El Encuentro fue un tiempo de análisis y reflexión sobre la finalidad y misión de la pastoral universitaria Foto: Vatican Media

3 actitudes importantes para la pastoral universitaria, según el Papa Francisco

Discurso del Papa a los participantes en el Encuentro de Capellanes y Responsables de Pastoral Universitaria, patrocinado por el Dicasterio para la Cultura y la Educación

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 26.11.2023).- Por la mañana del viernes 24 de noviembre, el Papa Francisco recibió en audiencia en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, a los participantes en el Encuentro de Capellanes y Responsables de Pastoral Universitaria promovido por el Dicasterio para la Cultura y la Educación, del 23 al 24 de noviembre de 2023, sobre el tema «Hacia una visión poliédrica».

El Encuentro fue un tiempo de análisis y reflexión sobre la finalidad y misión de la pastoral universitaria, pero también de escucha y puesta en común de las mejores experiencias en este campo. Ofrecemos una traducción al español del discurso del Papa. La traducción y las negritas son de ZENIT.

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Os saludo a todos: al cardenal Tolentino y a los demás superiores y responsables del dicasterio para la cultura y la educación, saludo a los capellanes y a los responsables de la pastoral universitaria. Es bueno que estéis aquí con ocasión de la conferencia que habéis organizado. Vuestra presencia transmite el eco de las voces de los estudiantes y de las estudiantes, de los profesores de las diversas disciplinas, de quienes, incluso con el trabajo más escondido, contribuyen al buen funcionamiento de vuestras instituciones educativas, de las culturas, de las Iglesias locales, de los pueblos, abrazando también a los numerosos jóvenes para los que el derecho a estudiar representa todavía -por desgracia- un privilegio inaccesible, como los más pobres y los refugiados.

 

 

Ustedes han elegido para su trabajo el tema «Hacia una visión poliédrica». Me gusta mucho la figura del poliedro, porque dice mucho; ustedes saben que esta imagen me es muy querida: la he utilizado desde el inicio de mi pontificado, cuando dije que la pastoral no debe tomar como «modelo la esfera […] donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre un punto y otro», sino «el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él mantienen su originalidad» (Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 236). El Evangelio se encarna así, permitiendo que su coralidad resuene de diferentes maneras en la vida de las personas, como una única melodía capaz de expresarse con diferentes timbres. En este sentido, quisiera confiaros tres actitudes que considero importantes para vuestro servicio: apreciar las diferencias, acompañar con cuidado y actuar con valentía.

[1º Apreciar las diferencias]

Apreciar las diferencias. El poliedro no es una figura geométrica fácil. A diferencia de la esfera, que es suave y cómoda de manejar, es angulosa, incluso afilada: tiene una cualidad desigual, como la realidad a veces. Sin embargo, es precisamente esta complejidad la base de su belleza, porque le permite reflejar la luz con distintos tonos y gradaciones, según el ángulo de cada faceta. Una faceta devuelve una luz nítida; otra, más matizada; otra, un claroscuro. Y no sólo eso: con sus múltiples caras, un poliedro también puede producir una proyección diversa de sombras. Tener una visión poliédrica, pues, implica entrenar los ojos para captar y apreciar todos estos matices. Al fin y al cabo, el origen mismo de los maravillosos poliedros del mundo mineral, como los cristales de cuarzo, es el resultado de una historia muy larga, marcada por complejos procesos geológicos que duran cientos de millones de años. Este estilo paciente, acogedor y creativo remite al modo de actuar de Dios, que, como nos recuerda el profeta Isaías, crea el sol resplandeciente, pero no desprecia la luz insegura de «una mecha de llama apagada» (Is 42,3). Desde la metáfora, al servicio de la educación, acoger a las personas, las luces y las sombras presentes en ellas y en las situaciones, con espíritu paterno y materno, es ya una misión: facilita el crecimiento de lo que Dios ha sembrado dentro de cada persona de forma única e irrepetible. Cada persona debe ser acogida tal como es y a partir de ahí comienza el diálogo; a partir de ahí el camino; a partir de ahí el progreso.

