Julio Tudela y Ester Bosch
(ZENIT Noticias – Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia / Valencia, 18.06.2024).- El Instituto para el Futuro de la Humanidad (IFH) estaba dedicado al denominado “long-termism movement”, que podría traducirse por “largoplacismo”, y al «altruismo eficaz» y fue fundado en 2005 por el filósofo sueco Nick Bostrom, relacionado con las tesis trans y post humanistas.
El movimiento relacionado con el largoplacismo sostiene que la humanidad debería preocuparse sobre todo de las amenazas existenciales a largo plazo, como la Inteligencia Artificial (IA) y los viajes espaciales. Pero sus detractores argumentan que este movimiento aplica un cálculo extremista que no tiene en cuenta problemas actuales como el cambio climático y la pobreza, y se inclina por ideas autoritarias.
El altruismo eficaz es la creencia utilitarista que postula que las personas deberían centrar sus vidas y sus recursos en maximizar la cantidad de bien global que pueden hacer.
El Instituto para el Futuro de la Humanidad (IFH) se hizo famoso por contar con el apoyo económico de importantes millonarios del sector tecnológico de Silicon Valley. Entre las donaciones recibidas están la realizada en 2018 por Open Philantropy Project, organización respaldada por el co-fundador de Facebook Dustin Moskovitz, que donó 13,3 millones de libras. Otro de los donantes fue Elon Musk, que donó 1 millón de libras en 2015. El más polémico de los patrocinadores del movimiento es Sam Bankman-Fried, fundador de la plataforma de intercambio de criptomonedas FTX, que ha sido condenado a 25 años de prisión por fraude.
Nick Bostrom, que es un firme defensor del transhumanismo y el mejoramiento humano, popularizó en un artículo publicado en 2003 y titulado “Are you living in a computer simulation” la idea de que la humanidad puede estar viviendo en una realidad “simulada”, esto es, en la que sea indistinguible lo real de lo virtual.
En 2014 escribió un libro superventas, titulado Superintelligence, que advertía sobre la amenaza de que la IA reemplace a la humanidad en un futuro. Sam Altman de Open AI, Elon Musk y Bill Gates escribieron recomendaciones para su libro.
El reciente cierre del IFH se debe, según Bostrom, a discrepancias burocráticas con la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oxford, que en 2020 impuso que el IFH dejara de recaudar fondos y contratara personal. Además de que en 2023 decidió que no se renovaran los contratos de sus empleados.
Sin embargo, podría haber otros motivos para el cierre, ya que en los últimos años ha habido grandes controversias con Bostrom y sus colegas, que incluyen escándalos relacionados con el racismo, el acoso sexual y el fraude financiero.
El año pasado resurgió un correo electrónico de Nick Bostrom del año 1996, en el que hacía comentarios racistas, por lo que la Universidad de Oxford inició una investigación sobre su conducta. Y aunque terminó pidiendo disculpas, también realizó unas desafortunadas declaraciones en las que parecía defender la eugenesia. El fraude multimillonario de Bankman-Fried tampoco ayudó a mejorar la reputación del Instituto para el Futuro de la Humanidad.
Tras el cierre del IFH, Bostrom ha dimitido de su puesto en la Universidad de Oxford.
Valoración bioética
Al igual que Bostrom, Sandberg, otro defensor del transhumanismo, investigador principal del Instituto para el Futuro de laHumanidad, ha abogado por el transhumanismo, que definen como “la idea de que la condición humana no es inmutable, que puede y debe ser cuestionada y cambiada, y que para hacer esto podemos hacer uso de la razón aplicada.”
En una entrevista realizada en 2015, Sandberg afirmaba que “el transhumanismo es en muchos aspectos el fruto del proyecto humanista de mejora de la condición humana, pero amplificado por la comprensión que hoy tenemos de que el cuerpo y la mente son objetos que pueden ser en gran medida entendidos y cambiados tecnológicamente. Sin embargo, el transhumanismo está también abierto a la posibilidad de que pueda haber modos posthumanos de existencia que posean gran valor y de que, por tanto, sea deseable explorar el ámbito posthumano para encontrarlos. Probablemente, ser humano no es el mejor estado posible de existencia.”
Para ello propugnan el uso de tecnologías avanzadas para mejorar la longevidad y la cognición, así como la preservación criogénica, o congelación del cuerpo tras la muerte en vistas a una resucitación futura.
La creencia desmesurada en las posibilidades del progreso científico sin límites, ha propiciado en los transhumanistas la pretensión de superar la naturaleza humana y sus capacidades, recurriendo al progreso tecnológico. Ello incluye no solo la pretensión de la inmortalidad sino el perfeccionamiento de los “cerebros computacionales” que harían todo lo que es capaz de hacer el cerebro humano y mucho más. Además, podrían “reprogramarse” nuestros cerebros no solo para acceder a la información que contienen sino para modificarla, manipulando la capacidad cognitiva y sensorial, el estado de ánimo, el carácter o el comportamiento, por citar algunas de ellas.
Las críticas que desde la bioética deben hacerse a estas pretensiones se fundamentan en la falacia que supone presuponer que estas intervenciones supondrían verdaderos “mejoramientos” (“enhancement”, en su denominación inglesa) y no auténticas involuciones para nuestra especie.
La naturaleza humana es compleja y multidimensional. Su capacidad de trascenderse y su posibilidad de ejercer el libre albedrío, se conforman como parte de una estructura moral, que ansía la verdad y el bien. El transhumanismo supone, en realidad, un preocupante reduccionismo donde lo biológico (inmortalidad) y lo psíquico (“mejoramiento”) obvian lo que nos hace auténticamente humanos y no solo mamíferos inteligentes: la capacidad de amar, de encontrar sentido al sufrimiento y a la existencia mediante la relación con los otros, y ser capaces de sobreponerse al automatismo biológico de naturaleza instintiva: de ejercer la libertad.
¿Sería una verdadera conquista para el ser humano la inmortalidad biológica? ¿o el incremento ilimitado de las capacidades sensoriales o cognitivas?
La ya mencionada expresión de Sandberg: “probablemente, ser humano no es el mejor estado posible de existencia” esconde la verdadera intencionalidad de las tesis trans y posthumanistas, que se rebelan contra la naturaleza humana.
¿No es la pretensión de la extinción de lo humano lo que verdaderamente se esconde tras la falacia transhumanista? Frente a ella cabe reivindicar el sentido existencial como el camino que, este sí, conduce a la plenitud de la realización humana, sentido que con frecuencia se encuentra acompañado de sufrimientos y limitaciones donde la donación personal fluye con mayor naturalidad y nos hace más libres, más humanos.
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