el Papa autorizó el decreto que reconoce un milagro atribuido a la intercesión de Enrique Shaw

De la sala de juntas a la beatificación: cómo un empresario argentino redefine la santidad

Se espera que la fecha y el lugar de la beatificación de Shaw se anuncien próximamente. Cuando llegue ese momento, marcará no solo el reconocimiento de un milagro, sino la elevación de una visión

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(ZENIT Noticias / Buenos Aires, 20.12.2025).- Con un gesto discreto pero decisivo, el Papa León XIV abrió la puerta a una nueva beatificación que refleja tanto la vida económica moderna como los modelos tradicionales de santidad. El 18 de diciembre, el Papa autorizó el decreto que reconoce un milagro atribuido a la intercesión de Enrique Shaw, laico argentino, empresario, esposo y padre de nueve hijos, superando así el último obstáculo canónico en su camino hacia los altares.

La decisión se tomó tras una audiencia con el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, y marcó la culminación de un largo y meticuloso proceso. Shaw, quien vivió entre 1921 y 1962, ya había sido declarado Venerable tras el reconocimiento de sus virtudes heroicas. Lo que quedaba era un milagro, y, en este caso, no provenía de un pasado lejano, sino de un episodio dramático de la Argentina contemporánea, examinado bajo el escrutinio de la medicina moderna.

La curación en cuestión se remonta a junio de 2015, cuando un niño pequeño sufrió un traumatismo craneoencefálico catastrófico tras ser atropellado por un caballo en una propiedad rural de la provincia de Buenos Aires. El pronóstico era desalentador. Las lesiones eran graves, el daño neurológico parecía irreversible y la intervención quirúrgica parecía inevitable. Mientras la familia movilizaba la atención de emergencia, también recurrieron, con creciente intensidad, a la oración, invocando específicamente a Enrique Shaw, cuyo testimonio era muy conocido entre los líderes empresariales católicos de Argentina.

Lo que siguió desafió las expectativas médicas. Justo cuando los cirujanos se preparaban para un procedimiento crítico, el estado del niño cambió abruptamente: la presión intracraneal se normalizó sin intervención, el líquido comenzó a drenar naturalmente y la operación se canceló. Los médicos pudieron describir el fenómeno, pero no explicarlo. El niño se recuperó por completo y, una década después, no presenta secuelas del accidente. La junta médica del Vaticano, los teólogos y, finalmente, la asamblea de obispos y cardenales del dicasterio emitieron dictámenes favorables, concluyendo que la curación excedía la explicación científica y se produjo en respuesta a una oración de intercesión específica. La aprobación del decreto por parte del Papa León XIV selló formalmente esa conclusión.

Más allá del milagro en sí, la historia de Shaw ofrece un impactante retrato de la santidad laica forjada no en monasterios ni sacristías, sino en fábricas, la vida familiar y las instituciones públicas. Nacido en París y criado en Argentina tras la temprana muerte de su madre, Shaw fue educado por los Hermanos de La Salle y posteriormente ingresó en la Academia Naval Argentina. Incluso durante su servicio naval, sus colegas notaron una fe serena pero firme que se tradujo en compromiso apostólico.

El matrimonio y la paternidad se convertirían en el centro de su vocación. En 1943 se casó con Cecilia Bunge y juntos formaron una familia numerosa mientras Shaw discernía un cambio decisivo de rumbo. Al dejar la Marina en 1945, se sintió atraído no por el sacerdocio, sino por lo que entendía como una tarea misionera en el mundo laboral. En contra de su instinto inicial de convertirse en obrero de fábrica, la guía espiritual lo llevó a abrazar el liderazgo, llevando el Evangelio al corazón de la vida industrial y económica.

Como alto ejecutivo de Cristalerías Rigolleau, Shaw se hizo conocido por un estilo de gestión arraigado en la doctrina social de la Iglesia mucho antes de que dicho lenguaje se volviera común. Defendió el empleo durante las recesiones económicas, trató a los trabajadores como miembros de una comunidad compartida y abrió su hogar a los representantes sindicales. Para él, los negocios no eran simplemente una maquinaria productiva o un vehículo para obtener ganancias, sino una realidad humana orientada al bien común.

Esa convicción moldeó su compromiso público más amplio. Shaw fue un impulsor de la creación de la Asociación Cristiana de Dirigentes Empresariales (ACDE), siendo su primer presidente, y desempeñó un papel clave en los años fundacionales de la Universidad Católica Argentina, la Acción Católica y el Movimiento Familiar Cristiano. También abogó por la legislación social, incluyendo las asignaciones familiares, en una época en la que dichas políticas distaban de ser universalmente aceptadas.

Shaw falleció en 1962 a los 41 años tras una larga batalla contra el cáncer, dejando atrás a su esposa y nueve hijos. Su reputación de santidad perduró en silencio, sostenida por quienes lo conocieron y por las generaciones posteriores que descubrieron en su vida una síntesis convincente de fe, trabajo y responsabilidad familiar.

En declaraciones recientes, el Papa León XIV describió a Shaw como un hombre que entendía la industria no como un sistema impersonal, sino como una comunidad de personas llamadas a crecer juntas. Líderes de organizaciones católicas en Argentina han hecho eco de esta afirmación, viendo en su próxima beatificación no solo un reconocimiento personal, sino una poderosa señal para el testimonio social de la Iglesia hoy.

De ser proclamado beato, Enrique Shaw se erigirá como uno de los pocos ejemplos —y quizás el más destacado— de un líder empresarial propuesto oficialmente por la Iglesia como modelo de santidad. Su historia sugiere que la santidad, lejos de limitarse a espacios explícitamente religiosos, puede arraigarse en los balances, las reuniones de directorio y las mesas familiares, dondequiera que el Evangelio se viva con coherencia y valentía.

Se espera que la fecha y el lugar de la beatificación de Shaw se anuncien próximamente. Cuando llegue ese momento, marcará no solo el reconocimiento de un milagro, sino la elevación de una visión: que la economía misma puede humanizarse y que la santidad puede florecer en el corazón mismo de la vida moderna.

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Enrique Villegas

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