Francisco visitó este sábado, 26 de julio, la ciudad italiana de Caserta, y antes de celebrar la eucaristía en la plaza acompañado por una gran multitud de fieles, tuvo ocasión de reunirse con los sacerdotes de la diócesis. A ellos les reconoción que se sentía un poco «culpable» por haber creado tantos problemas en el día de la fiesta patronal. «Yo no lo sabía. Y cuando llamé al obispo para decirle que quería venir a hacer una visita privada, aquí, a un amigo, el pastor Traettino, él me dijo: ‘¡Ah, justo el día de la fiesta patronal!’ Y en seguida pensé: ‘Al día siguiente aparecerá en todos los periódicos: en la fiesta patronal de Caserta el Papa ha ido a ver a los protestantes’. Bonito título ¿eh? Y así lo hemos preparado, un poco deprisa, pero, me ha ayudado mucho el obispo, y también la gente de la Secretaria de Estado. He dicho al sustituto, cuando le he llamado: ‘Pero, por favor, quítame la cuerda del cuello’. Y lo ha hecho bien».
En el encuentro que mantuvo con los sacerdotes, el Santo Padre respondió a cuatro preguntas que le hicieron los allí presentes. El Pontífice habló sobre la importancia de la unidad entre los obispos, sobre la piedad popular, dio las claves para ser un sacerdote del tercer milenio y cómo vivir como sacerdote diocesano.
El primero en preguntar fue el vicario general de Caserta, quien reconoció el bien que el Santo Padre está haciendo con sus palabras en relación a la conversión espiritual, íntima y personal. Pero, el vicario le pidió una intervención sobre cuestiones más prácticas. De este modo, el vicario explicó que la diócesis de Caserta tiene «fronteras absurdas», municipios que están divididos a mitad con otras diócesis. Por eso, el vicario pregunta cómo se pueden poner de acuerdo los obispos para resolver estas situaciones.
Francisco explicó que los obispos no pueden hablar mal unos de otros, porque «esto rompe precisamente la unidad de la Iglesia. Esto no es de Dios». Y añade «nosotros, los obispos, debemos dar el ejemplo de la unidad que Jesús ha pedido al Padre para la Iglesia». Por esto, el Papa propone «decir las cosas a la cara». Yo prefiero -ha manifestado el Santo Padre- que se griten cuatro cosas de esas fuertes y después se abracen y no que se hable a escondidas uno de otro. En la unidad de la Iglesia es importante la unidad entre los obispos, afirmó. El Pontífice puso como ejemplo otra diócesis -no italiana- en la que se rehicieron los límites por la ubicación del tesoro de la catedral y están en conflicto en los tribunales desde hace más de 40 años. «Por dinero: ¡esto no se entiende! ¡Es aquí donde el diablo festeja! Es él quien gana», advirtió. Finalmente, el Papa observó que el Espíritu Santo ha querido que en la Iglesia haya variedad de carismas, «unidad en la diversidad de cada uno, sin que ninguno pierda la propia personalidad», subrayó.
La siguiente pregunta, realizada por un párroco, fue sobre la piedad popular. «¿Qué sugerencia puede darnos para una pastoral que sin mortificar la piedad popular, pueda relanzar el primado del Evangelio?» Y para hablar de piedad popular, Francisco mencionó lo que Pablo VI describía en Evangelii Nuntiandi, donde decía que a veces la piedad popular debe ser también evangelizada.
La verdadera piedad popular -afirmó el Papa- nace de ese sensus fidei del que habla este documento conciliar y guía en la devoción de los santos, de la Virgen, también con expresiones folklóricas en el buen sentido de la palabra. A propósito, Francisco hizo referencia a los jóvenes. «Los jóvenes realmente quieren este protagonismo misionero y aprenden de aquí a vivir una forma de piedad que se puede también decir piedad popular: el apostolado misionero de los jóvenes tiene algo de la piedad popular», afirmó. Por otro lado, el Pontífice observó que los confesionarios de los Santuarios «son un lugar de renovación para nosotros, sacerdotes y obispos. Son un curso de actualización espiritual, por el contacto con la piedad popular».
