Francisco en Caserta: tener la valentía de decir no a la corrupción e ilegalidad

Texto completo de la homilía del Santo Padre en la misa en Caserta

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El santo padre Francisco ha celebrado hoy la santa misa en la plaza adyacente al Palacio Real de Caserta, ciudad italiana al sur de Roma, con ocasión de la fiesta de la patrona, Santa Ana.

Publicamos a continuación la homilía del Papa:

Jesús se dirigía a sus oyentes con palabras sencillas, que todos podían entender. También esta tarde, hemos oído, Él nos habla a través de parábolas breves, que hacen referencia a la vida cotidiana de la gente de aquel tiempo. Las similitudes del tesoro escondido en el campo y de la perla de gran valor ven como protagonistas un pobre trabajador y un rico comerciante. El comerciante de toda la vida busca un objeto de valor, que apague su sed de belleza y da la vuelta al mundo, sin rendirse, en la esperanza de encontrar lo que está buscando. El otro, el trabajador, nunca se ha alejado de su campo y cumple el trabajo siempre, con las acciones cotidianas habituales. Y para los dos el éxito final es el mismo: el descubrimiento de algo precioso, para uno un tesoro, para otro una perla de gran valor. Ambos están unidos también por un mismo sentimiento: la sorpresa y la alegría de haber encontrado la satisfacción de todo deseo. Finalmente, ambos no dudan en vender todo para conseguir el tesoro que han encontrado. Mediante estas dos parábolas, Jesús enseña qué es el reino de los cielos, como se encuentra, qué hacer para tenerlo. ¿Qué es el reino de los cielos? Jesús no se preocupa de explicarlo. Lo anuncia desde el inicio de su Evangelio: «El reino de los cielos está cerca»; también hoy está cerca de nosotros, está cerca. Es más, no hace verlo nunca directamente, sino siempre como un reflejo, narrando el actuar de un propietario, de un rey, de diez vírgenes… Prefiere dejarlo intuir, con parábolas y semejanzas, manifestando sobre todo los efectos: el reino de los cielos es capaz de cambiar el mundo, como la levadura escondida en la masa; es pequeño y humilde como un grano de mostaza, que se hará grande como un árbol. Las dos parábolas sobre las que queremos reflexionar nos hacen entender que el reino de Dios se hace presente en la persona misma de Jesús. Es Él el tesoro escondido, es Él la perla de gran valor. Se comprende la alegría del campesino y del comerciante: ¡han encontrado! Es la alegría de cada uno de nosotros cuando descubrimos la cercanía y la presencia de Jesús en nuestra vida. Una presencia que transforma la existencia y nos abre a las exigencias de los hermanos; una presencia que invita a acoger cada otra presencia, también la del extranjero o del inmigrante. Es una presencia acogedora, es una presencia alegre, es una presencia fecunda. Así el reino dentro de nosotros.

Vosotros podéis preguntarme, pero padre: ¿Cómo se encuentra el reino de Dios? Cada uno de nosotros tiene un recorrido particular. Cada uno de nosotros tiene su camino en la vida. Para alguno el encuentro con Jesús es esperado, deseado, buscado desde hace mucho, como se muestra en la parábola del comerciante, que da la vuelta al mundo para encontrar algo de valor. Para otros sucede de improviso, casi por casualidad, como en la parábola del campesino. Esto nos recuerda que Dios se deja encontrar igualmente, porque es Él quien desea en primer lugar encontrarnos a nosotros y en primer lugar trata de encontrarnos. Ha venido para ser el «Dios con nosotros». Y Jesús está entre nosotros, Él está aquí, Él lo ha dicho. Cuando estáis reunidos en mi nombre yo estoy con vosotros. Él Señor está aquí, está con nosotros, en medio de nosotros. Es Él quien nos busca y se hace encontrar también por quien no lo busca. Y Él nos busca y se hace encontrar. A veces Él se deja encontrar en lugares insólitos y en tiempos inesperados. Cuando se encuentra a Jesús se queda fascinado, conquistado, y es una alegría dejar nuestro habitual modo de vivir, a veces árido y apático, para abrazar el Evangelio, para dejarnos guiar por la lógica nueva del amor y del servicio humilde y desinteresado.

