempre me ha interesado promover y profundizar el diálogo judeo-católico -incluso de niño, porque tenía compañeros judíos en la escuela-, un diálogo hecho de rostros que se encuentran, de gestos concretos de fraternidad. Avancemos juntos, sobre la base de valores espirituales compartidos, para defender la dignidad humana contra toda violencia, para buscar la paz. Que el Todopoderoso nos bendiga, para que nuestra amistad crezca y trabajemos juntos por el bien común. ¡Gracias, shalom!

Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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