CIUDAD DEL VATICANO, viernes 14 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el discurso pronunciado este viernes por el Papa Benedicto XVI al recibir en audiencia a los administradores de la Región Lazio, del Ayuntamiento y de la Provincia de Roma, con ocasión del tradicional intercambio de felicitaciones por el nuevo año.
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Ilustres señores y señoras
Siguiendo una feliz costumbre, también este año tengo la grata ocasión de encontrar a los representantes de las Instituciones de la Región Lazio, del Ayuntamiento y de la Provincia de Roma. Doy las gracias a la honorable Renata Polverini, presidenta de la Junta Regional del Lazio, al honorable Giovanni Alemanno, Alcalde de Roma, y al honorable Nicola Zingaretti, presidente de la Provincia de Roma, por las corteses palabras que me han dirigido en nombre de todos. Os devuelvo los cordiales votos augurales por el nuevo año a vosotros, a los ciudadanos de Roma y de la Provincia y a los habitantes del Lazio, a quienes me siendo particularmente ligado como obispo de esta Ciudad, Sucesor de Pedro.
La vocación singular de Roma, centro del catolicismo y capital del Estado italiano, requiere a nuestra ciudad ser un ejemplo de colaboración fecunda y provechosa entre las Instituciones públicas y la Comunidad eclesial. Esta colaboración, en el respeto de las recíprocas competencias, es hoy particularmente urgente ante los nuevos retos que se asoman en el horizonte. La Iglesia, en particular mediante la obra de los fieles laicos y de las asociaciones de inspiración católica, desea continuamente ofrecer su propia contribución a la promoción del bien común y de un progreso auténticamente humano.
La célula originaria de la sociedad es la familia, fundada en el matrimonio entre el hombre y la mujer. Es en la familia donde los hijos aprenden los valores humanos y cristianos que permiten una convivencia constructiva y pacífica. Es en la familia donde se aprenden la solidaridad entre las generaciones, el respeto de las normas, el perdón y la acogida al otro. Es en la propia casa donde los jóvenes, experimentando el afecto de los padres, descubren qué es el amor y aprenden a amar. La familia, por tanto, debe ser apoyada por políticas orgánicas que no se limiten a proponer soluciones a los problemas contingentes, sino que tengan como objetivo su consolidación y desarrollo y sean acompañadas por una adecuada obra educativa. A veces, por desgracia, suceden graves hechos de violencia y se amplifican algunos aspecto de crisis de la familia, causados por los rápidos cambios sociales y culturales. También el aprobar formas de unión que desnaturalizan la esencia y el fin de la familia, acaba por penalizar a cuantos, no sin esfuerzo, se empeñan en vivir vínculos afectivos estables, jurídicamente garantizados y públicamente reconocidos. En esta perspectiva, la Iglesia mira con favor a todas las iniciativas que buscan educar a los jóvenes a vivir el amor en la lógica del don de sí mismos, con una visión alta y oblativa de la sexualidad. Es necesaria con este objetivo una convergencia educativa entre los diversos componentes de la sociedad, para que el amor humano no se reduzca a un objeto de consumo, sino que pueda ser percibido y vivido como experiencia fundamental que da sentido y finalidad a la existencia.
La entrega recíproca de los cónyuges trae consigo la apertura a la generación: el deseo de la paternidad y de la maternidad está de hecho inscrito en el corazón humano. Muchas parejas desearían acoger el don de nuevos hijos, pero son empujadas a esperar. Por esto es necesario apoyar concretamente la maternidad, como también garantizar a las mujeres que desarrollan una profesión la posibilidad de conciliar familia y trabajo. Demasiadas veces, de hecho, estas son obligadas necesariamente a elegir entre ambas. El desarrollo de políticas adecuadas de ayuda, como también de estructuras destinadas a la infancia, como las guarderías, también los gestionados por familias, puede ayudar a hacer que el hijo no sea visto como un problema, sino como un don y una alegría grande. Además, dado que “la apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo» (Caritas in veritate, 28), el elevado número de abortos que son practicados en nuestra Región no puede dejarnos indiferentes. La comunidad cristiana, a través de numerosas «Casas familia», los «Centros de Ayuda a la Vida» y otras iniciativas parecidas, está comprometida en acompañar y dar apoyo a las mujeres que se encuentran en grave dificultad al acoger una nueva vida. Que las Instituciones públicas sepan ofrecer su apoyo para que los Consultores familiares estén en condición de ayudar a las mujeres a superar las causas que pueden llevar a interrumpir el embarazo. A propósito de esto, expreso mi aprecio por la ley vigente en la Región Lazio que prevé el llamado “cociente familiar» y considera el hijo concebido como un componente de la familia, y auguro que esta normativa encuentre plena realización. Estoy contento de que la ciudad de Roma haya puesto ya en marcha su compromiso en esta dirección.
