“Joven polaco, patrono de la juventud y de los novicios de la Compañía de Jesús. Defendió su vocación frente a su padre y hermano, recorriendo kilómetros a pie por Europa, lleno de esperanza, alentado por su amor a Cristo y a María”
Su celebración litúrgica se produce el 13 de agosto, pero en el calendario está fijada el día 15, festividad de la Asunción, ya que justamente en esta fecha, a sus 18 años, culminó su vida, cumpliéndose así su anhelo de festejarla en el cielo.
Nació en el castillo de Rostkow el 28 de octubre de 1550. Su padre era senador de Polonia y lord de Zakroczym, y su madre estaba emparentada con la nobleza. Tenía tres hermanos y dos hermanas. Pablo, el primogénito, era diametralmente opuesto a Estanislao. Éste disciplinado, sensible, amante de la oración y de las prácticas de piedad, con una gran inocencia evangélica que impulsaba a quienes estaban a su alrededor a respetar sus creencias. Y Pablo entregado a las diversiones mundanas. Tenían el privilegio de formar parte de una familia que por su manera de vivir la fe católica se había convertido en un punto de referencia importante para todos. En su hogar solo vieron piedad, modestia, honestidad y otros valores que adoptados por ellos debían ser motivo de descanso para el personal de servicio y para cualquier persona de su entorno. Sin embargo, como suele suceder con los hermanos, aunque recibieron la misma educación, cada uno la procesó de forma distinta.
Los dos recibieron clase en su propia casa siendo su tutor Juan Bilinsky. Pero una vez cubierta la primera etapa de su enseñanza, los padres juzgaron conveniente enviarlos a Viena. Tenían noticia del prestigioso centro regido por los jesuitas, y sabían que custodiados por ellos, su fe no correría peligro; al contrario. Estanislao tenía entonces 14 años. Era alegre, noble, austero, buen estudiante, muy estimado por todos. Apenas pudieron permanecer allí un año, ya que en 1565 el colegio fue clausurado por el emperador Maximiliano II. Así que ambos hermanos se alojaron en el domicilio de una luterana, junto a Bilinsky y otros jóvenes polacos. Pablo emprendió su particular ataque contra Estanislao, mofándose de su forma de vida caracterizada por la oración, ayuno, mortificación, disciplinas, y comunión, siempre que era posible. Bilinsky tampoco veía con buenos ojos al joven santo, y las hostilidades comenzaron a cebarse en él. Le hacían creer que era una presunción estimar la santidad como el ideal más elevado, y le recordaban su alta procedencia al objeto de tentarle en su modestia. Le aconsejaban vestir conforme a su rango y a obedecer a Bilinsky. Ignoraban que la vida le apremiaba misteriosamente. Pablo llegó a maltratarle, pero no logró llevarle a su territorio.
En diciembre de ese año 1565 el santo enfermó de gravedad, y la luterana se negó a acoger en su domicilio a un sacerdote para que le diese la comunión y el viático. Estanislao apeló a santa Bárbara creyendo que por su mediación se otorgaba el don de no morir sin recibir los sacramentos, y se le apareció rodeada de dos ángeles, uno de los cuales le dio la Sagrada Comunión. En medio de esta gracia sobrenatural vio también a la Virgen Inmaculada y al Niño que depositó en sus manos; se curó instantáneamente. Ella le advirtió que no había llegado su hora y que debía ingresar en la Compañía de Jesús. Y eso hizo. Pero dada su edad, precisaba el consentimiento paterno. Su progenitor se lo negó con rotundidad. Luego fracasó su intento de ingresar en Viena ya que el provincial no le admitió temeroso de las represalias que aquél podía tomar. Entonces, íntimamente una voz hizo ver al joven que debía acudir a Alemania y exponer su deseo a san Pedro Canisio. Salió vestido de peregrino, y de ese modo se desembarazó de su hermano y de Bilinsky en medio de situaciones de peligro, ya que cuando se dieron cuenta de su fuga, Pablo le siguió.
Hizo el camino a pie hasta Dilinga donde el padre Canisio le acogió, le encomendó varias misiones, la mayoría muy humildes, que desempeñó con fidelidad, alegría y obediencia. Después de probar su vocación, fue destinado a Roma donde llegó a pie recorriendo los Alpes y los Apeninos. Le recibió san Francisco de Borja. Allí le persiguió la ira de su padre que le envió una terrible y amenazadora carta. Le reprendía de forma implacable por haber tomado una “sotana despreciable y haber abrazado una profesión indigna de su alcurnia”. Estanislao respondió, con respeto y firmeza, rogándole que le diese permiso para llevar adelante la vida que había escogido. Después, dejando en manos de Dios el grave problema familiar, se centró en su misión. Se propuso vivir la regla de principio a fin sin lesionarla lo más mínimo, con la gracia divina. Un día, el padre Manuel de Sá lo llevó a Santa María la Mayor y le preguntó que si amaba a la Virgen. “¿Y no la he de amar, si es mi Madre?”, respondió gozoso. Por esa época, a sus 17 años, le veían entrar en éxtasis durante la misa y después de recibir la comunión.
En los inicios de 1568 profesó. Ese mismo año la canícula romana le provocó súbitos y constantes desvanecimientos; fueron para él un aviso de su pronta muerte. Unos días previos a la festividad de la Asunción de María, comentó: “¡Qué día tan feliz debió ser para todos los santos aquél en que María entró en el cielo! Quizá ellos lo celebran con especial gozo, como lo hacemos nosotros en la tierra. Espero que estaré entre ellos en su próxima celebración”. Diez días más tarde, en la festividad de san Lorenzo, tuvo que guardar cama, y aunque no había elementos para pensar que pudiera morir, no hizo más que repetir que no volvería a levantarse.
El día de la Asunción de 1568 vio a la Virgen rodeada de ángeles que le llamaba, y poco después falleció con suavidad, como si se hubiera quedado dormido. Tiempo atrás había dicho: “Yo nací para grandes cosas”; así era. Pasado un mes, llegó Pablo con indicaciones paternas expresas de llevárselo a casa, y se encontró con que había muerto. Impresionado, reconoció el mal que le hizo. Fue testigo en el proceso de beatificación, y a la edad de 60 años solicitó ingresar en la Compañía. Estanislao fue beatificado por Paulo V el 19 de octubre de 1605. Benedicto XIII lo canonizó el 31 de diciembre de 1726.