ministerio de la sanación en la Iglesia. Foto: Cathopic

¿Necesito sanar? Las heridas humanas y el ministerio de la sanación en la Iglesia. Entrevista al P. Miguel Guerra, LC (1ª parte)

¿Qué es un retiro de sanación y por qué han crecido tanto en la Iglesia? ¿Qué fundamento tiene la “sanación” en la Sagrada Escritura? ¿Tiene límites? El P. Miguel Guerra responde con profundidad a estas preguntas en esta primera parte de una entrevista realizada por ZENIT.

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(ZENIT Noticias / Ciudad de México, 15.06.2022).- En los últimos años la Iglesia ha visto crecer en su seno diferentes movimientos que giran en torno a retiros o prácticas de sanación. Algunas personas, eclesiásticos incluidos, los miran con precaución, otros los critican, muchos nos los entienden. En parte, todo esto se debe también a prácticas que no sólo no son familiares a la espiritualidad y a la liturgia de la Iglesia, sino tampoco a una buena teología de fondo. Para profundizar en el tema de la sanación, ZENIT entrevista al P. Miguel Guerra (@pmiguelguerra), del clero de los Legionarios de Cristo y del Regnum Christi, y quien ha desarrollado con una muy buena acogida Restáurame (@restaurame1), un programa de sanación del cual también nos habla a continuación.

El P. Miguel Guerra

Pregunta: Gracias por recibirnos. ¿A qué se debe que en los últimos años haya crecido la oferta de retiros o prácticas de sanación en la Iglesia? Y más aún: ¿qué se entiende por un retiro de sanación o simplemente por sanación? 

Respuesta: Antes de responder, quisiera agradecerles por este espacio para hablar sobre la sanación.

Comienzo abordando la segunda pregunta, que puede dar pie a comprender mejor el crecimiento de estas realidades a nivel eclesial.

En los evangelios y a lo largo de su ministerio sobre la tierra, Jesús repitió innumerables veces que «el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). De hecho, la palabra griega utilizada para salvar es swzw, que no sólo significa salvar, sino sanar, preservar, dar plenitud. Es así como Jesucristo, movido por compasión en sus mismas entrañas, sana para salvar, para que tengamos vida, y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). Por ello, la tónica general de sus discursos y parábolas, de sus señales y milagros, de sus palabras y obras, es la sanación integral de la persona: «no necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal» (Mc 2, 17).

Ahora bien, el mundo de hoy está sediento de Dios, y la sociedad cada vez más necesitada de restauración. El ser humano experimenta con más fuerza su estado roto, y por ello en la pastoral encontramos no pocos casos de experiencias emocionales traumáticas, de familias separadas y violencia intrafamiliar, de abusos y promiscuidad sexual, de noviazgos precoces y rechazo a la vida… En este panorama desolador, los creyentes recurren a prácticas espirituales ajenas a la fe, buscan en el ocultismo y en el esoterismo remedios para sus problemas, se refugian en las drogas y en el alcohol, caen en la desesperanza y depresión…

En este sentido, las propuestas de sanación buscan acercar a Dios a las personas, facilitar el encuentro con quien las puede salvar. En la práctica esto se traduce en retiros, congresos, momentos de oración… marcados fuertemente por la acción del Espíritu Santo y el desarrollo de carismas. Las primeras comunidades cristianas vivían esto de modo ordinario, y creo que no pocos grupos están retomando lo que nos es propio como creyentes. San Juan Pablo II, en la audiencia general del 9 de marzo de 1994, comentó lo siguiente:

A la luz del texto de san Pablo, los carismas han sido considerados a menudo como dones extraordinarios, sobre todo característicos del comienzo de la vida de la Iglesia. El concilio Vaticano II quiso poner de relieve el hecho de que los carismas son dones que pertenecen a la vida ordinaria de la Iglesia y que no tienen necesariamente un carácter extraordinario o maravilloso. […] Además, es preciso tener presente que muchos carismas no tienen como finalidad primaria o principal la santificación personal de quien los recibe, sino el servicio a los demás y el bien de la Iglesia. No cabe duda de que tienden y sirven también al desarrollo de la santidad personal, pero en una perspectiva esencialmente altruista y comunitaria, que en la Iglesia se coloca en una dimensión orgánica, en cuanto que atañe al crecimiento del cuerpo místico de Cristo.

