(zenit – 2 oct. 2020).- Hoy, es el aniversario de la fundación del Opus Dei. El 2 de octubre de 2020, san Josemaría Escrivá de Balaguer vio que Dios le llamaba a dar vida a un camino de santificación dirigido a toda clase de personas en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano.
Con motivo de esta celebración, compartimos un testimonio publicado en la página web del Opus Dei sobre la vida de Abraham Zavala, médico del Perú, padre, esposo y miembro de la Obra, fallecido hace unos meses.
En él, se habla sobre la llamada a la santidad, la vocación al Opus Dei y su encuentro con san Josemaría en Perú.
Hijo, esposo, padre y médico
Abraham Zavala falleció en Lima el 29 de julio de 2020, pocas semanas antes, el 14 de julio, su esposa Cecilia se había ido al cielo. La vida de este matrimonio “ha estado entretejida de las tareas propias de un matrimonio cristiano, así como a la vivencia del espíritu de servicio en la profesión médica y en la vida ordinaria”, indica el artículo.
Los dos eran supernumerarios, fieles del Opus Dei, y procuraron “transformar la prosa de esta vida en endecasílabos, en poesía heroica”, como decía san Josemaría.
Abraham Zavala Stanbury nació en Arequipa, Perú en 1932. Estudió Medicina y se especializó en Neumología. “Durante todo su ejercicio profesional fue un médico amable y acogedor, que atendía a cada uno de sus pacientes con mucho interés, procurando devolverle la salud de la manera más segura y actuando siempre con espíritu esperanzador”, señala el texto.
Se casó con Cecilia Batlle, con quien tuvo cuatro hijos: Abraham, Cecilia, Javier y Rafael, “fue hijo amoroso y preocupado siempre por sus padres; esposo bueno y comprometido; hermano que siempre adivinó las necesidades de los suyos; educador incansable de sus tres hijos y una hija; médico que atendió gratis a los pacientes -sin recursos- con una sonrisa; amigo que iluminó con buena doctrina a muchas personas; profesor que enseñó mucho más que a ser médico, a ser buenas personas y cristianos practicantes”.
La vocación al Opus Dei
A los 42 años solicitó la admisión al Opus Dei como supernumerario, “reafirmando su vocación cristiana y descubriendo la llamada divina a santificar el trabajo profesional, ayudando a muchos enfermos a descubrir que es posible la santificación en la enfermedad y en el dolor”.
Gracias a esa experiencia profesional y humana, Abraham escribió hace varias décadas dos folletos, “Carta a los enfermos” y “Una puerta que se abre al amor”, (acerca de la muerte) cuyo título, se lo debe a san Josemaría.
Él mismo contaba su vocación de esta manera: “Un día mi esposa invitó a almorzar a la casa a un primo suyo, monseñor Luis Sánchez Moreno, miembro numerario del Opus Dei. Él nos habló de la Obra y nos invitó a una reunión. Después de asistir, supe que eso era para mí. Era como un guante que a un cirujano le cae perfectamente y a la medida, lo que sentí cuando conocí el Opus Dei. Desde el principio estuve seguro de pertenecer a él y no me equivoqué; no sólo he aprendido valiosas enseñanzas para la vida, sino que tuve la dicha divina de haber podido tratar a un santo, al fundador del Opus Dei”.
Recuerdos junto a san Josemaría
Cuando san Josemaría visitó Perú, enfermó de una bronquitis muy grave, y se llamó a Abraham para que le atendiera. El médico cuenta cómo, “yo recién tenía casi un año como miembro del Opus Dei y había cosas que todavía no conocía, pero al verlo, escucharlo y sentirlo, redescubrí el camino de la santificación de todos los momentos. Sólo lo conocía por libros y apenas lo vi, tuve la impresión que casi toda persona siente y percibe: estar frente a un santo”.
Luego, prosiguió “cuando enfermó, me llamaron y empecé a atenderlo, recuerdo que cuando fui a verlo lo encontré ya en su camita. Empezó con una simple afección gripal, parece que fue en el avión que lo trasladó de Argentina a Chile y después de Chile al Perú empeoró un poco”.
