(zenit – 8 abril 2020).- Celebramos este Jueves Santo en una forma inusual, sin presencia física de fieles en los templos, aunque con muchos recursos tecnológicos para acercarse a los misterios que conmemoramos en estos días. Estos son medios válidos para disfrutar la experiencia salvadora de Jesús.
La tecnología es una mediación que nos acerca a Dios, pues Él es espíritu y no se le puede encerrar en cuatro paredes, ni siquiera de edificios religiosos. Participar en forma virtual, estando cada quien en su casa, es legítimo y válido, pues no hay otra forma de hacerlo. Dios no tiene barreras; llega hasta tu corazón, si quieres.
En años normales, por las mañanas, todos los obispos del mundo, encabezados por el Papa, celebramos la Misa Crismal en las catedrales. Se bendicen los aceites para ungir a los enfermos y a los que van a ser bautizados, como un signo de la presencia salvífica de Jesús para ellos. Se consagra el crisma, que es un aceite perfumado, para el Bautismo, la Confirmación, la ordenación de obispos y presbíteros, la dedicación de altares y templos, como un signo de consagración y dedicación al Reino de Dios.
Este año, en algunas partes, los obispos celebrarán la Misa Crismal en forma muy restringida, con la mínima presencia de ministros. Cuando pase la emergencia sanitaria, los párrocos podrán recoger esos aceites para sus comunidades. En muchas otras diócesis, se ha pospuesto esta celebración para la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, el 4 de junio, o para otra ocasión. En esa fecha, los sacerdotes renuevan sus compromisos que hicieron el día de su ordenación. Es un día con profundo sentido sacerdotal.
Memoria de la Última Cena
La celebración más importante de hoy es la de la tarde, en que hacemos memoria sacramental de la Última Cena, cuando Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, dio el mandato supremo del amor fraterno, y lo ejemplificó lavando los pies a sus apóstoles. Esta Misa se llevará a cabo no sólo en las catedrales, sino en todas las parroquias, también sin presencia física de fieles, y este año sin lavatorio de pies, para evitar contagios. Se puede participar conectándose en forma virtual a alguna de tantas transmisiones que se ofrecen.
En la liturgia, los acontecimientos pasados se hacen presentes, actuales, vivos, por medio de los signos sacramentales establecidos por la Iglesia. Por tanto, no son sólo recuerdos, escenificaciones, evocaciones. Para quienes participamos en ellos con fe, son una actualización de los misterios; para quien no tiene fe, son ritos mágicos, costumbres, tradiciones, sin mayor trascendencia.
En la celebración vespertina de este Jueves Santo, actualizamos lo que Jesús hizo la noche antes de su Pasión. Reunido con los Doce, les habla largamente sobre cómo quiere que vivamos sus discípulos. Siendo fiel a los ritos tradicionales de la Pascua judía, Jesús establece algo nuevo: la memoria perpetua de su propia Pascua, su muerte y resurrección, por medio de dos signos profundamente elocuentes, como son pan y vino. Por ellos, significa y perpetúa, con la fuerza transformante del Espíritu Santo, su entrega hasta la cruz y su presencia viva y permanente entre los suyos, como resucitado. Esto quiere decir que, en toda celebración de la Misa, en cualquier rincón de la tierra, en forma muy solemne o muy sencilla, Jesús actualiza su muerte y resurrección.
Misterio de amor
Recibir la comunión sacramental es apropiarse de ese misterio de amor, es beneficiarse de todo lo que implica la muerte y resurrección del Señor. ¡Qué dichosos somos! Ahora, no se puede recibir directamente, por las restricciones sanitarias, pero se puede hacer la intención de que él venga a tu corazón, y él se hace presente, pues para él no hay muros.
Jesús instituye la Eucaristía, signo de su entrega por nosotros. Pero no lo hace para un recuerdo egoísta y espiritualoide de Sí mismo, sin incidencias en la vida práctica, sino para impulsarnos a hacer lo mismo que El hizo, que fue entregarse a los demás, servir a los otros, pasar la vida haciendo el bien. Eso significa el lavatorio de los pies. Es la vocación de servicio que tenemos todos los bautizados, no sólo los sacerdotes y obispos.
Dar la vida
Jesús se entrega hasta dar la vida, hasta derramar su sangre, hasta ser molido en la cruz, como los granos de trigo y las uvas son triturados para ser comida y bebida. Es la mayor prueba de amor que nos ha dado. Es el camino que nos ha señalado a todos sus discípulos: amar y entregar nuestra vida al servicio de los demás.
Esa es la vocación de los padres de familia: triturarse para que sus hijos tengan una vida digna. Esa es la vocación de los gobernantes, políticos y legisladores: despedazarse para que haya justicia, salud, trabajo, paz social, educación y bienestar integral de los ciudadanos. Esa es la vocación de médicos, enfermeras y demás agentes sanitarios: exponer su propia vida para salvar a los enfermos y a todos los que sufren diversas dolencias. Esa es la vocación de profesores y educadores: gastar sus energías en preparar clases, revisar tareas, escuchar a sus alumnos y procurar su crecimiento personal y social.
Esa es la vocación de campesinos, agricultores y cuidadores de la madre tierra: sudar y cansarse para que no falten alimentos, agua, aire limpio y los productos necesarios para subsistir. Esa es la vocación de empresarios, trabajadores y empleados: desgastarse para satisfacer las necesidades de la comunidad. Esa es la vocación de los comunicadores: desvelarse para encontrar las noticias y compartir con el público sólo aquellas que ayuden a la sociedad.
Convertirnos en un Sagrario
Esa es la vocación de religiosas, misioneros, catequistas, diáconos, agentes de pastoral, sacerdotes, obispos, y también del Papa: consagrar todo nuestro ser, emplear nuestro tiempo y nuestras capacidades para que creyentes y no creyentes tengan los medios de acceder a la redención realizada en Cristo, por la evangelización, la catequesis, los sacramentos, el dinamismo pastoral, por el amor misericordioso a los pobres, los enfermos, los presos, los migrantes. Nuestra vocación es el servicio, que simbolizamos en el lavatorio de los pies, cuando es posible realizarlo. Amar y servir es lo que nos identifica con Jesús.
En otros años, al terminar la celebración litúrgica, se deja el Santísimo Sacramento en altares preciosamente adornados, para que los fieles puedan dedicar algún tiempo a la adoración de la presencia viva de Jesús. Ahora, por la pandemia y para evitar aglomeraciones, se hace la reserva de la Eucaristía en el Sagrario. Cada quien, desde nuestro hogar, podemos convertirnos en un Sagrario, permitiendo a Jesús morar en nosotros y teniendo más detalles de servicio hacia los demás, sobre todo a enfermos, ancianos y también a familiares necesitados de cariño y atención. Eso es ser Eucaristía: alimento de vida, servicio por amor.