El proceso de beatificación del siervo de Dios, cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân, llega a un momento decisivo: se cierra este viernes la fase diocesana en Roma después de casi dos años y medio de trabajo.
Hasta esa ciudad, específicamente al Vaticano llegó para servir y morir en 2002 el alto prelado vietnamita, encarcelado durante trece años sin juicio alguno por el régimen comunista que gobernaba su país.
Este momento de júbilo para las Iglesias de Roma y de Vietnam se extenderá hasta el sábado 6, cuando los miembros del Consejo Pontificio Justicia y Paz, que lleva adelante el proceso, sean recibidos por el papa Francisco.
La ocasión será propicia también para que la Librería Editorial Vaticana presente un volumen con las seis cartas pastorales, dirigidas desde 1968 hasta 1973, por el entonces joven obispo de la diócesis de Nha Trang.
Un pastor ante todo
En declaraciones recogidas por Radio Vaticana, el postulador de la causa, Waldery Hilgeman, reconoció en el cardenal Van Thuân a una “figura histórica de Vietnam”, que para todos hoy es “un mártir de la esperanza que fue encarcelado, y nunca perdió la esperanza en la Iglesia”.
Recordó también un diálogo del siervo de Dios con los guardias que lo mantuvieron bajo control en la cárcel, quienes le preguntaron si les iba a perseguir cuando se supiera todo lo que le estaban haciendo… A lo que el cardenal les respondió: “No, en absoluto, porque yo los amo”.
Para Hilgeman, “esta espiritualidad de Jesús, abandonado en la cruz, se ha convertido en el símbolo de su trabajo”.
Testigo y profeta
La emisora vaticana recuerda que una vez liberado, Van Thuân tuvo el honor de predicar los ejercicios espirituales de la curia romana durante el Jubileo del año 2000.
Para tal fin, fue llamado por el papa Juan Pablo II, quien le dijo: «Monseñor, me gustaría pedirle que predique los ejercicios a la Curia Romana», a lo que él respondió con asombro: «Santidad, pero he estado en la cárcel, no estoy actualizado desde el punto de vista teológico, ¿qué podría decir?»
Ante este gesto de profunda humildad, el papa respondió con prontitud: «Cuente su experiencia».
Predicó entonces tales ejercicios, que publicados luego en varias lenguas, son hoy el resumen de una espiritualidad nacida del sufrimiento y del abandono en la cárcel, por amor a Jesucristo.