Hace días que estoy dando vueltas en mi cabeza. Mi hijo me dio la clave, el punto de partida. Me dijo: «mamá! ¡en misa me aburro! ¿por qué vamos a misa? ¡ yo no quiero ir!»
Y me recordé a mi misma diciéndole algo parecido a mi madre. Me volví a ver sentada en un banco contando las baldosas blancas y negras del suelo de la iglesia, sin entender ni importarme nada de lo que estaba sucediendo en el altar.
Mi madre no se escandalizó cuando le dije que había decidido no ir porque, para aburrirme, mejor me quedaba en casa. Me habló con mucho cariño y me regaló un misal para niños animándome a seguir la misa con éste. Le hice caso y supere mi dificultad.
Pero ¿qué hacer cuándo nuestros hijos tienen dificultades con la lectura? Necesitamos aprender a leer conociendo las primeras letras. Si cuando apenas distinguimos las vocales, nos dan «El Quijote» como libro de cabecera, con toda seguridad no volveremos a tomar un libro en la vida. El problema no está en «El Quijote» si no en nuestras dificultades para entenderlo si no nos dan las herramientas para hacerlo.
Lo mismo sucede, salvando las distancias, con la misa. Es un misterio tan grande que debemos ir aprendiendo poco a poco, pasito a pasito, haciéndonos niños con nuestros hijos.
Mi hijo esperaba una respuesta y se la di: «nos aburrimos cuando no entendemos nada”.
Vamos a pensar cada domingo en tres cosas que nos puedan ayudar a comprender mejor. Porque cuando dejas de contar baldosas, el Señor te engancha y ya no se trata de «tener que ir» si no de «desear ir».
Y esta es nuestra propuesta para este año de catequesis para la familiar. Avanzar juntos, domingo a domingo, intentando detenernos en cada detalle, palabra, gesto… que nos ayude a enamorarnos de este sacramento. Porque, que nos aburramos no significa que no queramos a Jesús, significa que necesitamos aprender.