SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 12 septiembre 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Profetismo y cuestión social».
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VER
Con frecuencia nos insisten que nuestra Iglesia, en particular los obispos, debemos dar una palabra más profética, más clara, fuerte e incisiva, sobre cuestiones sociales, como pobreza, desempleo, migración, explotación minera, Acteal, programas de gobierno, alcoholismo, etc. Es verdad y hay que pedir al Espíritu Santo que nos conceda este carisma, para discernir la realidad, denunciar lo que es contrario al Reino de Dios, no acomodarnos a este mundo corrompido, ni casarnos con un sistema o con un gobierno. Sin embargo, varios desconocen lo que hacemos y no leen lo que decimos.
Por lo contrario, cuando decimos una palabra sobre estas cuestiones, muchos se nos echan encima y dicen que la Iglesia no debe meterse en estas cosas. Como cuando di las razones por las que no permití que en el interior de los templos se gravaran escenas de telenovelas pecaminosas, hubo quienes me insultaron y calumniaron gravemente. Si hubiera acudido a presentar una denuncia, no tendrían ninguna prueba de lo que afirmaron. ¡Que Dios les perdone, y yo también de corazón! O como cuando insistí en que se eviten excesos y desfiguros en fiestas religiosas populares, me han ofendido afirmando cosas absurdas; quienes las escucharon y me conocen, de inmediato me defendieron; pero los insultos y descalificaciones ya se difundieron y no faltan quienes los crean, o al menos duden. Este es el precio de ser profetas, aunque sea en pequeña escala.
JUZGAR
¿El amor cristiano nos impulsa a obispos, sacerdotes, religiosas, diáconos, catequistas y fieles laicos en general, a pronunciarnos sobre cuestiones sociales, políticas, económicas, climáticas, educativas, familiares? Dice el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in veritate: «La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta… Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros» (1).
La denuncia profética, que es expresión de amor cristiano, debe cimentarse en la verdad, porque muchas veces se denuncian cosas que no tienen sustento, sino sólo suposiciones y desconfianzas: «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario. La verdad libera a la caridad de la estrechez de una emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales» (3).
Es cierto que «la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad se cae en una visión empirista y escéptica de la vida, incapaz de elevarse sobre la praxis, porque no está interesada en tomar en consideración los valores -a veces ni siquiera el significado- con los cuales juzgarla y orientarla. La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia la busca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí donde se manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable» (9).
ACTUAR
«El anuncio de Cristo es el primero y principal factor de desarrollo» (8). Que nuestra fe en El nos lleve a asumir sus actitudes, sus criterios, sus denuncias, su perdón, su amor.