En una tercera pregunta, Francisco propone caminos, fantasiosos y creativos para los sacerdotes del tercer milenio. Para ser creativos no hay otro camino que la oración, afirmó el Papa. «Un obispo que no reza, un sacerdote que no reza, ha cerrado la puerta, ha cerrado la puerta de la creatividad. Es precisamente en la oración cuando el Espíritu te hace sentir una cosa, viene el diablo y te hace sentir otra; pero en la oración está la condición para ir adelante», explicó. La Iglesia sin oración se convierte en una ONG, advirtió el Santo Padre. Del mismo modo, reconoció que muchas veces la creatividad te lleva a la cruz, pero «cuando viene de la oración, da fruto». Y así, el Papa recordó que es importante la doble trascendencia: hacia Dios y hacia el prójimo.
Y junto con la creatividad y la trascendencia, Francisco habló de la cercanía. «No asustarse de nada. Ser cercano. El hombre de Dios no se asusta», subrayó. Y esta cercanía, observó, «se trata de cercanía a una cultura, cercanía a las personas, a su forma de pensar, a sus dolores, a sus resentimientos». Y junto a estas recomendaciones, el Pontífice habló de diálogo: «para dialogar son necesarias dos cosas: la propia identidad como punto de partida y la empatía con los otros». De este modo, habló también del proselitismo haciendo referencia a las palabras del papa Benedicto XVI: «la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción». Esta atracción -añadió el Papa- es esta empatía humana que después es guiada por el Espíritu Santo.
Por tanto, quiso resumir Francisco, el perfil del sacerdote de este siglo tan secularizado es «un hombre de creatividad, que sigue el mandamiento de Dios -‘crear las cosas’-, un hombre de transcendencia, tanto con Dios en la oración, como con los otros, siempre: un hombre de cercanía que se acerca a la gente. Alejar a la gente no es sacerdotal y de esta actitud la gente a veces se cansa, y aún así viene igualmente donde nosotros. Pero quien acoge a la gente y está cerca de ellos, dialoga con ellos, lo hace porque se siente seguro de la propia identidad, que lo empuja a tener un corazón abierto a la empatía».
La última pregunta para el Obispo de Roma fue sobre cuál es «el fundamento de una espiritualidad del sacerdote diocesano». Al respecto, el Santo Padre explicó que el sacerdote debe tener contemplación, una capacidad de contemplación tanto hacia Dios como hacia los hombres. Pero, especifica, el centro de la espiritualidad del sacerdote diocesano está en la «diocesanidad». La espiritualidad de un religioso es la capacidad de abrirse a los otros en la comunidad. Sin embargo, la espiritualidad del sacerdote diocesano es abrirse a la diocesanidad. A propósito, Francisco añadió «y vosotros -religiosos que trabajáis en parroquia tenéis que hacer las dos cosas, por esto el dicasterio de obispos y el dicasterio de la vida consagrada están trabajando en una nueva versión de la Mutuae relationes, porque el religioso tiene las dos pertenencias».
Volviendo a la diocesanidad, el Santo Padre indicó que significa tener «relación con el obispo y relación con los otros sacerdotes». La relación con el obispo es importante, es necesaria. Un sacerdote diocesano no puede estar desligado del obispo, observó el Papa.
Algo que no es fácil, reconoció Francisco. «Ponerse de acuerdo con el obispo no siempre es fácil, porque uno piensa de una manera, otro piensa de otra, ¡pero se puede discutir… y que se discuta! ¿Y se puede hacer con voz fuerte? ¡Que se haga! Cuántas veces un hijo discute con su padre y al final permanecen siempre padre e hijo», explicó el Papa. Asimismo, pidió tener la humildad de aceptar una corrección.
El enemigo de estas dos relaciones son los chismorreos. «Los chismorreos son el enemigo más fuerte de la diocesanidad, es decir, de la espiritualidad», advirtió.
Por otro lado, indicó que la alegría es el signo
de que estas dos relaciones van bien. Y añadió: «así como la amargura es el signo de que no hay una verdadera espiritualidad diocesana». «Uno puede enfadarse, es también sano enfadarse una vez. Pero el estado de enfado no es del Señor y lleva a la tristeza y a la discusión», concluyó el Santo Padre.