(ZENIT Noticias – Humanitas / Santiago-Roma, 09.04.2022).- Hace 2000 años el apóstol san Pablo naufragó en la costa de Malta junto con aproximadamente 300 presos políticos que intentaban cruzar el mar. La población local les dio la bienvenida y les proporcionó refugio y comida.
La visita del Papa Francisco del 2 y 3 de abril a Malta ha tenido como objetivo alentar y reavivar aquella hospitalidad bíblica que hoy debe vivirse día a día con los miles de migrantes y refugiados que llegan a las mismas costas que una vez pisó el apóstol. Malta es para ellos, provenientes del norte de África, el primer puerto de escala en busca de una vida mejor en Europa.
El trato que reciben los migrantes en Malta no se corresponde siempre con aquella “cordialidad fuera de lo común” descrita en la Biblia (Lucas 28, 2) y escogida como lema del Viaje Apostólico. Una gran afluencia de inmigrantes que llegaron desde Libia después de junio de 2018 llevó a las autoridades maltesas a buscar un acuerdo con el gobierno libio para frenar la salida del país del norte de África de los solicitantes de asilo. El acuerdo se basa en que la Guardia Costera de Libia intercepte y rescate a los migrantes en el mar y los devuelva a Libia. A su regreso los refugiados, incluidos mujeres y niños, suelen ser enviados a centros de detención. Todo esto adquiere relevancia en el encuentro entre el Papa y un grupo de migrantes que tuvo lugar la tarde del domingo. A ellos el Papa expresó su cercanía, deseando que Malta siempre trate a cuantos lleguen a sus costas de la forma en que lo describe el apóstol san Pablo.
Tras su naufragio en Malta el apóstol san Pablo se quedó tres meses y fue el responsable del inicio del cristianismo en la isla. Hoy la mayor parte de la población maltesa es creyente, donde el cristianismo es profesado por alrededor de un 97 % de la población.
El Viaje
El día 2 de abril se dio inicio al 36º Viaje Apostólico de Francisco. Al aterrizar en tierra maltesa el Papa fue recibido por el presidente de la República, George William Vella. Tras escuchar los himnos de ambas naciones, el Papa se dirigió hasta el Salón Presidencial y Ministerial desde donde partió hacia el Palacio del Gran Maestre, residencia oficial del presidente de Malta, en el centro de la capital, donde tuvo lugar la visita de cortesía al Jefe de Estado maltés. Luego mantuvo un breve encuentro con el Primer Ministro del país, Robert Abela, y en la Sala del Gran Consejo del Palacio del Gran Maestre se reunió con las autoridades del país, teniendo lugar su primer discurso en tierra maltesa.
“Ahora, viniendo de Roma, yo también experimento la cálida acogida de los malteses, tesoro que se transmite en este país de generación en generación”, declaró Francisco. En su discurso el Papa se refirió a los cuatro puntos cardinales: el norte, evocando a la Unión Europea, aquella casa “edificada para que allí viva una gran familia unida en la salvaguardia de la paz”. Francisco aseveró que el viento del norte a menudo se mezcla con el que sopla del oeste. “Este país europeo, particularmente en su juventud, comparte, en efecto, los estilos de vida y de pensamiento occidentales” y añadió que de esto proceden grandes bienes, los valores de la libertad y de la democracia, pero también riesgos que es necesario vigilar, para que el afán de progreso no lleve a apartarse de las raíces. El sur fue el tercer punto cardinal que desarrolló el Santo Padre, porque desde allí llegan “tantos hermanos y hermanas en busca de esperanza”. Concluyó con un pensamiento hacia el vecino Oriente Medio, “que se refleja en la lengua de este país que se armoniza con otras, como recordando la capacidad de los malteses de generar convivencias benéficas, en una suerte de coexistencia de las diferencias”.
Por la tarde el Papa se trasladó a la isla de Gozo para un encuentro de oración en el Santuario Nacional de Ta’ Pinu, un lugar de gran piedad para los malteses, reconocido y celebrado por varios papas, entre ellos Juan Pablo II y Benedicto XVI. En 1883, solo había una simple capilla con una imagen de la Virgen. El 22 de junio, una campesina llamada Carmela Grima oyó una voz que le pedía que recitara las tres Avemaría, una por cada día que Jesús permaneció en el sepulcro. Confió en un campesino que le dijo que también había oído la voz. Desde entonces, Ta’ Pinu se convirtió en un lugar de peregrinación y se construyó una nueva iglesia en torno a la antigua capilla, lugar donde el Papa rezó las tres Avemaría, al igual que como lo hizo san Juan Pablo II en 1990. Allí puso una rosa de oro, la que se unió a la entregada por Benedicto XVI durante su visita a Malta en 2010.