 

 

 

[2º Acompañar con cuidado]

Así llegamos al segundo punto: acompañar con cuidado. Creer en la vitalidad de la siembra de Dios implica cuidar lo que crece en silencio y se manifiesta en los pensamientos, deseos y afectos, aunque a veces rotos, de los jóvenes que se os confían. No tengan miedo de hacerse cargo de todo esto. Vuestra actitud no debe ser de simple apologética, de pregunta y respuesta, de «no»: no tengáis miedo de asumir esas realidades. Si eliminas los bordes y borras las sombras de un sólido geométrico, lo reduces a una figura plana sin profundidad ni espesor. Y hoy vemos corrientes ideológicas dentro de la Iglesia, donde las personas van y acaban reducidas a una figura «plana», sin matices… Pero si una persona se valora sabiamente por lo que es, se puede obtener una obra de arte. El Señor nos enseña precisamente este arte del cuidado: Él, que creó el mundo de las tinieblas del caos y que resucitó de la noche de la muerte a la vida, nos enseña a sacar lo mejor de las criaturas partiendo del cuidado de lo que hay de más frágil e imperfecto en ellas. Por eso, ante los desafíos formativos que encontráis cada día, en contacto con personas, culturas, situaciones, afectos y pensamientos tan diferentes y a veces problemáticos, no os desaniméis; ocupaos de ellos, sin buscar resultados inmediatos, pero con la esperanza cierta de que, cuando acompañáis a los jóvenes con cercanía y cuando rezáis por ellos, florecen maravillas. Pero no florecen de la uniformidad: florecen precisamente de las diferencias, que son su riqueza.

[3º Actuar con valentía]

Esto nos lleva al tercer punto: actuar con valentía. Queridos amigos, alimentar la alegría del Evangelio en el ámbito universitario es una aventura, sí apasionante, pero también exigente: requiere valentía. Y ésta es la virtud que está al comienzo de toda empresa, desde el fiat lux de la creación hasta el fiat de María, pasando por el más pequeño «sí» de nuestra vida cotidiana; es la valentía la que nos permite tender puentes incluso sobre los abismos más profundos, como los del miedo, la indecisión y las coartadas paralizantes que inhiben la acción y alimentan el desentendimiento. Hemos oído la parábola del «siervo infiel», que no invierte el capital que el Señor le había dado y lo entierra para no arriesgar: lo peor para un educador es no arriesgar. Cuando no se arriesga, no hay fecundidad: es una regla. Cuando, en los afanes de un alma, irrumpe una decisión que crea algo nuevo, rebelándose contra la inercia de una conciencia demasiado calculadora, eso es valentía; la valentía que no gusta de adornos, ni mentales ni emocionales, sino que va al grano apuntando a lo necesario, dejando de lado todo lo que pueda debilitar la fuerza de la elección inicial. Es la valentía de los primeros discípulos, es la virtud de los «pobres de espíritu» (Mt 5,3), de los que, sabiéndose necesitados de misericordia, imploran sin miedo la gracia y en su indigencia aman soñar a lo grande. Soñad a lo grande: los jóvenes deben soñar, y vosotros debéis hacer todo lo posible por soñar, aspirando a las proporciones de Cristo: a la altura, a la anchura y a la profundidad de su amor (cf. Ef 3, 17-19). Os deseo que cultivéis siempre, en la vida y en el ministerio, la confianza audaz de quien cree. ¿Y quién es el que nos da el valor para seguir adelante? El Espíritu Santo, el «Gran Oculto» en la Iglesia. Pero es Él quien nos da la fuerza, la valentía: debemos pedir al Espíritu que nos dé esta valentía.

 

 

Y antes de concluir, quisiera deciros otro motivo de alegría que me acompaña en este encuentro. Me han dicho que algunos de vosotros, personalmente o a través de las universidades a las que pertenecéis, habéis contribuido económicamente, para que incluso los que tenían menos posibilidades pudieran asistir a esta conferencia. Gracias, es bonito. Es bonito que gestos semejantes se conviertan cada vez más en parte habitual de vuestro estilo de acción: hacer que los que pueden ayuden a los necesitados, con esa modestia que tiene la limosna cristiana. Cuando un cristiano da, conserva siempre la modestia: da en secreto, da con delicadeza, sin ofender. Conservad esta grandeza de ánimo al dar, pero también la modestia en el modo de hacerlo. Esto es muy hermoso, recordando que todos, siempre, nos necesitamos y, por tanto, todos, siempre, tenemos algo precioso que dar. Os agradezco vuestra presencia, os ruego que saludéis a los alumnos y estudiantes a vuestro cargo, a las autoridades académicas, al personal de vuestras universidades y a las Iglesias de las que procedéis. Os acompaño con la oración y os pido también que no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.

 

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

 

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Redacción Zenit

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