(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 29.05.2022).- En ocasión de su sesión plenaria, el Papa recibió este sábado 28 de mayo al Pontificio Comité de Ciencias Históricas, un organismo de la Santa Sede dedicado al estudio de la historia y otras áreas de las humanidades como las lenguas. Ofrecemos a continuación el texto del discurso del Papa traducido al castellano:
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Me complace darles la bienvenida con motivo de su sesión plenaria. Agradezco al Presidente, Padre Ardura, sus amables palabras y os saludo a cada uno de vosotros, agradecido por vuestro generoso servicio a la Santa Sede. También es una contribución valiosa por la forma en que la llevan a cabo: dialogando y colaborando con historiadores e instituciones académicas, que desean estudiar no sólo la historia de la Iglesia, sino más ampliamente la historia de la humanidad en su relación con el cristianismo a lo largo de dos milenios.
Hace cien años, el 6 de febrero de 1922, el Papa Pío XI, bibliotecario y diplomático, dio una orientación decisiva a la Iglesia y a la sociedad civil mediante un signo ciertamente sorprendente en la época. Inmediatamente después de su elección, el Papa Ratti quiso inaugurar su pontificado mirando hacia la logia externa de la Basílica Vaticana, en lugar de la interna, como habían hecho sus tres predecesores. Dicen que se tardó casi 40 minutos en abrir esa ventanilla, que el tiempo había oxidado porque nunca se utilizó. Con ese gesto, Pío XI nos invitaba a asomarnos al mundo y ponernos al servicio de la sociedad de nuestro tiempo.
La adhesión a la realidad firmemente documentada sigue siendo indispensable para el historiador, sin escapadas idealistas a un pasado supuestamente consolador. El historiador del cristianismo debe estar atento a captar la riqueza de las distintas realidades en las que, a lo largo de los siglos, el Evangelio se ha encarnado y se sigue encarnando, proporcionando obras maestras que revelan la acción fecunda del Espíritu Santo en la historia. La historia de la Iglesia es un lugar de encuentro y de confrontación en el que se desarrolla el diálogo entre Dios y la humanidad; y a ello están predispuestos quienes saben combinar el pensamiento con la concreción. Me viene a la mente el gran historiador Cesare Baronio: en el frontal de la campana de la chimenea dejó esta inscripción: Baronius coquus perpetuus. Erudito de admirable doctrina, además de hombre de grandes virtudes, siguió considerándose el cocinero de la comunidad, cargo que le otorgó en su juventud San Felipe Neri. No pocas veces personajes ilustres, que acudían a él en busca de consejo, lo encontraban en su delantal, ocupado en lavar cuencos (cf. A. Capecelatro, Vita di S. Filippo Neri, Nápoles 1879, vol. I, p. 416). Así, la teoría y la práctica -unidas- conducen a la verdad.
Vuestro Comité, deseado por el Venerable Pío XII para estar al servicio del Papa, de la Santa Sede y de las Iglesias locales, está ciertamente obligado a promover el estudio de la historia, indispensable para el taller de la paz, como vía de diálogo y de búsqueda de soluciones concretas y pacíficas para resolver los desacuerdos, y para conocer más profundamente a las personas y a las sociedades. Espero que los historiadores contribuyan con sus investigaciones, con sus análisis de las dinámicas que marcan los acontecimientos humanos, a iniciar con valentía procesos de confrontación en la historia concreta de los pueblos y de los Estados.
La situación actual en Europa del Este no le permite, por el momento, reunirse con algunos de sus interlocutores habituales en el marco de las conferencias que, desde hace décadas, le hacen colaborar tanto con la Academia Rusa de Ciencias de Moscú como con los historiadores del Patriarcado Ortodoxo de Moscú. Pero estoy seguro de que sabrán aprovechar las oportunidades adecuadas para reanudar e intensificar este trabajo común, que será una valiosa contribución al fomento de la paz.
Mientras que la historia está a menudo impregnada de acontecimientos bélicos, de conflictos, el estudio de la historia me hace pensar en la ingeniería de puentes, que hace posibles las relaciones fructíferas entre las personas, entre creyentes y no creyentes, entre cristianos de diferentes denominaciones. Su experiencia es rica en lecciones. La necesitamos, porque es portadora de la memoria histórica necesaria para comprender lo que está en juego en la elaboración de la historia de la Iglesia y de la humanidad: la de ofrecer una apertura hacia la reconciliación de los hermanos, la curación de las heridas, la reintegración de los enemigos de ayer en el concierto de las naciones, como supieron hacer los Padres Fundadores de una Europa unida después de la Segunda Guerra Mundial.
Su Comité está formado actualmente por miembros de 14 países y tres continentes. Me alegro de que esta diversidad exprese una dinámica multicultural, internacional y multidisciplinar. Su participación, el próximo mes de agosto, en el XXIII Congreso del Comité Internacional de Ciencias Históricas en Poznan, con una Mesa Redonda sobre el tema «La Santa Sede y las revoluciones de los siglos XIX y XX», será una nueva oportunidad para cumplir la misión que se le ha encomendado, como servicio a la búsqueda de la verdad a través de la metodología propia de las ciencias históricas.
Su programa de conferencias y publicaciones, sus estudios históricos e historiográficos y, para la mayoría de ustedes, la enseñanza universitaria, constituyen el ámbito en el que desarrollan su trabajo. Le animo a que lo persigan, aunque dentro del ámbito y la metodología de su trabajo, siempre abierto al horizonte de la historia de la salvación. Este horizonte es como la atmósfera en la que los asuntos humanos, por así decirlo, «respiran», toman luz, revelando un significado más amplio: el que viene de Cristo, «que es Señor de su Iglesia y Señor de la historia humana en virtud del misterio de la Redención» (Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 4 de marzo de 1979, 22).
A usted y a sus seres queridos les imparto cordialmente mi bendición. Y les pido, por favor, que recen por mí. Gracias.