En el otro lado de la vida, el envejecimiento de la población plantea nuevos problemas. Los ancianos son una gran riqueza para la sociedad. Sus conocimientos, su experiencia, su sabiduría son un patrimonio para los jóvenes, que necesitan maestros de vida. Si bien muchos ancianos pueden contar con el apoyo y la cercanía de su propia familia, crece el número de quienes están solos y necesitan asistencia médico-sanitaria. La Iglesia, también en nuestra Región, está siempre cerca de aquellos se se encuentran en condiciones frágiles por motivo de la edad o de la salud precaria. Mientras me alegro por la sinergia existente con las grandes realidades sanitarias católicas – como, por ejemplo, en el campo de la infancia, entre el hospital Bambin Gesù y las Instituciones públicas – auguro que estas estructuras puedan seguir colaborando con las entidades locales para asegurarles su servicio a cuantos se dirigen a ellas, renuevo la invitación a promover una cultura que respete la vida hasta su término natural, en la conciencia de que “la medida de la humanidad se determina esencialmente en la relación con el sufrimiento y con el que sufre» (Enc.Spe salvi, 38).
En estos últimos tiempos, la serenidad de nuestras familias está amenazada por la grave y persistente crisis económica, y muchas familias ya no consiguen garantizar un nivel suficiente de vida a sus propios hijos. Nuestras parroquias, a través de Cáritas, se prodigan para salir al encuentro de estos núcleos familiares aliviando, en cuanto pueden, los malestares y haciendo frente a las exigencias primarias. Confío en que puedan adoptarse procedimientos adecuados, dirigidos a sostener a las familias de renta baja, particularmente las numerosas, penalizadas demasiado a menudo. A ello se añade un problema cada día más dramático. Me refiero a la grave cuestión del trabajo. Los jóvenes, en particular, que después de años de preparación no ven salidas laborales y posibilidades de inserción social, y de proyección de futuro, se sienten a menudo desilusionados y se ven tentados de rechazar a la propia sociedad. La prolongación de situaciones semejantes causa tensiones sociales, que son aprovechadas por las organizaciones criminales para proponer actividades ilícitas. Es por tanto urgente que, aun en este momento difícil, se hagan todos los esfuerzos por promover políticas ocupacionales, que puedan garantizar un trabajo y una sustentación digna, condición indispensable para dar vida a nuevas familias.
Gentiles Autoridades, son múltiples los problemas que requieren una solución. Que vuestro compromiso de Administradores, que se esfuerzan en colaborar juntos por el bien de la comunidad, sepa siempre considerar al hombre como un fin, para que pueda vivir de manera autenticamente humana. Como obispo de esta ciudad quisiera, por tanto, invitaros a encontrar en la Palabr
a de Dios la fuente de inspiración para vuestra acción política y social, en la “búsqueda del verdadero bien de todos, en el respeto y en la promoción de la dignidad de toda persona» (Ex. ap. postsinodall Verbum Domini, 101). Os aseguro mi recuerdo en la oración, sobre todo por aquellos que comienzan su servicio al bien común, y mientras invoco sobre vuestro trabajo la protección maternal de la Virgen María, Salus Populi Romani, os imparto de corazón mi Bendición, que de buen grado extiendo a los habitantes de Roma, de su Provincia y de todo el Lazio.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
© Copyright 2011 – Libreria Editrice Vaticana]