El domingo, en la gruta de San Pablo en Rabat, el Papa recordó el naufragio del Apóstol de los Gentiles. Allí san Pablo predicó, bautizó y sanó enfermos mostrando el Evangelio de Cristo a quienes no lo conocían. En la gruta el Papa mantuvo una oración privada ante la imagen del Apóstol, para luego encender una lámpara votiva sobre la cual está grabada la palabra “PAX”. Luego, Francisco saludó a varios líderes religiosos, antes de dirigirse al interior de la Basílica de San Pablo para reunirse con enfermos y pacientes asistidos por Cáritas. Ante el Santísimo, el Papa se despidió con una oración y su bendición apostólica, tal como lo hicieran Juan Pablo II, el 27 de mayo de 1990 y Benedicto XVI el 17 de abril de 2010.
Luego, ante la presencia de unas 20.000 personas, entre ellas representantes de las Iglesias cristianas y de otras confesiones religiosas, el Santo Padre presidió la misa en la Plaza de los Graneros en Floriana, Malta. El Santo Padre invitó a no cansarnos nunca de pedir perdón. “No hay pecado o fracaso que al presentarlo a Él no pueda convertirse en ocasión para iniciar una vida nueva, diferente, en el signo de la misericordia. No hay pecado que no pueda ir por este camino. Dios lo perdona todo. Todo”.
Al describir la escena del Evangelio del día, el Papa alertó que sus personajes nos dicen que también en nuestra religiosidad popular pueden insinuarse la carcoma de la hipocresía y la mala costumbre de señalar con el dedo. Es un riesgo “en todo tiempo, en toda comunidad”, dijo. “Siempre se corre el peligro de malinterpretar a Jesús, de tener su nombre en los labios, pero desmentirlo con los hechos”, afirmó el Obispo de Roma. El Pontífice se preguntó cómo verificar si somos discípulos en la escuela del Maestro: “Por nuestra mirada, por el modo en que miramos al prójimo y nos miramos a nosotros mismos”. Tras la Santa Misa el Papa mantuvo un encuentro con los jesuitas de Malta.
Al encuentro de los migrantes
La tarde del domingo el Papa culminó su Viaje Apostólico con un encuentro fraterno con un grupo de migrantes en el Centro “Juan XXIII Peace Lab” de Hal Far. En él, el Santo Padre se refirió al fenómeno de la migración como el naufragio de la civilización, “que amenaza no solo con hundir a los refugiados, sino a todos nosotros” y, por lo tanto, para salvarnos, propuso un camino concreto: comportarnos con humanidad. En este sentido, para Francisco es fundamental que aprendamos a mirar a las personas no como números, sino como lo que son, es decir, “rostros, historias, sencillamente hombres y mujeres, hermanos y hermanas”, pensando “que en el lugar de esa persona que veo en una embarcación o en el mar, a través de la televisión o de una foto, podría estar yo, o mi hijo, o mi hija”.
Asimismo, refiriéndose a los testimonios compartidos por algunos migrantes durante el encuentro, el Santo Padre dirigió su pensamiento y oración hacia “las miles de personas que en estos últimos días se han visto forzadas a huir de Ucrania a causa de la guerra” y también hacia todos aquellos que, buscando un lugar seguro, “se han visto obligados a dejar la propia casa y la propia tierra en Asia, en África y en las Américas”. Por otra parte, el Papa agradeció a Malta y particularmente al centro de acogida donde se llevó a cabo el encuentro, “por haber aceptado el reto de recibir a los migrantes que llegan”, convirtiéndose así en lugares de humanidad.
Antes de concluir, Francisco compartió con todos los presentes uno de sus sueños, que ha puesto además en manos de Dios: “Que ustedes migrantes, después de haber experimentado una acogida rica de humanidad y fraternidad, puedan llegar a ser en primera persona testigos y animadores de acogida y de fraternidad, aquí y donde la Providencia guíe vuestros pasos, porque lo que es imposible para nosotros no es imposible para Él”.
Al final de esta celebración, el Santo Padre encendió una vela ante la imagen de la Virgen, acompañado por algunos migrantes.