Pregunta: ¿Qué necesita sanar una persona y en qué sentido algo que es “espiritual” puede ayudar a sanar a alguien? Y algo más: ¿nos puede ayudar a entender cómo se fundamenta esto en la Sagrada Escritura, por favor?

 Respuesta: El crecimiento de la vida espiritual se da tanto por la ascética como por la mística. La sanación, en concreto, está anclada en la mística, pues es Dios quien interviene en el alma para purificarla en su memoria, afectos, inteligencia y voluntad. Hablar de que algo puede ser purificado es análogo a decir que está en proceso de curación… de hecho, es necesario purificar las heridas para que no se infecten y sanen adecuadamente.

A lo largo de su ministerio, Jesucristo no sólo predica el Reino, sino que lo encarna y lo hace realidad. Ante la pregunta de los discípulos de Juan el Bautista, Jesús responde con signos que inauguran la era mesiánica: «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11, 5).

Las curaciones son signo de su misión mesiánica (cf. Lc 7, 20-23). Ellas manifiestan la victoria del Reino de Dios sobre todo tipo de mal y se convierten en símbolo de la curación del hombre entero, cuerpo y alma. En efecto, sirven para demostrar que Jesús tiene el poder de perdonar los pecados (cf. Mc 2, 1-12), y son signo de los bienes salvíficos, como la curación del paralítico de Bethesda (cf. Jn 5, 2-9.19.21) y del ciego de nacimiento (cf. Jn 9) [1].

Jesús practica la sanación física como algo sobrenatural para confirmar su mensaje evangélico. Sin embargo, lo más importante es la conversión de los pensamientos y del corazón (Mt 9, 1-8). Quizás por esto, durante su ministerio, parece que Jesucristo piensa en la sanación del alma antes que en la del cuerpo, y no realiza esta sino en atención de aquella:

 Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados –dice entonces al paralítico–: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a casa’ (Mt 9, 6).

Sucede con frecuencia, aunque no en todos los casos, que la sanación se da primero interiormente, y la sanación física es una manifestación de la nueva vida en Cristo, libre de todo pecado. A este respecto, San Pedro reafirma con fuerza, en su predicación a Cornelio, que la sanación y la liberación están al centro del ministerio de Jesús, sirviendo a todos para el bien común:

como a Jesús de Nazaret lo ungió Dios con el Espíritu Santo y poder, y cómo pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hch 10, 38).

La sanación física es fácil de comprobar por las pruebas materiales que arroja, incluso cuando la medicina no logra dar una explicación científica. No así para la sanación interior, que conlleva elementos psicológicos y espirituales.

La dimensión psicoespiritual, en la mayoría de los casos, necesita del apoyo de ambas partes para lograr una integración plena de la persona. Dejar de lado la dimensión espiritual para recargarse sólo en la psicológica, o viceversa, puede llevar a procesos largos que no terminan por ayudar a quien lo necesita.

Pregunta: De acuerdo a lo que usted dice, ¿entonces la “sanación” tiene límites? ¿Cuáles serían?

 Respuesta: El término de límite puede ser algo inadecuado para hablar de la acción de Dios en las almas. Me explico: si la sanación es gracia de Dios, el límite no está en «Yahvé, el que te sana» (Ex 15, 26), sino en la libertad humana que lo acoge o lo rechaza. Quizás la pregunta vaya por la línea de una duda que la gente se hace con cierta frecuencia: ¿por qué Dios no me sana?

A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica es muy iluminador, sobre todo cuando habla de sanaciones físicas.

Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: “El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mateo 8, 17; cf. Isaías 53, 4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal y quitó el pecado del mundo, del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora (CIC 1505).

El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf. 1Corintioos 12, 9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así san Pablo aprende del Señor que «mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2Corintios 12, 9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: «Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Colosenses 1, 24) (CIC 1508).

La sanación también puede verse limitada por alguna falta de perdón, por pecados capitales arraigados en la persona, experiencias de espiritismo que han abierto alguna puerta al espíritu maligno… pero todo esto, con ayuda de Dios, puede ser restaurado.

La segunda parte se publicará el día de mañana…

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Jorge Enrique Mújica

Licenciado en filosofía por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, de Roma, y “veterano” colaborador de medios impresos y digitales sobre argumentos religiosos y de comunicación. En la cuenta de Twitter: https://twitter.com/web_pastor, habla de Dios e internet y Church and media: evangelidigitalización."

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