Papa León con los superiores de Órdenes y Congregaciones religiosas masculinas en el contexto de su IV Asamblea Plenaria Foto: Vatican Media

Fe conectada, vivir la oración en la era digital: 3 reflexiones del Papa a los superiores de congregaciones religiosas masculinas

Palabras del Papa a los participantes en el encuentro promovido por la Unión de Superiores Generales

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 26.11.2025).- Por la tarde del miércoles 26 de noviembre, el Papa León XIV recibió en audiencia, en la Sala del Sínodo de los Obispos de la Ciudad del Vaticano, a los superiores de Órdenes y Congregaciones religiosas masculinas en el contexto de su IV Asamblea Plenaria. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano realizada por ZENIT del discurso del Papa León XIV:

***

Queridos hermanos:

Me alegra encontrarme con ustedes con ocasión de su centésima cuarta Asamblea General. Como saben, yo también he ejercido el ministerio que se les ha confiado y conozco la importancia de reunirse para escuchar y discernir, a la luz del Espíritu Santo, lo que el Señor pide a ustedes y a sus Órdenes y Congregaciones para el bien de la Iglesia.

Para esta asamblea han elegido el tema “Fe conectada: vivir la oración en la era digital”. Un tema que toca tres ámbitos hoy muy importantes para la vida religiosa: la relación con Dios, el encuentro con los hermanos y el diálogo con el mundo digital.

I

Comencemos por el primero: la relación con Dios. En la Bula de Convocatoria del actual Jubileo, el Papa Francisco, invitándonos a ser “peregrinos de esperanza”, escribía: «La historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no avanzan hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que están orientadas al encuentro con el Señor de la gloria […]: con este espíritu hacemos nuestra la sentida invocación de los primeros cristianos, con la que concluye toda la Escritura: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20)» (Spes non confundit, 19).

Nuestra esperanza se funda en la conciencia de caminar hacia el encuentro y la plena comunión con Dios, que primero nos ofreció su amistad (cf. san Juan Pablo II, Exhort. ap. Vita consecrata, 27). Por eso, la oración es fundamental en la existencia de todo consagrado: un espacio relacional en el que el corazón se abre al Señor, aprendiendo a pedir y a recibir con confianza y gratitud su amor que sana, transforma e inflama para la misión (cf. Concilio Vaticano II, Decr. Perfectae caritatis, 6). Así damos testimonio de lo que realmente somos: criaturas necesitadas de todo, abandonadas en las manos providentes y buenas del Creador.

Es importante, para nuestra vida y nuestro apostolado, cultivar esta fe para que no se debilite, quizá por fugas o mecanismos defensivos, o ahogada por la ansiedad o la presunción de sentirnos “gestores de muchos servicios” (cf. Lc 10,40). Entonces, deslumbrados por los focos del eficientismo, entorpecidos por los vapores del compromiso o paralizados por el miedo, corremos el riesgo de detenernos, o de transformar nuestro camino de peregrinos en una carrera desordenada y agotadora, olvidada de su fuente y de su meta. Para ello, el Jubileo nos ofrece una ocasión preciosa para volver a lo esencial, estrechándonos al corazón ardiente de Dios, para que su luz y su calor guíen y alimenten nuestro camino personal y nuestros procesos comunitarios.

II

Esto nos lleva al segundo valor: el encuentro con los hermanos. A este respecto, el Papa Francisco nos ha invitado a «encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades» (Enc. Fratelli tutti, 78), a «descubrir y transmitir la “mística” de vivir juntos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 87). En esta dinámica, los Institutos, Órdenes y Congregaciones que ustedes representan son, por así decirlo, cuerpos carismáticos, en los que todos están profundamente vinculados por la misma humanidad, por la misma fe, por la pertenencia a Cristo y por la llamada que une en la fraternidad. Así, en la Iglesia, «sujeto comunitario e histórico de la sinodalidad y de la misión» (Documento Final de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 17), los lazos se transfiguran en vínculos sagrados, en canales de gracia, en venas y arterias vivas que irrigan un solo cuerpo con la misma sangre.

III

Y esto nos conduce al tercer aspecto: el diálogo con el mundo digital. La tecnología informática representa, en efecto, un desafío también para los consagrados. Por un lado, ofrece inmensas posibilidades de bien, tanto para la vida común como para el apostolado. Sería miope ignorar las extraordinarias oportunidades que brinda a la comunión y a la misión, permitiendo llegar a personas lejanas, compartir la fe con nuevos lenguajes y acercarse incluso a quienes, por vías ordinarias, difícilmente se aproximan a nuestras comunidades. Al mismo tiempo, sin embargo, estos recursos pueden influir profundamente —y no siempre positivamente— en nuestro modo de construir y mantener relaciones. Es fácil, por ejemplo, caer en la tentación de sustituir la mera conexión virtual por las relaciones reales entre las personas, donde son indispensables la presencia, la escucha prolongada y paciente y la profundización compartida de ideas y sentimientos (cf. Francisco, Exhort. ap. Christus vivit, 88).

Como Superiores, ustedes tienen la responsabilidad de custodiar también en este ámbito la fraternidad y la comunión, velando para que los medios técnicos no comprometan la autenticidad de las relaciones ni reduzcan los espacios necesarios para cultivarlas. En particular, deseo subrayar que instrumentos tradicionales de comunión como los Capítulos, los Consejos, las Visitas canónicas y los momentos formativos no pueden relegarse al ámbito de las conexiones “a distancia”. El esfuerzo de encontrarse, dialogar y confrontarse es parte integrante de nuestra identidad evangélica. En este panorama de luces y sombras nos espera un desafío: integrar con equilibrio nova et vetera (cf. Mt 13,52), custodiando y cultivando la relación con Dios y con los hermanos, sin descuidar o enterrar, por pereza o temor, los nuevos talentos que el Señor pone en nuestras manos (cf. Mt 25,14-30).

Queridísimos hermanos, les doy las gracias por la difícil y delicada misión que desempeñan, los bendigo de corazón y rezo por todos ustedes y por sus comunidades. ¡Gracias!

Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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