Por: Massimo Introvigne
(ZENIT Noticias – Bitter Winter / Roma, 25.07.2023).- El 4 de abril, Mons. Shen Bin, hasta entonces obispo de Haimen, fue investido nuevo obispo de Shanghai por el Partido Comunista Chino (PCCH). El Vaticano declaró oficialmente que «la Santa Sede se enteró por los medios de comunicación de la instalación» la misma mañana en que se produjo.
El texto del acuerdo Vaticano-China de 2018, renovado en 2020 y 2022, es secreto, pero se sabe que regula la administración de las diócesis católicas y el nombramiento de obispos. Estos últimos siguen siendo seleccionados por el PCCh, pero deben ser nombrados oficialmente por el Vaticano. En el caso de Shanghai, Shen Bin no fue nombrado por el Vaticano obispo de esa ciudad. Sin embargo, fue investido.
El 15 de julio, la Santa Sede anunció que el papa Francisco había nombrado a Shen Bin obispo de Shanghái, trasladándolo desde Haimen. Por supuesto, esto ocurrió más de tres meses después de que ya había sido instalado en Shanghai por el PCCh. El Vaticano dijo que había «rectificado una irregularidad canónica» para «el mayor bien de la diócesis.»
El único bien servido parece haber sido el del PCCh. Sin embargo, el incidente tuvo consecuencias. En una entrevista más detallada en la versión italiana que en la inglesa publicada por el Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, hizo varias declaraciones importantes.
En primer lugar, aunque el texto del acuerdo sigue siendo secreto, confirmó que el PCCh lo había incumplido. «Es indispensable que todos los nombramientos episcopales en China, incluidos los traslados, se hagan por consenso, como se acordó», dijo Parolin, para evitar «desacuerdos y malentendidos». Con «sorpresa y pesar», el Vaticano tuvo que constatar que no se había respetado el acuerdo.
En segundo lugar, Parolin comentó que un problema aún no resuelto se refiere a la «comunicación regular de los obispos chinos con el Obispo de Roma, indispensable para una comunión efectiva, sabiendo que todo esto pertenece a la estructura y doctrina de la Iglesia católica, que las autoridades chinas siempre han dicho que no quieren alterar».
En este punto, Parolin reconoció que los obispos nombrados formalmente por el Papa no mantienen una comunicación con éste. Cuando el obispo Shen Bin fue instalado en Shanghái en abril, mucho antes de que el Papa Francisco lo nombrara, prometió durante la ceremonia que se «adheriría al principio de independencia y autogobierno» que está en el núcleo de la Iglesia católica patriótica, y que tradicionalmente ha significado independencia del Vaticano. Este es precisamente el principio que el acuerdo de 2018 debería haber modificado.
En segundo lugar, Parolin comentó que un problema aún no resuelto se refiere a la «comunicación regular de los obispos chinos con el Obispo de Roma, indispensable para una comunión efectiva, sabiendo que todo esto pertenece a la estructura y doctrina de la Iglesia católica, que las autoridades chinas siempre han dicho que no quieren alterar».
Aquí, Parolin reconoció que los obispos nombrados formalmente por el Papa no mantienen una comunicación con el Papa. Cuando el obispo Shen Bin fue instalado en Shanghái en abril, mucho antes de que el Papa Francisco lo nombrara, prometió durante la ceremonia que «se adheriría al principio de independencia y autogobierno» que está en el núcleo de la Iglesia católica patriótica, y que tradicionalmente ha significado independencia del Vaticano. Este es precisamente el principio que el acuerdo de 2018 debería haber modificado.
En tercer lugar, Parolin dijo que «los católicos chinos, incluso los definidos como «clandestinos», merecen confianza», y deben ser «respetados en su conciencia y en su fe.» El uso de la palabra «conciencia» seguramente no fue casual. Cuando se firmó el acuerdo entre el Vaticano y China de 2018, hubo mucha fanfarria sobre el hecho de que la Iglesia católica «clandestina» había dejado de existir y, de hecho, se había fusionado con la Iglesia católica patriótica. Aquellos que negaron que este fuera el caso y observaron que había muchos objetores de conciencia católicos que se negaron a unirse a la Iglesia Patriótica fueron atacados por autoproclamados «expertos vaticanos» prochinos, que acusaron a «Bitter Winter» y a otros de intentar sabotear el acuerdo.
Ahora, el Secretario de Estado del Vaticano admite que la «iglesia clandestina» está viva y coleando. Reitera la petición de las Directrices vaticanas de 2019 (que algunos afirman que ya no están en vigor) de que los miembros de esta «iglesia clandestina», es decir, los objetores de conciencia católicos que se niegan a unirse a la Iglesia Patriótica, deben ser «respetados.»
Los lectores de Bitter Winter saben que no es así: la única forma de respeto que reciben los objetores de conciencia católicos es que son acosados y encarcelados. En el caso de Shanghai (y otros), el Vaticano tampoco fue tratado con mucho respeto. El PCCh puede considerar una victoria el hecho de que haya decidido tragarse incluso esas nuevas violaciones flagrantes del acuerdo. Sin embargo, oculta a plena vista en la entrevista del cardenal Parolin, está la importante admisión de que la «Iglesia clandestina» sigue existiendo y la promesa, aunque algo vaga, de que Roma, que no considera rebeldes a sus miembros, intentará protegerlos de alguna manera. Si la petición de «respeto» para los objetores de conciencia va en serio, ya que nunca serán «respetados» por el PCCh, el cardenal Parolin acaba de colocar una bomba de relojería bajo el acuerdo Vaticano-China de 2018, cuya explosión puede destruirlo algún día.
Traducción del original en lengua inglesa realizada por el director editorial de ZENIT.