“Cuando lo vi, estaba con una bronquitis muy severa. A los dos días hizo una bronconeumonía y nos tuvo en vilo varios días. Yo tenía que verlo mañana y tarde. Los que más me dolió, y a él también, fue cuando le tuve que prescribir reposo absoluto, pues significaba que no podía celebrar misa, ni siquiera en el día de la Virgen del Carmen, a la que él amaba tanto. Pero su malestar no le impedía transmitir el mensaje de Dios; recuerdo que, como la nebulización que yo le hacía demoraba un poco, él pedía que le leyeran todas las cartas que le escribían sus hijos del Perú. Sobrellevó la enfermedad como una persona santa, no protestaba por nada y siempre fue obediente a mis indicaciones. Él con paciencia, con una paz y santidad las recibía y aceptaba. Se intuía en él una luz divina porque tenía mucha fuerza espiritual que se percibía en todas sus palabras y en sus acciones.
“En una oportunidad que tuve le pregunté a Josemaría: ¿Cómo hacer para considerar a la muerte como a una buena amiga?, pues él dice en su libro Camino que no tengamos miedo a nuestra hermana la muerte. Me respondió que “La muerte era una puerta al amor, al descanso, a la paz y a la felicidad, y que en la vida debemos prepararnos con ilusión para ese momento. Ésta fue una de las mejores enseñanzas que me dejó”.
Abraham iba todos los días a ver a san Josemaría para asegurarse cómo iba el tratamiento.
La vocación profesional, ámbito de santificación
En sus recuerdos de san Josemaría, Zavala explicó que “Josemaría nos trataba como el padre más cariñoso que existe, con suavidad y con alegría, porque él nunca dejó de estar alegre, ni siquiera cuando enfermó. Cada gesto y palabra suya era una enseñanza, todas sus manifestaciones eran una lección de vida, de cómo se debe ser un buen paciente, un padre o un amigo. Lo que más se me quedó grabado es saber que hemos venido para santificarnos y que lo que viene después es mucho mejor. San Josemaría era muy agradecido”.
“Recuerdo que después de algún tiempo me envió un cuadro que él mismo había mandado pintar, en agradecimiento por la atención que le brindé. Siguiendo sus enseñanzas, intento atender a mis pacientes y a los familiares de mis pacientes con cariño y bastante amor, como me gustaría que me traten cuando enferme. Intento ser padre de familia como Dios quisiera que sea, como san José, el padre de la familia de Nazaret, cumpliendo además mi labor de hijo, de esposo, de amigo, de profesional, lo mejor que pueda”, añadió.
Palabras de su hijo
En el 83 cumpleaños de Abraham, su hijo Rafael escribió: “Mi padre siempre representó para mí el modelo de la prudencia, la sabiduría para tomar decisiones, el esfuerzo para dar todo lo que llevamos dentro para ganar, el trabajo bien hecho cueste lo que cueste, y la perseverancia para terminar lo que se empieza en el tiempo acordado. Su sello diferencial es su increíble capacidad de darse a los demás un día sí y otro también. Una capacidad envidiable de enfrentarse a la adversidad, que no faltó ni falta en su vida, de vivir con ella, y cuando la vida más lo tienta, más sale a flote su capacidad de fabricar una respuesta y estar a la altura de las circunstancias”.
Y prosiguió, “se dobla, pero no se parte, vuelve a su estado natural. Una personalidad serena, que solo viaja al pasado para aprender de él, y al futuro para medir los riesgos, pero no se queda en tiempos irreales y siempre vuelve al presente, sabe que su futuro depende de lo que haga hoy”.
No le regalaron nada, explica Rafael, todo se lo ganó a fuerza trabajo duro. “En medio de una sociedad que premia los atajos, premia a los ‘vivos’, él siempre me recuerda que nada hay realmente gratis en la vida, que todo lo que vale, exige sacrificio y que el que la sigue la consigue. Con los años, aprendió a combinar el sentido del deber laboral, con lo que yo llamo ‘estar en la foto’ de la familia, es decir, pasar más tiempo con nosotros, conocer más de cerca nuestras alegrías, miedos, retos, ‘estar allí’”, apunta su vástago.