El Papa Francisco se hizo presente a través de un mensaje Foto: Conferencia Episcopal Española

¿Para quién soy? Un mensaje del Papa sobre la vocación a la luz del pasaje evangélico del joven rico

Mensaje del Papa Francisco a los participantes en el Congreso de Vocaciones de la Iglesia católica en España

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 07.02.2025).- Del 7 al 9 de febrero, la iglesia católica en España celebró el Congreso de Vocaciones “¿Para quién soy?” en la ciudad de Madrid. El Papa Francisco se hizo presente a través de un mensaje que fue leído por el Nuncio en España, Monseñor Bernardito C. Auza. Ofrecemos a continuación el texto completo del mensaje del Sumo Pontífice:

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Queridos hermanos y hermanas:

Quiero unirme a la celebración de este Congreso Nacional de Vocaciones que han querido titular: «¿Para quién soy? Asamblea de llamados para la misión», agradeciendo a todos los que trabajan por las vocaciones en las amadas tierras de España. En primer lugar, a aquellos que se desempeñan en esta tarea enviados por sus obispos o superiores, ya sea trabajando en los centros de formación o simplemente acompañando a los jóvenes. También a los que, con su ejemplo de vida, hacen visible y —me atrevería a decir— contagioso el entregarse con generosidad y confianza al proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros. Sin olvidar aquí a quienes con su oración y sacrificio obtienen de Dios abundantes gracias para que los pastores y las ovejas, los maestros y los discípulos nos vayamos configurando a la medida del Corazón de Cristo.

Me ha alegrado que el lema del Congreso recoja las palabras de la Exhortación apostólica postsinodal Christus vivit«Muchas veces —nos dice el documento—, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”»; no llegamos, sin embargo, a la pregunta fundamental: «“¿Para quién soy yo?”. Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros» (n. 286).

Al releer estas palabras me vino a la mente la escena del joven rico que le pregunta al Señor qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. En su respuesta, el Señor nos hace ver, con una dulce pedagogía, que la bondad a la que aspiramos no se consigue cumpliendo requisitos y alcanzando objetivos y, aunque hayamos tratado de realizar todo esto desde nuestra juventud, siempre nos faltará algo muy simple, el don total de nosotros mismos, el seguir a Jesús en la prueba del amor más grande.

Es lo que le pide al joven rico: «anda, vende lo que tienes, y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme» (Mc 10,21). Parecería que un reclamo así hace referencia sólo a un determinado tipo de vocación específica, sólo a quienes se sienten llamados a abrazar la radicalidad de la pobreza evangélica. Pero no es verdad, lo podemos escuchar dirigido a cada uno de nosotros. Todos somos administradores de los dones de gracia y de naturaleza que el Señor nos ha regalado, y nuestros talentos son para ponerlos en el banco y sacar interés, nuestros bienes para venderlos, de forma que el fruto llegue a los demás.

Pensemos en la DANA que golpeó varias regiones de España a finales de octubre. Una situación que nos interpela profundamente, y que deja al vivo la idea de “para quién soy”. Cuántos testimonios de valentía, de solidaridad, de ver que en ese contexto lo que tengo, lo que soy, tiene un propósito concreto: los otros. Y cuando no es así, se ve claro el amargor, el clamor de la tierra y de Dios que nos reclaman: “¿No eras tú responsable de tu hermano?” (cf. Gn 4,8-11). Por el contrario, todo lo que hayamos sido capaces de dar, nos los encontraremos como joyas preciosas engastadas en las entrañas de misericordia de su divino Corazón (cf. S. Juan Bautista de la Concepción, Obras III, 368).

Es curioso que el joven rico del Evangelio no se plantea a quién le envía Jesús, no le preocupa qué o cómo hará cuando esté con ellos; se preocupa de sus bienes, de lo que tiene, de lo que ha hecho, de lo que pretende conseguir, por más que parezca que está buscando la vida eterna. Todo su mundo termina en él y esto no le satisface, es más, a pesar de tener tanto se aleja entristecido porque no es capaz de dar el paso de la donación. No supo invertir en el negocio esencial al que Dios le invitaba. Que distinto el testimonio de todos esos jóvenes que, como hemos visto en la catástrofe de la DANA, en la acogida de los migrantes o del volcán de La Palma, son los primeros en ponerse manos a la obra.

Sigamos, en el discernimiento de la propia vocación, ese ejemplo para captar el valor de los bienes espirituales o materiales que estamos llamados a gestionar. Como aquel administrador deshonesto de la parábola recogida por san Lucas no los “derrochemos”, usándolos para alejar a los demás de nosotros y de Dios, sino busquemos poder decir que no nos debemos más que amor (cf. Rm 13,8). Así lo hace el personaje de la parábola: “¿Cuánto debes, no a mí, sino a mi Señor? —Toma tu recibo” (cf. Lc 16,6), que estos bienes sean para unir y no para dividir.

No pensemos que lo que tenemos no es suficiente, tampoco los apóstoles tenían “oro ni plata” pero, después de recibir el Espíritu Santo, tratan de percibir la necesidad del pobre paralítico del templo (cf. Hch 3,1-8), incluso por encima de sus expectativas. No le dan dinero, sino que lo invitan a “mirarlos”, a ver el ejemplo de su pobreza y, captada su atención, le piden que se levante de su postración. Pedro lo deja claro a todos: no fueron ellos, sino Jesús, quien hizo el milagro.

En otro contexto, es Felipe el que se encuentra con un ministro del tesoro real que, a pesar de venir al templo a adorar al verdadero Dios y estar versado en las Escrituras, no era capaz de entender el misterio de la cruz que Isaías narra en el relato del Siervo de Yahvé. Del mismo modo que en el caso de Pedro, Felipe, movido por el Espíritu, consigue ver la necesidad del otro y, por encima de sus expectativas, anunciarle a Jesús, en la Palabra y los sacramentos, atendiendo una pobreza que no es material sino espiritual (cf. Hch 8,27-35).

Pidamos hermanos en este Congreso de Vocaciones una mirada capaz de percibir la necesidad del hermano, no en abstracto, sino en lo concreto de unos ojos que se clavan en nosotros como los del paralítico del templo. En la oficina, en la familia, en el apostolado, en el servicio, lleven a Dios allí donde Él los envíe, esa es nuestra vocación. Con la pregunta “¿para quién soy?”, nos introducimos en el misterio de Dios y de su proyecto sobre nosotros, pero no tengan miedo y abandónense a la voluntad divina, el Espíritu los sorprenderá a cada paso, haciéndoles bajar del tren de la vida, como a santa Teresa de Calcuta, para reducir las distancias que los separan de Dios y del hermano, para cambiar sus rumbos y encontrar a Jesús en el abrazo de aquel al que son enviados.

Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y no se olviden de rezar por mí.

Fraternalmente,

FRANCISCO

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Redacción Zenit

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