(ZENIT Noticias / Madrid, 29.02.2024).- Del 16 al 18 de febrero de 2024 la Iglesia católica en España tuvo el “Encuentro de Laicos sobre el Primer Anuncio”, un congreso con el objetivo de promover la comunión entre las diferentes vocaciones, insistir en la vocación bautismal que hace del cristiano un evangelizador, tomar conciencia de los ámbitos sociales como espacios privilegiados para el anuncio del Evangelio y concretas procesos y proyectos.
En la homilía de clausura del evento el arzobispo de Madrid, cardenal José Cobo, de las grandes tentaciones de la misión “que piden ser afrontadas en clave de discernimiento y de amor al mundo”. Y desarrolló tres:
1ª La tentación de la confrontación
Al respecto dijo el cardenal:
Hoy, en estos desiertos de la vida encontramos la tentación de la confrontación, tanto interna como externa. Son esas confrontaciones hasta violentas que nos asaltan a menudo, no solo en la sociedad, sino internamente en la Iglesia. El Espíritu nos empuja a afrontarlas con la frescura del diálogo. Diálogo, diálogo… Ese arte de aprender a ir a lo esencial: “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, y buscar puntos de contacto”.
También nos topamos con tentación de entrar en la confrontación externa. Confrontación con el mundo de hoy y con su cultura, con sus espacios. De nuevo, el diálogo amable es la medicina que puede ofrecer el evangelio a nuestro mundo, y nosotros somos sus testigos de misericordia y esperanza, no de oscuridad y condena.
Esto supone, habitar y amar la realidad como un don que Dios abraza y “exponerse, salir del mundo de las convicciones y prejuicios propios para abrirse y entender como Dios nos habla hoy, en este mundo, en este tiempo, en este momento”.
2ª La tentación del éxito inmediato
Al tratar esta tentación, el cardenal Cobo puso un acento en la dimensión emocional que está a la base de muchas de las “experiencias” de conversión exprés como retiros de sanación y marcadamente emotivistas pero que después están desprovistos de la responsabilidad del acompañamiento. Lo expresó así:
Hoy, en estos desiertos de la vida encontramos la tentación del éxito inmediato. Es la tentación de suplantar el ritmo que pone del Espíritu Santo, que es el protagonista de la evangelización.
Es la impaciencia por recoger los frutos de la siembra del Evangelio. Lo que el Señor nos pide es que preparemos el terreno de la siembra (la pre-evangelización), que sembremos su palabra (primer anuncio) y acompañemos su crecimiento (la iniciación cristiana), pero no que precipitemos el final del proceso, porque no somos nosotros quienes lo dirigimos.
En el contexto del primer anuncio puede aparecer cuando damos excesiva prioridad a la dimensión emocional, cuando descuidamos el acompañamiento personal, o cuando nos encerramos en métodos, grupos o experiencias y olvidamos la dimensión eclesial o la misma misión.
Como nos explica el Papa, “hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro”.
3ª La tentación del descarte
Finalmente, el arzobispo de Madrid evidenció que no hay evangelización de primera y de segunda o evangelización exclusiva:
Al ser enviados a la misión, el Espíritu nos señala samaritanamente a muchas personas rechazadas y escondidas por nuestra sociedad. Son los invisibles, los que no cuentan, bien por su estatus social, o porque ni siquiera están presentes en nuestra mirada como Iglesia.
A veces nos olvidamos de muchos de ellos en nuestras planificaciones, en nuestros diseños evangelizadores o misioneros, quizá porque son más lentos o complejos. No podemos hacer una evangelización de primera y otra de segunda.
En la misión evangelizadora no podemos excluir a nadie: ni a los lejanos, que “nunca han recibido la Buena Nueva de Jesucristo”, ni a los alejados, que “recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana”, ni a muchos otros, que, con una fe débil, necesitan volver a acoger la Buena Noticia de Jesucristo.
Para afrontarla ya nos dice el Papa en el mensaje del Congreso de Laicos: “No tengan miedo (…) de tocar las heridas de nuestra gente… que es la Iglesia de Dios, que se arremanga para salir al encuentro del otro, sin juzgarlo, sin condenarlo, sino tendiéndole la mano, para sostenerlo, animarlo, o simplemente, para acompañarlo en su vida”.
En la web de la Conferencia Episcopal Española hay una reseña de este evento con enlaces a muchos de los materiales, conferencias y ponencias desarrollados durante el Congreso.
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