misiles estadounidenses surcaban el cielo nocturno sobre el noroeste de Nigeria Foto: El Mundo

Misiles americanos, cristianos perseguidos y un país que no les puede proteger: ¿por qué Trump bombardeo una parte de Nigeria?

Los ataques aéreos, llevados a cabo en coordinación con Abuja, tuvieron como objetivo campamentos de militantes ocultos en densas zonas forestales del estado de Sokoto, cerca de la frontera con Nígeria

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(ZENIT Noticias / Abuya, 29.12.2025).- En la madrugada del día de Navidad, mientras iglesias de todo el mundo proclamaban la paz en la Tierra, misiles estadounidenses surcaban el cielo nocturno sobre el noroeste de Nigeria. El presidente Donald Trump, al anunciar los ataques con su característica franqueza, presentó la operación como una respuesta decisiva a lo que describió como la brutal masacre de cristianos a manos de grupos yihadistas vinculados al Estado Islámico. El momento elegido fue deliberado, el lenguaje, inequívocamente moral, y el mensaje, inequívocamente político: Washington estaba preparado para actuar donde Nigeria, en opinión de Trump, había fracasado.

Los ataques aéreos, llevados a cabo en coordinación con Abuja, tuvieron como objetivo campamentos de militantes ocultos en densas zonas forestales del estado de Sokoto, cerca de la frontera con Níger. Las autoridades nigerianas confirmaron posteriormente que la operación no fue unilateral, sino parte de una colaboración para el intercambio de inteligencia y la seguridad que incluía la aprobación presidencial y el uso de plataformas de lanzamiento en alta mar en el Golfo de Guinea. Misiles guiados de precisión, presuntamente disparados desde drones, impactaron lo que las autoridades describieron como centros de entrenamiento y planificación para ataques terroristas a gran escala.

El mensaje navideño de Trump, publicado en su plataforma Truth Social, dejó poco margen para los matices. Acusó a militantes vinculados al ISIS de asesinar cristianos «a niveles no vistos en muchos años, incluso siglos», y advirtió que un mayor derramamiento de sangre se respondería con mayor fuerza. El tono osciló entre la invocación religiosa y la amenaza marcial, bendiciendo a las tropas estadounidenses y prometiendo más ataques si la violencia continuaba.

Sin embargo, casi tan rápido como cayeron las bombas, comenzó a desarrollarse una conversación diferente, menos dramática, pero mucho más compleja. Las autoridades nigerianas se opusieron a la caracterización de su país como escenario de una masacre religiosa unilateral, insistiendo en que la violencia extremista se ha cobrado vidas tanto de musulmanes como de cristianos. Analistas y líderes religiosos se hicieron eco de esta advertencia, argumentando que la crisis de Nigeria no puede reducirse a una sola narrativa de persecución cristiana, por muy real y dolorosa que sea.

En el centro de la disputa reside la identidad de los grupos atacados. Mientras Trump habló ampliamente de ISIS, los expertos en seguridad señalan a Lakurawa, una facción armada relativamente pequeña afiliada a la provincia del Sahel del Estado Islámico, como el objetivo más probable de los ataques navideños. Activa principalmente en Sokoto y el vecino estado de Kebbi, Lakurawa surgió hace menos de una década como una fuerza de autodefensa contra el bandidaje, antes de radicalizarse e imponer una versión severa de la ley islámica a las comunidades musulmanas locales. Su número es limitado —quizás unos pocos cientos de combatientes—, pero sus conexiones con redes yihadistas más amplias los confieren una importancia estratégica.

Esta distinción es importante. Los grupos más conocidos por sus ataques contra cristianos —Boko Haram y la provincia de África Occidental del Estado Islámico— se concentran en el noreste de Nigeria, en particular en el estado de Borno y la cuenca del lago Chad. En el centro de Nigeria, mientras tanto, gran parte del derramamiento de sangre se debe a milicias armadas fulani, cuya violencia combina motivos criminales, étnicos y religiosos. Según algunas estimaciones, estas milicias son responsables de la mayoría de las muertes de cristianos cada año, especialmente en los estados de Plateau, Benue y Taraba. Ninguna de estas dinámicas puede neutralizarse con una sola campaña aérea.

Las críticas también han surgido desde dentro de la Iglesia Católica. El cardenal Augusto Paolo Lojudice, en declaraciones a la prensa italiana, advirtió que los bombardeos corren el riesgo de agravar la difícil situación de los cristianos en lugar de aliviarla. Argumentó que la violencia tiende a reproducirse, exponiendo a las comunidades locales a represalias y profundizando los ciclos de miedo. Sus comentarios coincidieron con una preocupación más amplia entre los líderes eclesiásticos de que las intervenciones militares externas, por bien intencionadas que sean, podrían ignorar las raíces sociales y políticas de la inestabilidad de Nigeria.

Esas raíces están bien documentadas. Desde 2009, las insurgencias yihadistas han matado al menos a 35.000 personas y desplazado a más de 2,5 millones. Las bandas criminales se aprovechan de la casi ausencia de autoridad estatal en vastas zonas rurales, mientras que la pobreza, el desempleo y la corrupción son un caldo de cultivo para el reclutamiento. Incluso los propios funcionarios de defensa de Nigeria han reconocido que la acción militar solo aborda una fracción del problema; la gobernanza, la justicia y el desarrollo son las batallas más difíciles y decisivas.

Para Washington, los ataques marcan una escalada tras meses de presión diplomática. Nigeria ha sido designada una vez más como País de Particular Preocupación en virtud de la ley estadounidense de libertad religiosa, se han impuesto restricciones de visado a personas vinculadas a la violencia masiva y los grupos de derechos humanos siguen presionando para que se tomen medidas más contundentes. Aún no está claro si la operación navideña representa el inicio de una campaña sostenida o una advertencia simbólica. Las evaluaciones iniciales de AFRICOM sugieren bajas militantes, pero los informes locales han cuestionado si se recuperaron cuerpos.

Lo que es cierto es que la tragedia de Nigeria no se puede resolver desde el aire. El sufrimiento de las comunidades cristianas es real, al igual que el miedo que impulsa a las familias de sus aldeas ancestrales a refugiarse en campamentos para desplazados. Pero también lo es el sufrimiento de los civiles musulmanes atrapados entre yihadistas, bandidos y un Estado en crisis. Las bombas navideñas pueden enviar una señal, pero no resuelven la pregunta más profunda que atormenta a la nación más poblada de África: cómo restaurar la seguridad, la dignidad y la coexistencia donde el tejido social se ha desgarrado.

En ese sentido, los bombardeos navideños iluminan tanto la urgencia de la crisis de Nigeria como los límites de la fuerza. Ofrecen un momento de reflexión, no solo para Abuja y Washington, sino para una comunidad global que con demasiada frecuencia se ve tentada a confundir la potencia de fuego con la paz.

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Elizabeth Owens

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