(ZENIT Noticias – Asia News / Moscú, 19.04.2022).- Según anunciaron los propios feligreses en los canales sociales, en la víspera de Pascua «las autoridades rusas hicieron un regalo de Pascua a los católicos, expulsando en 24 horas al sacerdote de la parroquia moscovita de los Santos Pedro y Pablo, el padre Fernando Vera, sin permitirle siquiera celebrar las liturgias de la Vigilia y del Día de Pascua». Al sacerdote mexicano del Opus Dei, que lleva siete años sirviendo en Rusia, se le retiró el permiso de residencia sin ninguna explicación, dándole sólo un día para regresar a su país, del que probablemente no podrá volver a su misión en Rusia.
Como comentan los fieles, «el P. Fernando tiene la costumbre de llamar a las cosas por su nombre, pero hoy en día esto no se considera una virtud civil». Incluso con la debida precaución, hoy en día es difícil no caer en el delito de «difamación de las autoridades y el ejército», aunque sólo se mencione la «guerra» que se está librando en Ucrania. Mientras que esto puede costar a los ciudadanos rusos fuertes multas o incluso la detención y el encarcelamiento, para un misionero extranjero significa perder el derecho a permanecer en su puesto, sin ni siquiera recibir el aviso de 48 horas que se da a los diplomáticos para ser expulsados.
La expulsión de misioneros no es nada nuevo en Rusia, y ya en los primeros años del régimen de Putin hubo varios casos, lo que indica el deseo de los rusos de alejar las «influencias extranjeras». Durante años, los católicos rusos han mantenido un perfil bajo, evitando iniciativas que pudieran ser acusadas de proselitismo y profesando una lealtad absoluta a las autoridades y sus instrucciones, pero está claro que esto no es suficiente.
Todavía hay muchos misioneros que vienen de varios países del mundo, en parte porque los sacerdotes locales aún no son suficientes para cubrir las aproximadamente 300 parroquias católicas de Rusia. De los cuatro obispos que trabajan en Rusia, tres son ciudadanos extranjeros y uno es un alemán con ciudadanía rusa. Un obispo ya fue destituido en 2002, cuando el obispo Erzy Mazur de Irkutsk, en Siberia, fue obligado a regresar a su Polonia natal.
La marcha del P. Fernando es muy dolorosa para los católicos moscovitas: sólo unos meses antes había sustituido al P. Igor Kovalevsky en la titularidad de la histórica Iglesia de los Santos Pedro y Pablo, que junto con la Iglesia de San Luis de los Franceses y la Catedral de la Inmaculada Concepción constituye todo el patrimonio arquitectónico y cultual de la Iglesia Católica Romana en la capital rusa. El padre Igor había dejado su cargo en medio de una polémica con el arzobispo Paolo Pezzi y la Curia, de la que fue uno de los primeros colaboradores desde los años 90, por la mala gestión de la restitución de los edificios parroquiales, y su sucesor intentaba reconstruir la armonía entre los fieles y los párrocos.
Sólo una semana antes de la expulsión del padre Vera, el obispo Pezzi había firmado un decreto de «castigo canónico al sacerdote Igor Kovalevsky por incumplimiento de sus deberes» con una serie de acusaciones que habían exacerbado aún más el malestar en la comunidad católica. El padre Igor abandonó espontáneamente Rusia hace meses, interrumpiendo incluso su servicio sacerdotal, y ahora ha sido suspendido canónicamente por el obispo por desobediencia y por «llevar a los fieles a la tentación».
El propio arzobispo Pezzi presidió los oficios de Semana Santa y Pascua invocando «la Santa Cruz, nuestra única esperanza». Dijo que el mundo está en llamas, pero bajo sus llamas se alza la Cruz, y nada puede destruirla: «Es nuestro camino de la tierra al cielo». Los católicos «escuchamos los gritos de dolor de los que mueren, y quisiéramos ayudarles, ser ángeles de la guarda y consoladores, pero sólo podemos actuar junto a Cristo Crucificado», concluyó el obispo. «No sólo aquí o allá, sino en todos los frentes, dondequiera que haya sufrimiento, abrazando la Cruz».