La Palabra de Jesús, el Evangelio. No quiero hacer la pregunta aquí. Pero quiero que respondáis, hago la pregunta. ¿Cuántos de vosotros cada día leen un fragmento del Evangelio? No levantéis la mano, no, no. Hago la pregunta solamente. Pero, ¿cuántos de vosotros quizá se dan prisa en hacer el trabajo para no perder la telenovela? Tener en Evangelio a mano, tener en Evangelio en la mesilla. Tener el Evangelio en el bolso. Tener en Evangelio en el bolsillo. Y después abrirlo y ver la Palabra de Jesús. Y el reino de Dios viene. El contacto con la Palabra de Jesús es lo que nos acerca al reino de Dios. Pensadlo bien. Un Evangelio pequeño a mano siempre, se abre, por casualidad y se lee. Y Jesús está ahí.

¿Qué puedo hacer para poseer el reino de Dios? Sobre este punto Jesús es muy explícito: no basta el entusiasmo, la alegría del descubrimiento. Es necesario anteponer la perla preciosa del reino a cualquier otro bien terreno. Es necesario poner a Dios en el primer lugar en nuestra vida, preferirlo a todo. Dar el primado a Dios significa tener la valentía de decir no al mal, no a la violencia, no a las opresiones, para vivir una vida de servicio a los otros y en favor de la legalidad y del bien común. Cuando una persona descubre a Dios, el verdadero tesoro, abandona un estilo de vida egoísta y busca compartir con los otros la caridad que viene de Dios. Quien se hace amigo de Dios, ama a los hermanos, se compromete en cuidar su vida y su salud también respetando el ambiente y la naturaleza. Yo sé que vosotros sufrís por estas cosas. Hoy cuando he llegado uno de vosotros se ha acercado y me ha dicho: padre, dénos la esperanza. Pero yo no puedo daros la esperanza. Pero yo puedo deciros: donde está Jesús hay esperanza. Donde está Jesús se ama a los hermanos, se compromete a cuidar su vida y su salud también respetando el ambiente y la naturaleza. Y esta es la esperanza que no desilusiona nunca. La que da Jesús.

Esto es particularmente importante en esta vuestra tierra bella que pide ser cuidada y preservada, pide tener la valentía de decir no a todo tipo de corrupción y de ilegalidad. Todos sabemos el nombre de estas formas de corrupción y de ilegalidad. Pide a todos ser servidores de la verdad y asumir en toda situación el estilo de vida del Evangelio, que se manifiesta en el don de sí y en la atención al pobre y al excluido. Cuidar al pobre y al excluido. La Biblia está llena de esto. El Señor dice: vosotros haced esto, haced esto. A mí no me importa, a mí me importa que el huérfano sea cuidado, que la viuda sea cuidada, que el excluido sea recibido. A mí me importa que la creación sea cuidada. Esto es el reino de Dios. Y la Biblia está llena.

La fiesta de Santa Ana, a mí me gusta llamarla la abuela de Jesús. Es así ¿eh? Y hoy es un bonito día para festejar a las abuelas. Cuando incensaba, he visto algo muy bonito. Santa Ana no está coronada, la hija está coronada. Y esto es bonito ¿eh? Santa Ana es la mujer que ha preparado a su hija para ser reina, para ser la reina del cielo y de la tierra. Ha hecho un buen trabajo esta abuela ¿eh? Un buen trabajo.  

Es la patrona de Caserta, ha recogido en esta plaza los varios componentes de la Comunidad diocesana con el obispo y con la presencia de las autoridades civiles y de los representantes de varias realidades sociales. Deseo animaros a todos a vivir la fiesta patronal libre de cualquier condicionamiento, expresión pura de la fe de un pueblo que se reconoce familia de Dios y fortalece los lazos de la fraternidad y de la solidaridad. Santa Ana quizá ha escuchado a su hija María proclamar las palabras del Magníficat, porque María seguramente ha repetido estas palabras muchas veces. Estas palabras: «derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes». Ella os ayude a buscar el único tesoro, Jesús, y os enseñe a descubrir los criterios del actuar de Dios; Ella invierte los juicios del mundo, socorre a los pobres y a los pequeños y colma de bienes a los humildes, que
le confían a Él su existencia.

Tened esperanza. La esperanza no desilusiona. A mí me gusta repetir, no os dejéis robar la esperanza.

Traducido del italiano por Rocío Lancho García

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ZENIT Staff

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