(ZENIT Noticias / Pekín, 01.05.2025).- En una acción que parece simbólica y calculada, las autoridades chinas han procedido a nuevos nombramientos episcopales, como si la Iglesia universal no estuviera de luto y como si la voz del Vaticano tuviera poco peso.
A los pocos días del fallecimiento del papa Francisco, la diócesis de Shanghái celebró una asamblea interna donde el padre Wu Jianlin, actual vicario general, fue aprobado como obispo auxiliar con solo una oposición simbólica. Un proceso similar se produjo en la diócesis de Xinxiang, donde el padre Li Jianlin, presentado sin alternativas, fue elegido. En ambos casos, los procedimientos siguieron el patrón establecido en China: los órganos eclesiásticos controlados por el Estado nominan a un solo candidato, al que el Vaticano puede «aprobar» posteriormente.
El mensaje detrás de esta coreografía es evidente. A pesar de un acuerdo bilateral entre la Santa Sede y Pekín sobre el nombramiento de obispos —un acuerdo defendido personalmente por el papa Francisco—, las autoridades chinas no han dado señales de frenar su agenda eclesiástica. Los nombramientos no solo continúan sin cesar durante la sede vacante, sino que involucran a diócesis y personalidades sensibles que reflejan la preferencia de Pekín por la conformidad sobre la reconciliación.
En Shanghái, el nombramiento de Wu Jianlin es particularmente delicado. La diócesis ya incluye al obispo Thaddeus Ma Daqin, quien acaparó titulares en 2012 al distanciarse públicamente de la Asociación Patriótica, sancionada por el estado, durante su ordenación episcopal. Por ese acto de desafío, ha vivido en aislamiento efectivo en el seminario de Sheshan desde entonces. A pesar de ofrecer una retractación formal en 2016, Ma nunca fue restituido por completo, y las esperanzas de su regreso se reavivaron brevemente cuando el papa Francisco, en una decisión polémica, aprobó retroactivamente el nombramiento del obispo Shen Bin en 2023, tres meses después de que Shen fuera investido sin el consentimiento papal.
El último nombramiento sepulta aún más esas esperanzas. Wu Jianlin, quien dirigió la diócesis durante una década bajo la dirección del Estado, es un veterano de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, lo que lo convierte en una figura de confianza en los círculos del Partido. Su ascenso deja claro que la estrategia eclesiástica de Pekín no se trata de sanar las divisiones, sino de consolidar el control.
En Xinxiang, el panorama no es menos complejo. El gobierno reconoce la diócesis como vacante, pero el obispo clandestino Joseph Zhang Weizhu, ordenado en 1991, sigue siendo un padre espiritual para muchos católicos locales. Su ministerio ha atraído repetidamente la atención —y la ira— de las autoridades, lo que ha resultado en múltiples arrestos. Su sustituto, Li Jianlin, no solo es leal al Partido, sino que también estuvo entre quienes firmaron una directiva provincial de 2018 que prohibía a los menores asistir a misa.
Estos nombramientos, ocurridos tan poco después de la muerte del Papa, representan una prueba inmediata y delicada para el próximo pontífice. ¿Continuará con la política de Francisco de un acercamiento cauteloso con China o establecerá una postura más firme en defensa de la independencia de la Iglesia? Esa decisión podría definir el siguiente capítulo en las relaciones entre el Vaticano y China.
Mientras tanto, el contraste entre el control estatal y el sentimiento católico popular en China es innegable. Si bien los sitios web oficiales de la Iglesia han eliminado discretamente incluso las condolencias superficiales por el difunto papa, reemplazándolas con noticias de reuniones de comités religiosos provinciales y planes presupuestarios para la «sinización», los católicos de toda China, incluidos algunos obispos, han compartido imágenes de Francisco de luto en sus cuentas privadas de redes sociales. Este discreto homenaje digital sugiere que, bajo la superficie de las narrativas sancionadas por el Estado, perdura un afecto genuino por el difunto papa.
Pero en regiones como Wenzhou, ni siquiera el duelo privado se tolera. El obispo Peter Shao Zhumin, miembro de la Iglesia clandestina, fue detenido el 10 de abril, justo antes de Semana Santa, y permanece incomunicado. Los informes sugieren que su detención se ha extendido, quizás como medida preventiva contra cualquier homenaje público al papa.
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